sábado, 16 de septiembre de 2017

ARGENTINA, EL PAÍS Y LA GRIETA



Un país dividido en dos bandos antagónicos puede terminar resultando un gran negocio para los políticos.
En los últimos años, en Argentina se ha hecho un lugar común hablar de “la grieta”. Es decir, del hecho que la sociedad argentina se encuentra dividida en dos bandos irreconciliables, que podrían definirse, muy apresuradamente, como kirchneristas y antikirchneristas. Aunque probablemente, la división responda a motivos más profundos que la adhesión o el rechazo a la familia Kirchner y su personal propuesta de gobierno.

Incluso, el periodista Jorge Lanata se atribuye frecuentemente la creación del concepto de “la grieta”, cuando en realidad la división de la sociedad argentina en dos mitades antagónicas, tal como veremos, es muy antigua.

La grieta actual se trata de una división política que separa y enfrenta a los argentinos por sus creencias políticas, pero, más específicamente por sus concepciones sobre el mundo y como la Argentina debe relacionarse con él y, al mismo tiempo, sobre cuál debe ser el comportamiento del Estado con respecto a sus ciudadanos.

Resulta difícil precisar las posiciones a cada lado de la grieta, especialmente porque son muy diversas. Trataremos sin embargo de hacer una caracterización general intentando realizar el menor número posible de simplificaciones.

Los kirchneristas, a grandes rasgos, miran con simpatía al populismo. Un modelo político que combina un liderazgo marcadamente personalista y autoritario con políticas distributivas gestionadas desde el partido oficial. Todo ello sazonado con continuas apelaciones a la soberanía popular y al nacionalismo declamatorio.

El gobierno populista, aunque nace del sufragio universal recorta las libertades de las minorías en nombre de los “intereses populares”, tal como los interpretan el líder populista y su partido. En otras palabras, son regímenes en los cuales el vencedor en los comicios se adueña de la totalidad del Estado, según el principio de “el ganador toma todo” y rápidamente cambia las reglas del juego para evitar que un rival haga lo mismo.

En la vereda opuesta se sitúan quienes insisten en aferrarse a los principios del régimen republicano de estilo jeffersoniano. Es decir, en una república basada en la división de poderes, la alternancia de los gobernantes, la independencia de las instituciones, el respeto a la disidencia política, a la propiedad privada, a la libertad de prensa. Y, especialmente, donde las políticas sociales son gestionadas desde el Estado. Con menos infantilismo revolucionario, nacionalismo declamatorio y más eficacia en la gestión de las políticas públicas y en el manejo de la economía.

En el contexto internacional, quienes consiente o inconscientemente se sitúan en este campo, pretenden una Argentina previsible, integrada al sistema internacional junto a los países racionales. Una Argentina manteniendo vínculos diplomáticos normales con el resto del mundo, en especial con los organismos financieros internacionales y participando activamente del comercio internacional.

Como puede apreciarse, se trata de dos modelos de países totalmente opuestos. Esto lleva inevitablemente a la confrontación de quienes se sitúan en posiciones políticas opuestas.
La grieta termina por separar a compañeros de trabajo, a los profesores de sus alumnos, a los amigos y familiares, incluso, en algunos casos alcanza a los comerciantes con sus clientes.

Pero, lo más grave es que cada sector termina por considerar al otro no como una persona de ideas distintas sino como un enemigo que debe ser derrotado o neutralizado.

LA GRIETA HISTÓRICA

Lamentablemente, la Argentina registra una larga histórica de divisiones y enfrentamientos que terminan saldándose a través de la violencia.

En 1810, la sociedad rioplatense se dividió entre españoles de ideas liberales y españoles de ideas monárquicas. Entre los primeros predominaban los criollos y los “peninsulares” entre los segundos. Sin que esta adscripción en uno u otro bando respetara siempre el lugar de nacimiento.

Concretada la independencia, la disputa se centró en la forma del gobierno. Durante los siguientes décadas unitarios y federales ensangrentaron el país dirimiendo en el campo de batalla y en sangrientas degollinas sus diferencias políticas.

De poco sirvió que después de la batalla de Caseros (1852), Justo José de Urquiza prometiera una Argentina “sin vencedores ni vencidos”. La formación del Estado argentino estuvo matizada por luchas políticas que solían terminar definiéndose en el campo de batalla.

