sábado, 29 de marzo de 2014

¿HACIA DONDE VA RUSIA?

 
El elemento principal de cualquier política de los Estados Unidos

hacia la Unión Soviética debe ser a largo plazo, paciente pero

firme y vigilante contención de las tendencias expansivas rusas…

George F. Kennan

 

LAS FUENTES DE LA  CONDUCTA RUSA

En tiempos de la Guerra Fría (1945 – 1991) los analistas de política internacional que trataban de comprender y hasta de predecir el rumbo de la política exterior rusa recibían la denominación de sovietólogos. Algunos de ellos adquirieron gran celebridad e influencia como los franceses Raymond Aron (1905 – 1983) y Hèléne Carrère d’Encausse (1929) o el polaco – estadounidense Zbigniew Brzezinski (1928).

Pero sin lugar a dudas el más importante de todos los sovietólogos fue el llamado “padre de la doctrina de la contención”, George F. Kennan (1904 – 2005) quien el 22 de febrero de 1946, siendo el segundo de la Embajada de los EE. UU. en Moscú envió un largo telegrama (5.500 palabras) al secretario de Estado James Byrnes explicando la mejor manera de conducir las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética.

En julio de 1947, Kennan, empleando el seudónimo de “Mister X” desarrolló esas mismas ideas en su artículo “Las fuentes de la conducta soviética”, publicado en la edición de julio de 1947 de la revista Foreign Affaire. La tesis central de Kennan en ambos escritos era que la política internacional de Rusia no era producto de la ideología bolchevique sino que respondía a la tradicional tendencia de los rusos a sentirse amenazados.

Por mi parte, amplios estudios sobre la historia rusa, así como los años que viví en la Federación de Rusia (1992 – 1997) mientras cumplía funciones diplomáticas en la embajada argentina en Moscú me llevaron a conclusiones similares. La historia rusa muestra que la política exterior de este país no se modifica por el hecho de que sea gobernado por los zares, por dirigentes bolcheviques o por tecnócratas postsoviéticos. La reciente crisis entre Rusia y Ucrania no ha hecho más que confirmar esta apreciación.

Para comprender cabalmente la reciente crisis entre estos países por el control de la península de Crimea es conveniente interpretar este hecho de un marco más amplio.

LAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA FRÍA

En primer término debemos considerar que la Guerra Fría fue ante todo una guerra como cualquier otra, aunque se librara de una manera particular.[i] Como todo conflicto bélico la Guerra Fría tuvo un vencedor: los Estados Unidos y un derrotado: la Unión Soviética.

Cuando un Estado es derrotado en una guerra suele sufrir tres tipos de consecuencias: se lo mutila territorialmente, se lo desarma para impedir que siga constituyendo una amenaza militar y se destruye su economía para evitar que se reponga y busque una revancha por la derrota sufrida.

Rusia sufrió estos tres castigos cuando desapareció la Unión Soviética en diciembre de 1991. No sólo perdió su glacis defensivo y su esfera de influencia en los países de Europa Oriental, sino que el territorio soviético se fragmentó en quince estados independientes algunos de ellos inviables geopolíticamente. La Federación de Rusia, que sucedió a la Unión Soviética, retrotrajo significativamente las fronteras rusas. Así, la Rusia del siglo XXI tenía menos territorio que el Imperio Zarista en el siglo XIX.

Algo similar ocurrió con el Ejército Soviético. Las fuerzas armadas de la Federación de Rusia no solo habían perdido sus bases e instalaciones militares de Alemania, Polonia y otros países de Europa Oriental, perdieron también sus instalaciones, equipos y personal militar que quedaron en las antiguas repúblicas soviéticas convertidas en estados independientes en muchos casos gobernados por dirigentes desafectos a Moscú.

