Si yo fuera prudente o mejor dicho si fuera inteligente nunca escribiría
este artículo porque el riesgo de ser mal interpretado, o más aún de ser
considerado un traidor por algunos argentinos bien intencionados pero con
opiniones distintas, es muy alto. Pero es el 2 de abril y el ejemplo de nuestros
muertos en aquella gesta heroica me inspira y me da la audacia necesaria para
decir lo que creo debe decirse.
Desde el fin de la guerra en 1982, el tema Malvinas se ha convertido en una
piedra en el zapato de la política exterior argentina. En el artículo anterior,
referido a Rusia, mencioné que todo Estado que pierde una guerra sufre tres
consecuencias: pierde territorio, es desarmado y su economía es dañada como una
forma de evitar que recupere la capacidad ofensiva. Analicemos brevemente como
éstas consecuencias han producido en la Argentina.
Como consecuencia de nuestra derrota en Malvinas hemos perdido el control
de una gran extensión de nuestro mar continental y de nuestra plataforma
marítima, que nos ha afectado económicamente al privarnos de la explotación de
los recursos de esa área.
En lo militar, comparativamente nuestro potencial es relativamente muy
inferior al que el país disponía al momento de iniciarse el conflicto bélico.
Hemos perdido nuestro portaviones, se ha reducido sensiblemente nuestra flota
de mar y el número de nuestras unidades de infantería de marina. En tierra, los
vehículos blindados y helicópteros además de ser pocos, están en pésimo estado
de mantenimiento y son de modelos obsoletos. Algo similar ocurre con nuestra
Fuerza Aérea que ha perdido no solo su capacidad de reabastecimiento en vuelo, se
han reducido sus medios de transporte aéreo y en número de sus aviones de
combate. La Argentina, tras suprimir el servicio militar obligatorio y reducido
–o mejor dicho suprimido- la instrucción de combate en sus Liceos Militares,
carece de una reserva militar adecuadamente instruida y con un mínimo estado de
alistamiento como para que sea de utilidad en caso de una crisis militar. No
voy a entrar en detalle sobre el estado de preparación, instrucción y espíritu
de combate de los cuadros de las FF. AA., para no ofender a nadie o cometer
injusticias con quienes hoy visten el uniforme de la Patria. Pero, el lector
puede sacar sus propias conclusiones al respecto.
En cuanto a la destrucción de nuestra economía la verdad es que no podría
responsabilizar a país alguno por los problemas financieros que hoy atraviesa
la Argentina. Para eso los argentinos somos autosuficientes.
UNA PEQUEÑA AYUDA DE NUESTROS AMIGOS
BRITÁNICOS
Pero, en lo que hace a la degradación de nuestra capacidad militar estoy
convencido que obraron influencias externas, especialmente provenientes del
Reino Unido y de sus aliados de la OTAN, para llevarnos a la situación actual.
Empleando como ariete al tema de las violaciones a los derechos humanos y
el haber involucrado al país en una guerra insensata que nos enfrentó con
nuestros aliados del bloque
occidental se ha creado un abismo entre las FF. AA. Y el pueblo argentino. No
importa que hayan transcurrido treinta años desde que los militares abandonaron
el poder, hay sectores interesados en infectar a las nuevas generaciones con el
odio del pasado y en mantener las heridas en el cuerpo social permanentemente
abiertas.
Este enfrentamiento entre las FF. AA. y su pueblo debilitan a la Nación y a
cualquier gobierno argentino que quiera presentar un frente nacional unido para
lograr que el Reino Unido entable algún tipo de negociación con respecto a la
soberanía de las Malvinas.
Además, el Reino Unido hace valer sus influencias y sus alianzas políticas
para impedir que la Argentina adquiera equipamiento militar de última
generación. Cuanto mayor sea la capacidad ofensiva de las FF. AA. argentinas
mayores serán los costos británicos para garantizar la seguridad de las islas.
Una mayor capacidad bélica de Argentina también influirá sobre el análisis de
riesgos de las empresas internacionales interesadas en explotar los recursos
naturales del Atlántico Sur.
Pero, lo que más afecta a los intereses argentinos no es su inferioridad
militar sino la falta de un plan coherente y de objetivos realistas con
respecto a las Islas Malvinas.
El Reino Unido además de tener la posesión de las Islas, un
experimentado aparto militar y el apoyo
de la población local exhibe un plan concreto y coherente. Su estrategia
consiste en crear un consenso internacional –especialmente en el marco
regional- que propicie y acepte la creación de un “Estado títere” en Malvinas
que luego de declarar su independencia y obtener el reconocimiento
internacional probablemente suscribirá un tratado de alianza militar con la
OTAN, solicitará su ingreso a la OEA. Así protegerá su soberanía de cualquier
amenaza militar argentina sin necesidad de albergar efectivos militares
británicos. Los recursos petroleros y pesqueros de nuestra plataforma marítima
serán más que suficientes para garantizar un alto nivel de vida a una población
de tan sólo 2.400 habitantes. Además, para sostener la economía de un enclave
tan pequeño y de escas población, siempre se puede recurrir a crear allí una
suerte de “paraíso fiscal”, aún
cuando el clima tenga poco de paradisíaco.
La posición geoestratégica de las Malvinas, que las sitúa como una suerte
de portaviones natural para la explotación no sólo del Atlántico Sur sino
especialmente de la Antártida y los recursos de toda la región, serán
suficientes para vencer cualquier prurito que puedan tener la mayoría de los
veintiocho países de la Alianza Atlántica.
