LA CASA MONTONERA
El 25 de mayo de 1973, la asunción de un gobierno democrático, y el retorno al poder del peronismo tras casi dos décadas de proscripción, marcó uno de los periodos más caóticos y anárquicos de la historia argentina. Durante los 1.035 días que duraría esta nueva experiencia democrática se alternarían en el poder cuatro presidentes de la nación y ochenta ministros. La violencia política alcanzó niveles astronómicos cuando al terrorismo revolucionario se sumó el terrorismo de Estado protagonizado por grupos parapoliciales. La economía se derrumbó después que una combinación de precios máximos y desabastecimiento que disparó la inflación a niveles nunca vistos antes.
El clima de
anarquía comenzó en el mismo acto de traspaso del gobierno a las autoridades
electas. En la Casa Rosada
-bautizada por los manifestantes como “Casa
Montonera”-[i],
la ceremonia se realizó en un marco cargado de tensión. En la Plaza de Mayo se
produjeron incidentes entre las autoridades militares salientes y los
manifestantes peronistas que arrojaron varios muertos, cinco automóviles particulares, una
motocicleta y un camión celular de la Policía Federal volcados e incendiados.
Desde el día
anterior grupos de manifestantes juveniles acamparon y encendieron fogatas en
la Plaza de Mayo. Enormes banderas y las fotos de los terroristas muertos en
Trelew anunciaban la presencia de las “formaciones
especiales”: FAP, FAR y Montoneros. Los manifestantes alborozados entonaban
cánticos contra los militares: “Se van,
se van y nunca volverán”. Otras consignas anunciaban la llegada de la
utopía al poder: “Que lindo, que lindo,
que lindo que va a ser, el Hospital de
Niños en el Sheraton Hotel”. [ii]
El día de la
asunción del gobierno una verdadera alfombra humana cubría la Plaza de Mayo y
la avenida de Mayo desde la casa Rosada hasta el edificio del Congreso
Nacional. Para muchos esta era la posibilidad de ver un verdadero acto peronista, el primero desde 1955, una
manifestación que sólo conocían por referencias de sus mayores. La euforia
popular y la curiosidad fueron más convocantes que la ideología política. Todos
querían sumarse a la fiesta ciudadana y saludar al nuevo gobierno democrático.
Matrimonio jóvenes concurrían con sus hijos de corta edad esgrimiendo banderas
argentinas. Hombres maduros, que habían acompañado a Perón en los días de 1945,
volvían al escenario de tantas convocatorias populares anhelando que la magia
hiciera resurgir la prosperidad de antaño.
Entre la multitud,
ese día en la Plaza, no faltaron los famosos como Soledad Silveyra, Juan Carlos
Gené –nombrado pocos días después director general del Canal 7 de televisión-,
la modelo Chunchuna Villafañe, Irma Roy y su marido el periodista Osvaldo
Papaleo, el cantante Piero, junto a intelectuales como Arturo Jauretche,
sacerdotes tercermundistas como Carlos Múgica, o incluso el cardiocirujano
Miguel Ángel Bellizi.[iii]
Pero, poco faltó para que la fiesta terminara en tragedia.
CÁMPORA EN EL CONGRESO
Siguiendo la
tradición, Cámpora inició las ceremonias de asunción presentándose ante la
Asamblea Legislativa formada por ambas cámaras de legislatura. El odontólogo de
San Andrés de Giles, leyó un extenso y aburrido discurso de tres horas y media
de duración. En el mismo presentó un ambicioso programa de acción. En la alocución no
faltaron los elogios a Perón y Evita y un encendido tributo a “una juventud maravillosa [que] supo responder a la violencia con la
violencia”, pero dio la seguridad a los asistentes de que “la violencia decaerá. La paz prevalecerá”.
Cámpora, para
remarcar la orientación que seguiría su gobierno dijo: “No vacilo en proclamarlo: ¡es la hora de Perón! Y se que interpreto el
sentimiento que anida en los hombres y mujeres de Patria”. [...] “¡Por decreto
del 31 de octubre de 1955 quienes utilizaban sus armas contra el pueblo
privaban de su grado al Teniente General don Juan Perón!” [...] “Como
Presidente de los argentinos e interpretando su asentimiento prácticamente
unánime he de hacer todo lo que sea necesario para el reintegro formal del
grado al General don Juan Perón.”
La extensa
alocución concluía diciendo: “La
Revolución pacífica que vamos a realizar mediante un conjunto de medidas de gobierno
que irán directamente a la raíz de nuestros males, exige también su desarme de
los ánimos, que ha estado siempre en nuestro temperamento y en nuestra
intención”.