Después del levantamiento del gobernador bonaerense Carlos Tejedor, en 1880, la federalización de la ciudad de Buenos Aires trajo un inusual periodo de “paz y administración”, pero nuevamente en 1890 los argentinos recurrieron a las armas para tratar de resolver sus diferencias políticas.

Surgido el radicalismo como la “causa democrática” que terminaría con el “régimen falaz y descreído” instrumentado por el patriciado ganadero.

Entre 1890 y 1943 la grieta y la alternancia en el poder sería entre los conservadores ligados a la economía agroexportadora y los miembros de la clase media de origen inmigratorio vinculada a las profesiones liberales y usufructuaria del empleo público representada por el radicalismo yrigoyenista.

Entre 1944 y 1974, la Argentina se convirtió en una sociedad de masas de la mano del peronismo. Con Perón, el primer presidente marcadamente populista de América Latina, la grieta se profundizará a niveles sin precedentes en el siglo XX. Mientras un bando sostenía “al enemigo ni justicia” y auguraba una venganza de “cinco por uno”. Los otros regocijaban de que el cáncer sacara del juego político a la “abanderada de los humildes”.

En 1955, la espantosa grieta que separaba a los peronistas de los “gorilas” o antiperonistas terminó por derivar en una breve pero cruenta “mini guerra civil” que incluyó a la aviación argentina concretando su bautismo de fuego con el bombardeo de su propia ciudad capital. 
En tanto, los peronistas replicaban incendiando iglesias al amparo de un Estado que miraba hacia otro lado.

Los sucesos de 1955 perpetuaron la grieta entre peronistas y antiperonistas por varias décadas más. La Argentina vivió los siguientes años en medio de golpes de Estado, planteos militares, huelgas generales, atentados explosivos, proscripciones electorales y hasta los primeros brotes de guerrilla urbana.

En la década de los años setenta, la Argentina vivió acosada por los dos demonios: el terrorismo revolucionario y la brutal réplica del terrorismo auspiciado por el Estado. Empresarios, jueces, sindicalistas, políticos, policías y militares cayeron en las calles víctimas de las balas asesinas de los “jóvenes idealistas”. Luego, la palabra “desaparecido” y la tragedia de los bebes secuestrados de sus familias se hicieron parte de la vida de los argentinos.

La grieta se profundizó aún más cuando la lógica demanda por “verdad y justicia” derivó en un revanchismo ciego que excedió toda forma de justicia y terminó por olvidar el valor de los derechos humanos.

Así, llegamos a la grieta kirchnerista. Néstor Kirchner utilizó la bandera de los derechos humanos para sacar patente de progresista mientras se enriquecía descaradamente. Gradualmente, el régimen se apoderó de las jubilaciones privadas, estableció relaciones carnales con la Venezuela chavista, cayó en el aislamiento internacional y gradualmente fue destruyendo la economía: puso cepo al dólar, emitió moneda sin respaldo y descuido la inflación.

Finalmente, en 2015, el kirchnerismo en manos de su viuda Cristina Fernández, fue derrotado en las urnas por muy escaso margen. Pero aún conserva importantes espacios de poder en el Congreso, los sindicatos, el poder judicial, la administración pública, las organizaciones piqueteras y de defensa de los derechos humanos.

EL NEGOCIO DE LA GRIETA

Lejos de atenuarse, la grieta conserva toda su vigencia enfrentando a argentinos con argentino en una lógica perversa. La polarización atrapa al electorado en una disyuntiva donde termina votando para impedir el triunfo de un candidato que detesta y no para posibilitar el triunfo del candidato que prefiere. Para los votantes, a uno y otro lado de la grieta, cualquier disidencia o crítica le suma puntos al bando contrario.

Por lo tanto, deben apoyar ciegamente al candidato de su lado de la grieta con mayores posibilidades de triunfar. Aun cuando no esté totalmente de acuerdo con él, tenga reparos sobre su capacidad para gobernar o, incluso, sobre su propuesta de gobierno.

Esto “uniformiza” a cada bando. Favorece al candidato con mayores posibilidades y elimina a los terceros partidos. Por ello, tanto desde el kirchnerismo como desde el macrismo hacen todo lo posible para mantener la grieta viva.


La grieta termina por mantener vigentes a los líderes de cada sector y hace olvidar sus errores y corruptelas. En esta forma, la grieta que divide a los argentinos termina siendo un gran negocio para los políticos. 

No hay comentarios: