martes, 23 de mayo de 2017

SE CIERNE LA TORMENTA SOBRE AMÉRICA LATINA


En América Latina, la década de los años 10 del siglo XXI posiblemente sea recordada como la “década perdida”. Un periodo signado por la crisis económica, los hechos de corrupción y los problemas de gobernabilidad que impidieron el progreso de la región y dispararon las tensiones sociales.

Los expertos suelen discutir si los problemas económicos derivan en crisis sociales o viceversa. En el caso de la actual crisis que afecta América Latina es muy difícil saber qué fue primero si “el huevo o la gallina”. Es decir, si la crisis económica detonó las denuncias por corrupción o fue la corrupción generalizada la que derivó en problemas de gobernabilidad que a su vez potenciaron el deterioro de la economía.

Lo cierto es que los problemas se iniciaron en los Estados Unidos, en 2008, con el affaire de las hipotecas subprime que provocaron la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers que a su vez llevo la inestabilidad a las bolsas y mercados de los países tecnotrónicos.

En los Estados Unidos la recesión económica hizo resurgir el proteccionismo y la histórica tendencia al aislacionismo de los estadounidenses y terminó proyectado a la presidencia a un líder antisistema: Donald Trump.

En Europa la recesión de la economía y la desocupación gestaron movimientos de “indignados” que a su vez derivaron también en la aparición de partidos y líderes antisistema como el español Podemos. El separatismo catalán e incluso el Brexit son hijos de este proceso.

Lentamente, el crack  económico fue contagiándose del prospero mundo desarrollado a los países más pobres. En un proceso similar a las ondas que produce la caída de una piedra en el centro de un lago. En cada región la depresión de la economía derivó en crisis políticas de diferente naturaleza.

En 2010, el deterioro de la economía y los altos niveles de desocupación en el Norte de África y el Medio Oriente asumió la forma de una “Primavera Árabe”, con reclamos de mayor democracia y libertades ciudadanas. Este proceso introdujo cambios revolucionarios en Túnez, Egipto, Libia, Siria e inestabilidad en otros países de África. Luego la crisis impactó a América Latina con características diferentes pero un mismo origen.

Hoy las grandes economías de la región se ven afectadas por serios problemas que vulneran su gobernabilidad y alejan las tan necesitadas inversiones extranjeras.

México, la mayor economía latinoamericana, enfrenta problemas derivados de su conflictiva relación con su principal socio comercial: los Estados Unidos, gobernados por el imprevisible Donad Trump. Las inversiones han dejado de llegar al país azteca a la espera de definiciones por parte de Trump sobre el tratado de libre comercio entre ambos países. Tampoco ayuda la baja popularidad del presidente Enrique Peña Nieto, la siempre presente actividad del narcotráfico y el riesgo de que, en 2018, alcance la presidencia el izquierdista Andrés Manuel López Obrador.

En Venezuela, la crisis económica unida a la caída de los precios internacionales del petróleo (su principal producto de exportación) y a los desastrosos desmanejos económicos del chavismo crearon una situación explosiva. La inflación estimada para el año 2017 es de casi el 700%, la más alta del mundo, el desabastecimiento de alimentos, medicinas y otros productos de primera necesidad es casi total.

A los avatares económicos se unió la desaparición del líder populista que había creado el régimen, el carismático Hugo Chávez, dinamitando las bases de la gobernabilidad en Venezuela. Hoy el país, en manos del inefable Nicolás Maduro se debate entre la dictadura y la guerra civil, con una serie continua de protestas callejeras que el régimen reprime duramente sin preocuparse por las víctimas letales que provoca.