“La Revolución no es para nosotros una gimnasia ni una
profesión. Es una conducta. Desde hace treinta años, desde 1943, los hombres
que hoy tenemos la responsabilidad de gobernar vivimos en Revolución”.
“Quienes se suman hoy a nuestra marcha tienen que aceptar
que el ritmo, el procedimiento y los objetivos, los fijamos nosotros, los que
conocemos el punto de partida y las acechanzas del camino. Los que hemos
recorrido este largo sendero que si en algunos momentos fue de gloria y
alegría, también supo ser de negación, de sangre y de dolor. Y lo hemos
transitado sin perder nunca el rumbo y sin traicionar jamás la fe depositada en
nuestras manos”.
“Nuestra posición doctrinaría es la que ha definido el general Perón. Ni más acá ni más allá de nuestra doctrina”.
“Con total acatamiento a lo que el pueblo quiere, porque el
pueblo identificó una conducta y un programa en nosotros, a través de la figura
de Perón y de la doctrina justicialista que levantamos como bandera”.
“Esta es la lealtad esencial que el pueblo espera de quienes
fuimos elegidos por sus votos: No alterar. No adulterar. No traicionar. Ser
esencialmente fieles a la voluntad popular”.[iv]
VIOLENCIA EN LA PLAZA
Terminada la ceremonia en
Congreso de la Nación el presidente intentó trasladarse en automóvil a la Casa
Rosada. La gran multitud y el fervor de la gente impido que Cámpora hiciera el
trayecto en automóvil tal como estaba previsto. Debió trasladarse en
helicóptero.
Tampoco pudo realizarse el
desfile militar. En la zona de Plaza de Mayo, en especial en la intersección de
la Avenida de Mayo con la calle Perú se produjeron una serie de incidentes
entre manifestantes y militares. En especial con el destacamento perteneciente
a la Escuela de Mecánica de la Armada. La Armada concitaba, especialmente, el
odio de los manifestantes, los peronistas ortodoxos la responsabilizaban por
los bombardeos de la Plaza de Mayo en junio de 1955, en tanto que la Juventud
Peronista los acusaba de la Masacre de Trelew.
Otros manifestantes habían
impedido a las ocho de la mañana que el intendente municipal Saturnino Montero
Ruiz, acompañado de tres oficiales de las fuerzas armadas cumpliera con la
tradicional ceremonia de izar el pabellón nacional en el mástil de la Plaza de
Mayo.[v]
A las diez y media de la mañana,
la Plaza de Mayo resultaba chica para la multitud que presionaban, en oleadas
sucesivas, sobre el palco oficial y la propia Casa Rosada. Los manifestantes
invadieron también el palco oficial que pasó a convertirse en “Palco del Pueblo”. Había gente en los
balcones del Cabildo, en la terraza de la vieja Curia, quemada en junio de
1955, sobre el techo de la Catedral formando un gigantesco símbolo de Perón
Vuelve para que los vieran desde el aire. Gente sobre los árboles, los faroles
y en la propia fachada de la Casa Rosada.[vi]
Las puertas de la Casa Rosada
debieron ser fuertemente cerradas para impedir que grupos de exaltados
manifestantes ingresaran al recinto donde debía efectuarse la transición del
mando presidencial. Los insultos y escupitajos empezaron a llover sobre
oficiales del Ejército y el cardenal arzobispo de Buenos Aires cuando se
aproximaron al edificio. Algunos jefes militares debieron apelar a las armas
para preservar su integridad de la furia de los manifestantes, tal lo ocurrido
con los custodias del Comandante en Jefe de la Armada, Almirante Carlos Guido
Natal Coda, que dispararon contra la multitud para impedir que agredieran a su
jefe provocando una decena de heridos. El personal policial que custodiaba la
zona era agredido, algunos perdieron sus gorras y sus armas, otros debieron de
aceptar pasivamente que grupos de la Juventud Peronista pintaran con aerosoles
la “V” y la “P” sobre sus uniformes.
Por momentos, los efectivos
policiales de la Guardia de Infantería reprimían a la multitud para contenerla,
el aire se tornaba irrespirable, los proyectiles y las corridas provocaban
heridos y desmayados. Finalmente grupos
de activistas de la Juventud Peronista tomaron el control del acto y comenzaron
a establecer cierto orden. A lo largo de la Avenida de Mayo se rompieron
vidrieras y algunos negocios fueron saqueados por los manifestantes, entre
ellos el local de la sastrería Modart sito en la esquina de Avenida de Mayo y
Perú. Se incendiaron varios vehículos que no pudieron ser retirados a tiempo
por la policía. El saldo de víctimas de la jornada nunca se daría a conocer,
pero un centenar de personas recibieron heridas de armas de fuego, pisotones y
apretujones.