No sólo se desarticuló su alianza militar, el Pacto de Varsovia, sino que algunos de sus antiguos integrantes se pasaron a la OTAN: Polonia, Hungría, República Checa. Bulgaria, Eslovaquia, Rumania, Croacia y Albania. Incluso las repúblicas soviéticas de Estonia, Letonia y Lituania cambiaron de bando sumándose a sus potenciales adversarios de la OTAN que pasó a sumar veintiocho estados miembros.

Además, el “Nuevo Orden Internacional” inaugurado en la década de los noventa significó para Rusia la pérdida de parte de su clientela en el Tercer Mundo. Incluso perdió las facilidades para sus submarinos y la base de guerra electrónica de Lourdes cerca de la Habana.

Estos cambios geopolíticos afectaron además su sistema de alerta temprana para el caso de un ataque misilístico por sorpresa. Al tiempo que los acuerdos de desarme suscriptos con los EE. UU. la obligaron a reducir los efectivos y materiales de sus fuerzas armadas.

Como resultado de este proceso, el potencial ofensivo de la Federación de Rusia es hoy muy inferior del que dispusiera la URSS en la década de 1980 cuando Mijaíl Gorbachov se convirtió en Secretario General del PCUS y por tanto en máximo líder soviético.

Tampoco la economía rusa alcanza actualmente los niveles de la era soviética, que pese a su precariedad, disponía de los mercados cautivos y abastecimientos a precios muy convenientes que le suministraba el COMECON y sus cuasi colonias de Europa Oriental.

Cuando la URSS se disgregó muchos rusos afrontaron los duros tiempos que le siguieron con la esperanza de que pocos años después podrían gozar de niveles de vida similares a los de la Europa Comunitaria. Convencidos que el socialismo soviético no funcionaba para ellos aceptaron de buen grado la costosa transición hacia el capitalismo con la esperanza de una vida mejor. Dos décadas más tarde esta esperanza se ha desvanecido. La prosperidad, el consumismo occidental y la apertura hacia el mundo se a hecho realidad tan sólo para una minoría de la población. Si bien la angustiante crisis económica de los noventa –cuando el sistema soviético había dejado de funcionar y la economía de mercado aún no lo había reemplazado- afortunadamente quedó atrás, también es cierto que los niveles de vida en Rusia son muy inferiores incluso a los que disfrutaban la mayoría de los países de Europa Oriental.

A grandes rasgos puede decirse que la economía rusa se parece a la de ciertos países del Tercer Mundo que aunque tienen un importante desarrollo industrial sus exportaciones más significativas son las materias primas. Mientras que China, India, Brasil y otros países recientemente industrializados inundan los mercados mundiales con productos elaborados, Rusia exporta fundamentalmente petróleo, gas, minerales y maderas.

EL RESURGIR DEL EXPANSIONISMO RUSO

Actualmente, Rusia está gobernada por una clase dirigente que promediaba la vida cuando su mundo estalló. En su inmensa mayoría se trata de antiguos cuadros del PCUS que ocupaban el estrato inferior de la nomenklatura soviética[ii] cuando sobrevino la disgregación de su patria y se modificaron todas las certezas y reglas de conducta en que habían sido educados y formados.

Las circunstancias los obligaron a cambiar y adaptarse a los nuevos tiempos. Son sobrevivientes, animales políticos muy adaptados pero que no han modificado en lo sustancial su visión del mundo. Para ellos, Rusia es aún una superpotencia cuya opinión en los asuntos internacionales debe ser tomada en consideración. Vladimir Putin (1952) es el mejor exponente de esa clase política.

Entonces, determinar hacia donde se dirige Rusia es sencillo se encuentra encaminada a la restauración gradual de su dominio sobre los antiguos territorios de la URSS. Sus dirigentes comprenden que no será una tarea sencilla ni inmediata. Pero creen que, además de ser este su deber histórico, están forzados a ello por las circunstancias.

