sábado, 31 de octubre de 2015

LOS DILEMAS DE DANIEL SCIOLI


 

Los resultados de los comicios del 25 de octubre último evidencian la profundidad de la grieta que divide a la sociedad argentina y que en la misma rige un amplio hartazgo que anuncia el fin de una época que en realidad se inició con el derrocamiento de Fernando de la Rúa por una alianza informar de caudillos provinciales peronistas con sectores del alfonsinismo. Al mismo tiempo estos resultados han llevado al candidato del Frente para la Victoria a enfrentar un dilema existencia: presentarse o no a la segunda ronda electoral.

La estrategia del candidato de Cambiemos, Mauricio Macri, fue siempre llegar a la segunda vuelta para aglutinar a todos los sectores opositores que aspiraban a un cambio de los elencos políticos y de las políticas públicas de los últimos doce años de la agotadora autocracia kirchnerista.

En consecuencia, Macri siempre pensó en el ballotage y se preparó mentalmente para la misma. Su festejo al conocerse los primeros resultados se debía más al hecho de que habría segunda vuelta que a la reducida distancia que lo separaba en los guarismo del candidato oficial. Su negativa a aceptar cualquier acuerdo previo al comicio con el otro candidato opositor, Sergio Massa, se basaba precisamente a ese planteo estratégico.

El asesor de campaña de Cambiemos, el ecuatoriano Jaime Duran Barba habría insistido en que frente a un ballotage, el electorado se vería forzado a una alternativa de hierro: elegir entre el oficialista Scioli o el opositor Macri. Es decir, entre el continuismo y el cambio. En ese escenario serán los votantes y no los acuerdos entre dirigentes políticos quienes definirán al próximo presidente de los argentinos.

En otras palabras, Macri cifró todas sus esperanzas de alcanzar la presidencia en un triunfo en segunda vuelta, en consecuencia ha previsto una estrategia y los recursos humanos y económicos para llevarla a cabo.

Por lo tanto, para Macri los resultados del domingo significaron una clara victoria –aún cuando en realidad salió segundo- y así lo ha vivido tanto él como sus partidarios. En Cambiemos se sienten ampliamente triunfadores y van por más.

El kirchnerismo, por el contrario, cifraba todas sus esperanzas en obtener una clara victoria en la primera vuelta contra una oposición dividida, tal como había ocurrido en los comicios presidenciales de 2003, 2007 y 2011. Contaba para ello con todo el peso del aparato informativo y publicitario manos del Estado. Además partía de un piso electoral de aproximadamente el 27% del electorado, conformado en su mayor parte por la adhesión que lograba entre los beneficiarios de la ayuda social, entre los jóvenes votantes de menor experiencia y de todos aquellos que obtuvieron empleos estatales y otras ventajas en la llamada década ganada.

Este piso electoral parecía suficiente para superar el 40% de los votos y mantener una distancia de más de diez puntos del más inmediato competidor.

En pos de tal objetivo, Cristina Kirchner forzó a los miembros de La Campora y a los sectores más radicalizados que la apoyan a aceptar a un candidato presidencial que no sentían como propio pero que parecía capaz de aportar la suficiente cantidad de votantes independientes como para asegurar el triunfo en la primera vuelta. El gobierno sabía que debía tratar de evitar una segunda vuelta en la que el voto opositor se unificaría.

En consecuencia, al no alcanzar este objetivo, tanto Daniel Scioli como todo el kirchnerismo se sintieron derrotados y así lo transmitieron a la sociedad. Es que no sólo debían ir a una segunda vuelta –la primera que se llevara a cabo en la historia argentina- sino que el candidato oficial fue derrotado claramente en su propio distrito –allí donde se sitúa el 38% del electorado-, el cual gobernó los últimos ocho años. El peronismo no perdía en la provincia de Buenos Aires desde el año 1983.

Por otra parte, mientras Mauricio Macri es el líder indiscutido de Cambiemos. Scioli no conduce al peronismo histórico, ni mucho menos al kirchnerismo. Tampoco cuenta con la adhesión de un bloque de legisladores o un conjunto significativo de intendentes bonaerenses que sigan sin retaceos sus directivas.

Es más, Scioli se ve obligado a organizar su repliegue del gobierno bonaerense dejando en su reemplazo a un opositor que seguramente posará su ojo crítico sobre la gestión pasada en búsqueda de irregularidades. También debe encontrar la forma de contener y evitar la espantada de los cuadros políticos que pierden sus cargos y prebendas la provincia y las intendencias sin tener la certeza de que encontrarán una alternativa en un futuro gobierno nacional. Simultáneamente, Scioli debe enfrentar una nueva elección donde el único candidato será él y en la cual el pronóstico inicial no se presenta como muy halagador.

La pregunta clave consiste en saber si Scioli cuenta con la presencia de ánimo suficiente para triunfar en esta nueva contienda e incluso si posee los recursos financieros y los apoyos políticos suficientes para librar con posibilidades de éxito una lucha a cara o cruz por la presidencia.

Incluso es un interrogante cuál será la actitud que adoptará Cristina Kirchner. La primera mandataria saliente nunca contó entre sus afectos al mandatario bonaerense y mucho menos a su esposa, Karina Rabollini, con quien mantiene una sórdida rivalidad femenina.

No se fía de su candidato y por ello intentó rodearlo de sus más incondicionales seguidores –especialmente Carlos Zannini y Aníbal Fernández- para asegurarse que una vez presidente Scioli no se apartase de sus directivas, le asegurase impunidad en las múltiples causas penales que tiene abiertas en la justicia y le guarde el “sillón de Rivadavia” hasta su eventual regreso en 2019.

El apoyo de Cristina al motonauta durante la campaña electoral fue a cuenta gotas y con marcadas reticencias. La presidente no ahorró a su candidato desaires y humillaciones. Muchas veces guardó un silencio cómplice cuando sus más fieles partidarios punzaban al gobernador con comentarios hirientes. Ahora se encuentra a mitad del río y enfrenta la alternativa de acompañar a su candidato en una posible derrota o tomar una relativa distancia de él, preservando su imagen de candidata nunca derrotada para competir por la presidencia nuevamente en el 2019.

Finalmente, el candidato presidencial del Frente para la Victoria debe resignarse a la incertidumbre que le genera saber cuál será el comportamiento final de los gobernadores e intendentes peronistas y de los militantes de La Campora.

El 22 de noviembre nadie se juega su suerte política salvo Daniel Scioli y Mauricio Macri. Tal como hemos señalado, Macri cuenta con un aparato político propio no dependiente del control del Estado o del apoyo de otro líder político.

La estructura que apoya a Scioli no le es propia, se encuentra en otras manos –ya sea de los tradicionales caudillos peronistas o de Cristina Kirchner-, además es extremadamente dependiente del flujo de dinero que aporten quienes dirigen la campaña a nivel nacional y de la credibilidad de las promesas de cargos públicos en una futura administración sciolista. Si alguno de estos componentes falla nadie sabe con certeza si este aparato –con sus punteros, fiscales y aparato de prebendas, medios de transporte gratuitos para los electores, los incentivos económicos a los votantes y otras corruptelas habituales en el comportamiento electoral del peronismo- se pondrá realmente en marcha  o tan sólo harán una presencia formal en los comicios.

El delicado balance de todos estos aspectos y las conclusiones a que arribe el candidato oficial determinará, pese a todas las declaraciones previas, si finalmente competirá en el ballotage o se retirará para negarle a Mauricio Macri una clara victoria.

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