LOS COMPAÑEROS PRESIDENTES
Dentro de la Casa Rosada, los
militares trataban de sobrellevar con estoicismo las diversas humillaciones a
que eran sometidos. No parecían poder creer lo que sucedía. Los asistentes
entonaban las estrofas de la marcha peronista y levantaba los brazos haciendo
la ”V” de la victoria mientras el
presidente Cámpora recibía la banda y el bastón presidencial. El presidente de facto saliente,
Alejandro A. Lanusse escuchó los cánticos, firme como una estaca, con una
sonrisa apenas insinuada y desafiante. A su lado, en un lugar de preferencia,
fueron ubicados el presidente socialista de Chile, Salvador Allende y el
presidente comunista de Cuba, Osvaldo Dorticós Torrado, a quienes la izquierda
peronista saludaba alborozada como “compañeros
presidentes”.
Según lo planeado, Héctor J.
Cámpora juró como primer presidente peronista, dieciocho años después del
derrocamiento de Perón. En un hecho inédito, el acta de asunción del flamante
presidente democrático fue rubricada por los presidentes Allende y Dorticós,
más tarde también lo haría el presidente del Uruguay Juan María Bordaberry a
quien los manifestantes impidieron su ingreso a la Casa Rosada.[vii]
También estuvo presente el primer ministro del Perú, Edgardo Mercado Jarrin.
Los miembros de la saliente Junta Militar debieron retirarse del edificio en
helicóptero para evitar nuevos incidentes con los exaltados manifestantes. El
único que partió en automóvil fue el Teniente General Lanusse, quien con un
gesto personal de indudable coraje y ánimo provocador dijo: “Yo no me ando escapando de
nadie. Me iré por donde vine”. Contra todas las previsiones, pudo salir en
su vehículo sin ser molestado mayormente por la multitud.
Después de asumir el cargo, Cámpora
habló al pueblo desde el histórico balcón de la Casa Rosada en el cual tantas veces
había acompañado a Perón, instando a la calma. Junto a él se encontraban además
de sus ministros los siete delegados de las Regionales de la Juventud
Peronista. El nuevo presidente hizo referencia a grupos que “han querido provocar y distorsionar esta
fiesta” y terminó solicitando “de
casa al trabajo y del trabajo a casa”. Luego, en un mensaje difundido por
radio y televisión, reiteró sus recomendaciones ante el cariz violento que
asumían los hechos, exhortando a la calma “a
los compañeros y a las fuerzas de seguridad”.[viii]
EL DEVOTAZO
Pero el 25 de Mayo de 1973 no ha
terminado aún. Finalizados los festejos
por el traspaso del mando en la Casa Rosada y los incidentes en la Plaza de
Mayo, tanto la Juventud Peronista como las distintas organizaciones terroristas
convocaron a trasladarse a la cárcel de Devoto para “liberar a los compañeros presos” bajo una de las consignas más coreada en los actos peronistas: “El
Tío Presidente libertad a los combatientes”.
Al anochecer, varias columnas de
manifestantes provenientes del centro de la ciudad convergían hacia el barrio
de Villa Devoto. Unas treinta mil personas se congregaron rodeando los muros
exteriores de la cárcel, exigiendo la libertad de los presos políticos, muchos
de ellos terroristas condenados. “Minuto
a minuto –relata Bonasso- llegaba más camiones y ómnibus y más caravanas a
pie, con una consigna muy clara: ‘No
moverse hasta que salga el último compañero’.”[ix]
Dentro del penal, desde las
primeras horas del día 25 de mayo, los miembros de las organizaciones
terroristas allí detenidos habían tomado los pabellones donde estaban alojados,
protagonizando episodios de violencia con el personal del Servicio
Penitenciario Federal que, sin embargo, retuvo el control de los patios internos
y del perímetro de seguridad. Los reclusos respondían al comando de Fred Ernest, por parte de los Montoneros y
Pedro Cazes Camarero por el PRT – ERP y controlaban también la central
telefónica.
En el Congreso Nacional, la
flamante Cámara de Diputados, presidida por Raúl Lastiri, había formado una
comisión integrada por una docena de legisladores para conocer la situación de
los detenidos políticos en las cárceles porteñas. Los miembros de esta comisión
se trasladaron de inmediato a los penales porque existían versiones de que se
encontraban tomados por los presos.