La creciente expansión del poderío militar de los EE. UU. alimenta la tradicional desconfianza de los líderes rusos. No sólo la distancia entre el potencial bélico de Rusia y los EE. UU. se ha ampliado en favor de estos últimos, sino que las tropas de la OTAN se aproximan a las fronteras rusas tanto en Europa como en Asia alimentando la tradicional paranoia de los ocupantes del Kremlin.

Primero la Guerra del Golfo y luego la denominada Guerra contra el Terror han incrementado la presencia militar americana –con bases y tropas- en los países petroleros de Medio Oriente. En Asia, la OTAN dispone de facilidades militares en Pakistán y Afganistán y en el Océano Índico la Séptima Flota de los EE. UU. realiza intimidantes maniobras con su similar de Australia.

Desde el punto de vista de los líderes rusos, ellos no están desarrollando una política expansionista. Tan sólo están protegiendo y reforzando su despliegue estratégico en torno de sus fronteras frente a la agresividad de Occidente que golpea a sus puertas.

Por último, señalaremos que las antiguas repúblicas soviéticas son consideradas por Moscú como el “extranjero cercano” y que, para todo el pueblo ruso, Bielorrusia y Ucrania son algo similar a lo que fueron Alsacia y Lorena para los franceses a comienzos del siglo XX.

EL NUEVO ESCENARIO INTERNACIONAL

Esto hace predecir el comienzo de un tiempo en que el escenario internacional vivirá nuevas tensiones. No habrá un resurgir de la Guerra Fría porque no será una confrontación ideológica. Lo que se discutirá no será el modelo de sociedad sino la correlación de fuerzas en el sistema internacional. Al menos por ahora, los rusos son conscientes de su inferioridad estratégica. No obstante, es que esta propia debilidad los lleve a tensar la cuerda, retando a Occidente con una política de fait accompli[iii]. Pero, al menos por ahora, lo hará dentro del antiguo territorio soviético, un escenario donde los EE. UU. difícilmente se atrevan a interferir. Es por ello que los más preocupados debieran ser las dirigentes de las ex repúblicas soviéticas y del antiguo Bloque Socialista, en ese orden.

A Occidente le queda poco más que hacer como no sea recurrir a sanciones económicas y presiones diplomáticas. Pero, el Kremlin está demasiado acostumbrado a ellas para que surtan algún efecto. Posiblemente, lo más efectivo sería no alimentar la natural inseguridad rusa con actos de hostilidad.

No obstante, el mundo recuerda el lamentable resultado de la “política de apaciguamiento”, implementada en Europa entre 1938 y 1939. Es así que  Occidente se siente en la obligación de enviar alguna señal a los gobiernos amigos que se sienten amenazados por el resurgimiento del expansionismo ruso de que no serán indiferentes a lo que les ocurra.

 