Brasil no cesa en revolver en las cloacas de la corrupción. El controvertido proceso se inició con la controvertida salida de la presidenta Dilma Rousseff, en agosto de 2016, por medio de un juicio políticos.
El miércoles 17 de mayo, el diario O Globo reveló una grabación en la que Joesley Batista —dueño del mayor frigorífico del mundo, JBS—, le comentaba al presidente Michel Temer, en un encuentro personal, que pagaba una mensualidad al exdiputado Eduardo Cunha en la cárcel. Cunha, aliado de Temer, es el ex presidente la Cámara de Diputados que lideró el proceso de destitución de Rousseff y terminó, a su vez, preso por corrupción. Desde que fue encarcelado el establishment vive pendiente de sus revelaciones que podrían desestabilizar aún más la política y la economía.
Lo curioso es que el punto de inflexión en el juicio contra Rousseff también haya sido la publicación de una escucha telefónica en la que ella y el expresidente Luiz Inácio “Lula” da Silva acordaban el envío de su designación como ministro para que él lo usara “en caso de necesidad”. Quienes protestaban en las calles contra Dilma vieron allí un intento de proteger a Lula de las investigaciones por corrupción y reaccionaron con furor. El partido de Temer, el centrista Movimiento Democrático Brasileño, siempre estuvo involucrado en la investigación “Lava Jato”, que comenzó en Petrobras, y se fue extendiendo a toda la clase política, que fue irrigada con financiamiento ilegal de grandes compañías, muchas de ellas ya involucradas en el petrolȃo. De modo que la sorpresa ha sido más por la grabación en audio del presidente que por la denuncia.
El Partido de la Social Democracia Brasileña —principal nucleamiento de oposición al Partido de los Trabajadores de Dilma y Lula, que hoy sirve como apoyo parlamentario al gobierno Temer— también ha sido golpeado por las revelaciones del miércoles. Su presidente, el senador Aécio Neves, fue grabado en abril pasado solicitando dos millones de reales al mismísimo Joesley Batista. En la conversación, descaradamente, el senador pide que la persona designada para buscar la plata sea alguien “que nosotros podamos matar antes de que delate”.
Al día siguiente de la publicación del audio, en un pronunciamiento público tras una jornada de rumores políticos sobre su renuncia y hasta un cierre temporal de las operaciones de la bolsa de valores para frenar su caída, Temer, que sólo cuenta con el 8% de aprobación, dijo que en modo alguno renunciará a su cargo. Pero, el cuestionado presidente no parece lograr recomponer su base de apoyo político. El proceso podría culminar en un nuevo juicio político para destituir a un presidente en menos de dos años.
Esta semana, la Corte Suprema decidirá si avanza la investigación contra Temer o no. Y no solo la posible complicidad para comprar el silencio de Cunha pesa en su contra. En la misma grabación, Batista dice haber corrompido a dos jueces y un procurador en Brasilia para obstruir investigaciones contra su empresa. Temer, quien tiene la obligación legal de reportar estos delitos, no lo cuestionó. Uno de sus asesores más cercanos también fue grabado por la Policía Federal recibiendo una maleta de dinero por un soborno.
La próxima semana, el presidente también será juzgado por acusaciones de donaciones ilegales para su campaña junto a Dilma, en 2014. Hasta la difusión del audio de Batista se esperaba que la mayoría del Tribunal Superior Electoral lo salvara de perder la presidencia para evitar una nueva crisis política. Ahora, él mismo Temer genera la crisis política y su salida por decisión de la corte electoral se convierte en una posible solución.
El problema es que, si se confirma la salida de Temer, la constitución prevé una elección indirecta, con un nuevo presidente elegido por el parlamento. Con más de la mitad del parlamento involucrado en denuncias de corrupción, esta elección resolvería la vacante presidencial, pero el nuevo presidente no gozaría de mayor legitimidad.
Si Temer logra sostenerse en la presidencia será porque ha convencido al mercado financiero de que su impopularidad puede ser un triunfo. Como no necesita rendir cuentas a una base popular, porque no la tiene, sería la persona ideal para aplicar el amargo ajuste económico necesario para que la economía vuelva a crecer.
La economía de Brasil está estancada, tiene una caída de casi el 10% del PBI en los últimos tres años. La recesión fue del 4% en 2014 y de 3,6% en 2016. El Estado está fracturado por el vacío político y las principales empresas de Brasil y la obra pública – privada se encuentran paralizadas por las investigaciones sobre corrupción y el encarcelamiento de empresarios. Se paralizó el consumo, hay muchas familias endeudadas, caen los salarios, las exportaciones crecen muy poco y el gasto público ha sido congelado para los próximos veinte años…
En abril se realizó el mayor paro nacional en dos décadas y, el 1 de mayo, día de los trabajadores, estuvo marcado por protestas. Pero el gobierno no escucha el grito de las calles. El audio de Temer hizo que resurgiera el grito de “Diretas Já” (Elecciones directas ya), una consigna empleada por la resistencia a la dictadura en los años ochenta. Es difícil saber si el congreso se atreverá a modificar la constitución para convocar nuevas elecciones y tampoco hay un líder capaz de unir al país en la escena política.
Los problemas políticos y económicos que atraviesa Brasil han paralizado al Mercosur e impedido que los países latinoamericanos jueguen un papel protagónico en la búsqueda de una solución para la cuasi guerra civil que vive Venezuela.