El Secretario General del Partido
Justicialista, Juan Manuel Abal Medina, a pedido del diputado Julio Mera
Figueroa, se trasladó al penal de Devoto donde después de varias horas cargadas
de tensión se encargó de gestionar la liberación de los presos políticos.
EL 25 EN LA CALLE, EL 26 EN LA TRINCHERA
Debemos recordar
que cuando comenzó a generalizarse la violencia terrorista, durante el gobierno
de la llamada “Revolución Argentina”,
el presidente Lanusse y su ministro de Justicia, el doctor Jaime Perraiaux,
crearon, el 15 de julio de 1971, la Cámara Federal en lo Penal.[x]
Un tribunal con
jurisdicción en todo el país para combatir con la ley los hechos de terrorismo.
Al 25 de mayo de 1973 –según señala el doctor Jaime Smart-, la Cámara había
dictado 600 sentencias condenatorias y se encontraban a la espera de ser juzgados unos 500 terroristas más.[xi]
Muchos de estos
terroristas se encontraban detenidos en la Unidad Nº 2 del Servicio Penitenciario
Federal, cita en el barrio porteño de Villa Devoto. Entre ellos Rodolfo Alsina
Bea, Manuel Ponce de León y Sigfrido De Benedetti, todos ellos procesados por
el secuestro y posterior muerte del presidente de la Fiat, Oberdán Sallustro;
Roberto Montoya y Julio Roqué, por el asesinato del General Juan Carlos
Sánchez; Alberto Carlos Maguid, por el asesinato del Teniente General Pedro
Eugenio Aramburu, y María Antonia Berger, Ricardo René Haidar, y Alberto Camps,
sobrevivientes de la Masacre de Trelew.[xii]
Apelaremos al
testimonio de Juan Manuel Abal Medina –recogido por Ernesto Jauretche- para
obtener una versión de cómo se desarrollaron los hechos en el penal de Devoto: “Yo no ocupaba ningún cargo público, era
Secretario del Movimiento. Ese 25 de mayo todo se precipitó a un ritmo
imposible. Sobre ese asunto yo le comenté al doctor Cámpora, que veía difícil
demorar las definiciones hasta el momento en que se aprobara la ley de
amnistía, como estaba previsto. Me parecía un imposible político: era muy
peligros. Estábamos hablando de miles de presos por todo el país en una
situación política terriblemente fluida... Y allí perdimos contacto con el
doctor Cámpora durante las tres o cuatro horas siguientes porque el protocolo
lo bloqueó. Teníamos la visita de muchos jefes de Estado extranjeros y había
toda una secuencia de hechos a los que prestar atención. Entonces tuve que
definirme ahí mismo, definir las cosas un poco por mi cuenta”.
“Sabíamos que en Devoto este tema se vivía de una manera
explosiva. Julio Mera estaba informándome, y me dijo que la situación era
insostenible, que podía haber violencia en cualquier momento. Por ese motivo me
fui hasta allí. Cuando llegué a Villa Devoto ya el problema se había extendido,
porque había más de 300 presos comunes fuera de sus celdas y de sus zonas.
Incluso muchos de ellos estaban bastante drogados y alcoholizados.
Indudablemente que eso amenazaba convertirse en un desastre en el primer día de
gobierno. Y allí realmente... bajo mi responsabilidad, acompañado de tres
diputados (Julio Mera, Santiago Díaz Ortiz y creo Diego Muñiz Barreto), ordené
al director de la cárcel que abriera las puertas y soltara a la gente.”
“Esto no tenía, obviamente, legalidad, pero sí teníamos
poder político para hacerlo, y creo que en el momento con esa decisión se evitó
un hecho más grave. Esto ha sido muy criticado después; pero yo no veo qué otra
solución podría haber tenido la situación que se había creado. Se llegaba a la
violencia en cualquier momento. Sobre todo porque había una columna del ERP,
sumamente agresiva y armada, justo en la puerta del penal. En ese sentido esto
no tenía otra solución. Pero, por otra parte, nosotros habíamos hecho una
consigna de campaña aprobada por el General que decía ‘Ni un solo día de
gobierno peronista con presos políticos’. Y bueno, debíamos cumplir.”
“El doctor Cámpora actuó a la altura de las circunstancias.