[i] NOTA: El término "Guerra Fría" se ha utilizado también para definir un período de la historia del siglo XX comprendido a grandes rasgos entre el fin de la Segunda Guerra Mundial -1945- y la disolución de la Unión Soviética -1991-. Este término de origen estadounidense fue inventado,  en 1947, por el periodista Herbert B. Swope para su empleo en un discurso del senador Barnard M. Baruch. Lo recogió otro periodista, Walter Lippmann, que lo popularizó en una recopilación de sus artículos titulada "La guerra fría. Estudio de la política exterior de los Estados Unidos". A finales de los años cuarenta, la expresión había ganado carta de naturaleza y se utilizaba para designar al complejo sistema de relaciones internacionales de la posguerra, la pugna entre las superpotencias por la hegemonía mundial y la aparición de un abismo de hostilidad y temor entre los dos grandes bloques geopolíticos que habían heredado el espíritu de Yalta y San Francisco.
[ii] NOMENCLATURA: Esta denominación define una elite de la sociedad de la extinta URSS, formada casi exclusivamente por miembros del Partido Comunista de la Unión Soviética(PCUS) que tenía grandes responsabilidades como grupo humano encargado de la dirección de la burocracia estatal, y de ocupar posiciones administrativas claves en el gobierno, en la producción industrial y agrícola, en el sistema educativo, en el ambiente cultural, etc. obteniendo usualmente grandes privilegios derivados de la ejecución de dichas funciones. El término "nomenklatura" en ruso deriva del latín nomenclatura, que significa estrictamente "lista de nombres". Originalmente, cuando se instala el sistema soviético tras terminar la Guerra Civil Rusa (1917 - 1922, la "nomenklatura" era una simple lista de trabajos o cargos de administración pública con altas responsabilidades, cuyos ocupantes debían ser obligatoriamente miembros del PCUS o en todo caso aprobados por éste para dichos cargos. Por extensión, el nombre se empezó a usar también a las personas mismas que ocupaban tales puestos.
[iii] FAIT ACCOMPLI: Es una popular expresión francesa de uso común en la diplomacia internacional, que significa simplemente “hecho consumado”, se trata pues de una acción ejecutada antes de que los afectados por ella se encuentren en posición de enterarse de lo ocurre, con el objeto de impedir que la argucia sea revertida. A través de esta estrategia un actor impone su voluntad a otro poniéndolo en la posición de aceptar lo ocurrido o recurrir a la fuerza para modificarlo.

lunes, 24 de marzo de 2014

¿POR QUÉ HAY QUE CUIDARLA A CRISTINA?


¿POR QUÉ HAY QUE CUIDAR A CRISTINA?

Por el Dr. Adalberto C. Agozino

EL PAÍS DEL “YO NO FUI”

Días pasados he vivido dos hechos que deseo compartir con el lector porque me parecen un reflejo del país que vivimos. El primero de estos hechos ocurrió en la universidad privada en que dicto clases desde hace 35 años. Al detectar un error en el cómputo de mi antigüedad docente, fui a ver a la jefa del Departamento de Personal Docente para solicitarle que rectificara dicho error. Grande fue mi sorpresa cuando la respuesta de la joven empleada consistió en decirme con algo de indignación que ella no era responsable del error porque se había originado en “otra gestión”. Es decir, que el error se había producido antes de que ella sumiera su actual cargo cuando otra empleada estaba a cargo de ese Departamento. En consecuencia, como la anterior jefa se había desvinculado de la institución, ni ella ni la Universidad eran responsables por el error y por el perjuicio económico que me habían originado. Curiosa interpretación. Seguramente la juventud o la falta de conocimientos le impedían comprender a la jefa del Departamento Docente que existe algo llamado “continuidad jurídica” por los actos administrativos que una institución lleva a cabo a través del tiempo.

El segundo hecho es similar a este pero aún más pueril e insólito. Frecuentemente, me veo obligado a viajar en chárter desde la localidad bonaerense donde tengo mi residencia hasta la ciudad de Buenos Aires, como miles de sufrientes argentinos. La semana pasada efectué telefónicamente, como es habitual, la reserva de mi pasaje. La telefonista que atendió mi llamado confundió el horario de mi reserva y perdí el viaje.

El hecho era tan sólo un simple error humano que puede ser sencillamente comprendido y disculpado. De todas formas decidí formular un reclamo telefónico con el objeto de evitar la repetición del hecho y recordarle a los encargados de tomar las reservas que debían efectuar su trabajo con mayor responsabilidad y atención. Perder la reserva y no poder viajar siempre ocasiona al frustrado pasajero inconvenientes que nadie puede compensarle. Grande fue mi sorpresa cuando la telefonista algo molesta me dijo: “Yo no tomé la reserva fue Fulana y no tengo nada que ver”. Ante lo cual me vi obligado a recordarle a la inexperta telefonista que tanto ella como su compañera eran parte de una misma empresa y que precisamente esa empresa era responsable por los inconvenientes y perjuicios que la negligencia de sus empleados me habían ocasionado.