Al mismo tiempo, la paralización de la economía brasileña está demorando la recuperación de la economía de la Argentina.

En octubre de 2015, la Argentina fue el primer país latinoamericano en poner un alto en las urnas a la demagogia populista. Después de doce años de manejo autoritario e impune del país, el kirchnerismo fue derrotado en las urnas y el país del Plata inició el duro proceso de la reconstrucción.

El nuevo gobierno, encabezado por el ingeniero y empresario Mauricio Macri heredó un país con alto nivel inflacionario, que en la última década no había llevado a cabo ninguna obra de infraestructura, con tarifas artificiales en los servicios esenciales (combustibles, energía, peajes, etc.), prohibiciones a la compra de divisas y un elevado nivel de inflación y una explosiva situación social donde el 30% de la población se encuentra en la pobreza.

El gobierno de la coalición Cambiemos se esfuerza por poner en marcha al país corriendo los errores del kirchnerismo, en especial, en sacar al país de la recesión y al mismo tiempo reducir gradualmente la inflación.

El problema es que su principal socio comercial se encuentra paralizado, sus exportaciones no crecen lo suficiente y la situación que atraviesa la región no alienta la llegada de las tan necesarias inversiones extranjeras.

Mientras tanto, la oposición peronista y kirchnerista le muerde los garrones intentando desgastarlo para poder recuperar el poder en 2019.

Tampoco, en Chile las cosas están muy bien. La presidente Michelle Bachelet, en esta segunda gestión no las ha tenido todas consigo y también ha sido cuestionada por acusaciones de corrupción que involucran a personas de su entorno más íntimo e incluso de su propia familia.

Los tres primeros años de su segundo mandato han estado marcados por la debilidad de la economía -con un crecimiento medio del 1,9%-, la reducción de la inversión y una fuerte disminución en el precio del cobre. Por si fuera poco, la ciudadanía ha empezado a cuestionar a la clase política por los casos de corrupción. Como resultado, el apoyo a las políticas del Gobierno cayó abruptamente, la popularidad de la presidenta apenas supera el 20% y la cohesión dentro de la coalición gubernamental ha desaparecido.

Tampoco resulta claro quién podría salir triunfante en las elecciones previstas para el próximo 19 de noviembre. Por el momento, el ex presidente conservador Sebastián Piñera (2010 -2014), de 67 años, candidato de la coalición “Chile Vamos”, lidera las encuestas y su principal rival es el periodista Alejandro Guillier, de la alianza izquierdista Nueva Mayoría.


Como puede apreciarse, la situación económica y política de los principales países de América Latina es por demás compleja y no alienta en modo alguno la llegada de inversiones extranjeras y ello no hace más que potenciar la crisis. Es por ello que la presente década seguramente será algo olvidable en la historia latinoamericana del siglo XXI.  

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