Frente a este plan británico, la cancillería argentina ha pretendido hacer
como si nunca hubiera perdido una guerra en la cual, el país actuó como agresor
abandonando el tenue paraguas protector que le brindaba el derecho
internacional y el hecho de haber sufrido un despojo colonial. Se ha limitado a
desempolvar antiguas resoluciones de Naciones Unidas y a realizar agotadoras
negociaciones y presiones diplomáticas para mantener el apoyo regional en las
votaciones de cada foro internacional. Los ministros que pasaron por el Palacio
San Martín han insistido en negarse a aceptar negociar con los isleños bajo el
argumento de que son parte de la potencia ocupante sin mayores derechos.
UNA PROPUESTA OSADA
Albert Einstein ha advertido que “la locura
consiste en hacer siempre lo mismo y esperar resultados diferentes”, sin
embargo esto es más o menos lo que la diplomacia argentina ha hecho durante
ciento ochenta años. Ahora el tiempo se nos está acabando y ha llegado el
momento de ser realistas y pragmáticos. Aceptar lo que no hemos querido aceptar
hasta hoy.
La única forma de intentar debilitar la posición diplomática británica es
proponer un diálogo franco y directo con los isleños de ser posible en una mesa
de negociaciones sin la directa participación del Reino Unido. Claro que para
llevar adelante una negociación productiva con los isleños, Argentina debe
hacer una oferta generosa y tentadora que despierte el interés de los
habitantes del Archipiélago.
Por ejemplo, negociar para un reconocimiento de nuestra soberanía en forma
gradual y a largo plazo. Podría establecerse un período de cien años para la
asimilación de las Islas a la Argentina. Durante esa etapa de transición
nuestro país podría comprometerse a no enviar a las islas personal militar o
político alguno, tan sólo una suerte de “Delegado
Presidencial” con funciones similares a las de un embajador, los isleños
podrían disfrutar de doble nacionalidad, las islas se desmilitarizarían, pero
los isleños conservarían sus propias instituciones y leyes, elegirían sus
propias autoridades y tendrían representación en el Senado de la Nación y en la
Cámara de Diputados como cualquier otra provincia argentina. El inglés y el
español serían reconocidos como lenguas oficiales. Los argentinos e isleños
podrían ingresar y radicarse indistintamente en el territorio continental o
isleño, desparecerían las áreas británicas de exclusión en torno a las aguas y
el espacio aéreo del Archipiélago, pero la Argentina se comprometería a no
enviar navíos militares a la misma. Los detalles de esta propuesta serían
objeto de negociación, pero creo haber reseñado el espíritu de la propuesta que
sería necesario formular para captar la atención de los isleños.
El gobierno argentino y los isleños podrían explotar en conjunto los
recursos naturales del Atlántico Sur, pero la Argentina acordaría con los
habitantes del Archipiélago un mecanismo de reconocimiento especial para sus
intereses económicos en la región. Lógicamente el gobierno isleño tendría
autonomía para administrar su economía e incluso se acordaría el uso de una
moneda común o un mecanismo económico para preservar a las Islas de los
vaivenes de la economía argentina.
Ambas partes se beneficiarían con la desaparición de las tensiones.
Argentina retomaría el control pleno de su plataforma marítima y mejoraría sus
relaciones diplomáticas con el Reino Unido superando las sanciones invisibles
que su hostilidad genera. Los isleños no sólo podrían continuar con su vida sin
alteraciones sustanciales por los siguientes cien años, sino que tendrían
acceso a los servicios y mercados argentinos para su abastecimiento,
comunicaciones y productos de exportación. Podrían incorporarse al Mercosur,
etc. La distensión en el Atlántico Sur seguramente atraería mayores
inversiones, etc.
Esta iniciativa tiene la ventaja que si los isleños se niegan a sentarse a
negociar o incluso si el Reino Unido impide de algún modo dicha negociación, la
Argentina al menos podrá mostrar al mundo que ha abandonado su intransigencia,
que está dispuesta a respetar los intereses y deseos de los isleños y que no es
un obstáculo para solucionar el conflicto. Todo ello mejoraría la actual
posición diplomática argentina y daría argumentos a los distintos gobiernos del
Tercer Mundo para seguir apoyando los reclamos argentinos de una negociación
sobre la soberanía en Malvinas.
Claro que esta propuesta constituye tan sólo un borrador, un aporte de
ideas para superar una situación crítica que si no sufre una sustancial
rectificación solo puede agravarse.
Al pueblo argentino se le está ocultando lo que realmente ocurre en torno
al tema Malvinas y cuando descubra esta dolorosa realidad posiblemente sea
demasiado tarde para corregir el rumbo.
En ocasiones debe aceptarse aún lo inaceptable. Cualquier concesión a los
isleños será preferible a la creación de un Estado que nos sea hostil en el
Atlántico Sur. No sólo perderíamos sustanciales recursos naturales.
Nuestro principal problema geoestratégico es que la Patagonia argentina
quedaría comprometida entre Chile y las Islas Malvinas, sometida a una amenaza
a dos frentes.
Chile con sus inocultables ambiciones sobre nuestro territorio patagónico y
su tradicional alianza diplomática con el Reino Unido, sería posiblemente el
más favorecido si en las Islas Malvinas se establece un Estado seudo-independiente
que gradualmente entraría en su esfera de influencia permitiéndole proyectarse
hacia el Atlántico Sur como una suerte de hegemónica potencia bioceánica
orientada hacia el control de los pasos interoceánicos y de la Antártida con
sus recursos. Por esos motivos considero que debe actuarse con prontitud y
decisión.
Espero que si el lector no coincide conmigo en este tema al menos comprenda
que este artículo pretende ser al mismo tiempo un llamado de atención y un
patriótico aporte de ideas destinado a proteger nuestros inalienables derechos
en Malvinas y el Atlántico Sur.
Seguramente, el problema Malvinas será uno de los primeros desafíos que
deba afrontar el gobierno que asuma el 10 de diciembre de 2015.
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