Podría haberse sentido molesto de que yo hubiera adoptado esa actitud. No hubo
absolutamente nada de eso. Al contrario. En la noche, ya muy tarde, se
instrumentó el indulto que firmó el Presidente, para que al día siguiente
salieran los presos de las demás cárceles.”[xiii]
La amnistía del 25
de mayo de 1973 liberó a unos 1.500 terroristas junto con presos políticos y
delincuentes comunes sin que se exigiera a las organizaciones terroristas
ninguna contrapartida. Ni un alto el fuego, ni la entrega del armamento que
habían robado de diversas instalaciones militares, ni siquiera que liberaran al
contralmirante Alemán secuestrado por un comando del PRT-ERP.
Del penal de Devoto fueron
liberados 371 detenidos. Otros 173 detenidos llegaron por vía aérea a Buenos
Aires, desde Rawson, el día 26 de mayo. En el aeropuerto de Ezeiza se
produjeron nuevos incidentes, ataques a las autoridades y depredaciones. Las
paredes de la estación aérea y hasta algunos aviones quedaron cubiertos por
leyendas de las organizaciones terroristas pintadas por jóvenes encapuchados
que recibieron con euforia la llegada de los liberados.[xiv]
En alguna pared olvidada de la
ciudad de Buenos Aires, una pintada, mezcla de consigna política y programa
político, advertía premonitoriamente: “el
25 en la calle, el 26 en la trinchera”. Pronto, la sociedad argentina comprendería
que el gobierno constitucional no generaría automáticamente la pacificación de
los espíritus ni la tan ansiada paz social.
Pocos días después
de la asunción de las autoridades democráticas, los miembros de la Cámara Federal
comenzaron a sufrir amenazas de muerte. Al mismo tiempo, recibieron presiones
desde diversas instancias gubernamentales. Cuando el cadáver del terrorista,
del ERP - 22 de Agosto, Fernández Palmeiro, asesino del contralmirante Hermes
Quijada ingresó a la morgue, el coronel Alberto Cáceres informó a la Cámara
Federal que “por orden de Cámpora debía
suspenderse la autopsia”. La situación se hizo insostenible para los
camaristas que retiraron sus efectos antes de la disolución del Cuerpo. Días
antes del cambio de gobierno, los miembros de la Cámara Federal, enviaron a la
Armada el armamento secuestrado a los terroristas y fotocopia de los
expedientes elaborados por el cuerpo.[xv]
Posteriormente,
cuatro de los miembros de ese tribunal sufrieron atentados, entre ellos el que
costó la vida al doctor Quiroga. Los que no murieron debieron exilarse y todos
los empleados fueron dejados cesantes sin indemnización alguna, degradados y
perseguidos.
Este fue el
comienzo de una época trágica que algunos vivimos, otros han convertido en un “relato” y los más jóvenes sólo conocen
por referencias interesadas que pretenden presentar unos tiempos trágicos como
si de una epopeya se tratara.
[i] GENTE
Y LA ACTUALIDAD: “25 DE MAYO DE 1973 – 24
DE MARZO DE 1976. Fotos – hechos. Testimonios de 1.035 dramáticos días”.
Editorial Atlántida. Bs. As. 5 de octubre de 1979. Pág. 13.
[ii]
TESTIMONIO DIRECTO DE AUTOR, quien en esa oportunidad asistió al traspaso de
mando en la misma Plaza de Mayo y en
instalaciones del Ministerio de Trabajo.
[iii] EL DESCAMISADO: Año 1,
Nº 2. Martes 29 de mayo de 1973. Pág. 11.
[v] GENTE
Y LA ACTUALIDAD: “25 DE MAYO DE 1973 – 24
DE MARZO DE 1976. Fotos – hechos. Testimonios de 1.035 dramáticos días”.
Editorial Atlántida. Bs. As. 5 de octubre de 1979. Pág. 13.
[vi]
GENTE Y LA ACTUALIDAD: Op. Cit. Pág. 123.
[vii]
Otro asistente que debió enfrentar la hostilidad de los manifestantes fue el
Secretario de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica Willian Rogers que
prefirió no arriesgarse en la Plaza de Mayo y permaneció en la embajada de su
país.
[viii] MACEYRA, Horacio: Op.
Cit. Pág. 74.
[ix]
BONASSO, Miguel: “El presidente que no fue. Archivos secretos del peronismo”. Ed. Planeta. Bs. As. 1997. Pág.
477.
[xi] LEGUIZAMON VIGO, Javier:
Op. Cit. Pág. 90.
[xiii] JAURETCHE, Ernesto: “Violencia y política en los 70. No dejés
que te la cuenten”. Ediciones del pensamiento nacional. Bs. As. 1997. Pág. 193.
[xiv] SOMOS: “Historia y personales de una época
trágica’’. Editorial Atlántida. Bs. As. Pág. 50.Op.
[xv] GENTE: Op. Cit. Pág. 23