Estos hechos, más allá de lo poco significativos que puedan parecer son el reflejo de un país donde nadie se siente responsable de nada de lo que ocurre. Un país donde la culpa siempre la tiene el otro: los militares, los políticos, los empresarios, los peronistas, los villeros que viven de los planes sociales, los zurdos, los fachos, los periodistas o los medios. Cada cual puede elegir el chivo expiatorio de su preferencia para depositar en él la responsabilidad. Un país en que nadie asume su responsabilidad por la franca decadencia en que se debate la sociedad.

Porque si algo no admite discusión es que la Argentina en los últimos sesenta o cincuenta años ha perdido la posición de prestigio y consideración en el mundo. Pasando de ser un país en vías de desarrollo para convertirse en un país en vías de subdesarrollo.

Uno de más factores que más ha contribuido a esta decadencia es probablemente la tendencia fundacional que suelen asumir los gobiernos nacionales y la propia sociedad cada tanto.

LA TENDENCIA FUNDACIONAL

Los argentinos cada diez años estamos refundando a la Nación. Cada diez años aproximadamente rompemos o pretendemos romper con algún gobierno al que se responsabiliza por todos los males del presente.

La “Revolución” de junio de 1943, encabezada por la logia militar del GOU prometió terminar con la era del “fraude patriótico” y los gobiernos oligárquicos.

En 1955 la “Revolución Libertadora” puso fin a la llamada “Segunda Tiranía”, es decir, al gobierno constitucional de Juan D. Perón –recordemos que la “Primera Tiranía” era la época de Juan Manuel de Rosas-.

El 28 de junio de 1966, el general Juan Carlos Onganía y los militares del sector “azul” del Ejército derrocaron al gobierno semiconstitucional –tengamos en consideración que el peronismo durante esta etapa estaba proscripto- de Arturo U. Illia para llevar a cabo la “Revolución Argentina” que sacaría al país del subdesarrollo.

El 25 de mayo de 1973, el delegado de Perón, Héctor J. Cámpora asumió la presidencia de la Nación, frente a la atenta mirada de los presidente Salvador Allende de Chile y Osvaldo Dorticós Torrado de Cuba, para inaugurar en Argentina el “gobierno nacional y popular”. Mientras en la Plaza de Mayo los militantes de la Juventud Peronista cantaban alborozados: “Se van, se van y nunca volverán” en referencia a los militares que dejaban el poder.

Pero volvieron tan sólo tres años después. El 24 de marzo de 1976 los militares retomaron el poder e inauguraron “El Proceso de Reorganización Nacional”. Por fin el país iba a iniciar una etapa de verdadero desarrollo en orden y en paz, sin el terrorismo revolucionario ni el caso provocado por el desgobierno de María Estela Martínez de Perón.

El 10 de diciembre de 1983 los militares abandonaron humillados el gobierno. Atrás dejaban nueve mil desaparecidos, bebes apropiados, personas arrojadas vivas desde aviones al Río de la Plata y una guerra internacional perdida. Ante el fracaso de los militares retornó la institucionalidad al país.

De la mano de Raúl Alfonsín el país se reencontró con la legalidad constitucional, se juzgó a los integrantes de las Juntas Militares y de las cúpulas terroristas. Pero Alfonsín se mostró incapaz de encauzar la economía y debió dejar el gobierno seis meses antes del fin de su mandato corrido por la hiperinflación, los cortes de energía eléctrica, los saqueos y las protestas.

Arribó al gobierno entonces Carlos S. Menem quien convirtió al peronismo del nacionalismo estatista al neoliberalismo del “consenso de Washington” pero siempre en tono nacional y popular. Indultó a los militares y terroristas, estableció “relaciones carnales” con los Estados Unidos y restableció los vínculos con el Reino Unido al mismo tiempo que ponía el rostro del Che Guevara en una estampilla del correo argentino. Menem abrió la economía argentina al mundo, privatizó –o mejor dicho: regaló- las empresas estatales. Los argentinos pudieron comprarse las primeras computadoras y teléfonos celulares. El peso valía un dólar, los argentinos vacacionaban en Miami y gozaban de una tregua sin inflación o inestabilidad económica. Claro que en el proceso destruyó buena parte de la industria nacional y disparó los índices de desempleo. Pero, como el lector comprenderá siempre hay “daños colaterales”.

En 1999, de la mano de la Alianza de los radicales con el Frepaso, llegó a la presidencia Fernando de la Rúa. Un presidente de centro derecha liderando una coalición de centro izquierda. No podía durar y no duró. Dos años más tarde un pacto entre Duhalde y Alfonsín sepultó al gobierno de la Alianza. Pero el precio fue demasiado alto. La abrupta salida de la convertibilidad cambiaria, el corralito bancario y el endeudamiento externo se convirtieron en un coctel explosivo que una clase política inexperta e imprudente no supo manejar. El alegre festejo del default de la deuda en el Congreso Nacional, es el claro ejemplo de una sociedad donde nadie se siente responsable de los errores del pasado. Un país sin memoria colectiva, donde todos creen que cada tanto se puede recomenzar de cero sin la carga de los errores cometidos.

El 25 de mayo de 2003 asumió la presidencia Néstor Kirchner para continuar la fallida experiencia de gobierno del dentista Cámpora treinta años después. El gobierno argentino fue nuevamente “nacional y popular” pero mucho más rencoroso y revanchista.

Luego, de la mano de Cristina, el peronismo convertido en kircherismo retornó a la tradición del primer peronismo: la economía estatista y dirigista, a la defensa de la industria nacional, al culto a la personalidad, a la persecución de los opositores y disidentes, como así también de la prensa independiente. Nuevamente la Argentina se dividió en dos bandos irreconciliables.

EL PRÓXIMO GOBIERNO

El 10 de diciembre de 2015, la Argentina tendrá un nuevo presidente y se cerrará el ciclo kirchnerista pero el país será el mismo.

El nuevo gobierno no fundará un nuevo país o una nueva república simplemente representará un cambio de administración. Deberá reparar los errores del pasado, rectificar las políticas equivocadas y encontrar el rumbo adecuado para encauzar el país hacia la prosperidad, la integración regional y una adecuada inserción internacional.

El nuevo presidente recibirá de manos de Cristina Fernández de Kirchner no sólo la banda y el bastón, sino también un país que atraviesa una compleja realidad económica y social. Cuando el Papa Francisco aconseja: “cuiden a Cristina”, seguramente está pensando en la Argentina y no en la presidenta. Cuidar a Cristina para que termine la gestión lo mejor posible significa cuidar al país para no repetir los errores del 2001. A nadie, y menos que nadie al próximo presidente, le sirve que la Argentina se sumerja en un periodo de inestabilidad y confrontación similar al que hoy vive Venezuela, por ejemplo.

Por eso, es conveniente cuidar al actual gobierno y desear que culmine lo más normal posible… porque no tendrá una sucesión proveniente de sus propias filas. La era del kirchnerismo ha terminado y en el 2015 vendrá algo distinto seguramente algo mejor.

Pero el nuevo gobierno deberá gobernar a la misma sociedad que en su momento eligió a Cristina, a Néstor, a Menem, a De la Rúa, a Alfonsin o que inicialmente apoyó los golpes de Estado de 1976, de 1966, de 1955, etc. para luego arrepentirse y clamar por elecciones y constitucionalidad.

Entre todos hicimos la Argentina de hoy, no fue Cristina ni el kirchnerismo el único responsable de nuestra actual decadencia. Por lo tanto, es responsabilidad de todos que este barco arribe a buen puerto en diciembre de 2015.

Hasta entonces lo más conveniente para todos es preservar la gobernabilidad del país para evitar el caos. Recordemos que en las épocas de crisis profundas quienes más sufren son quienes menos tienen…