lunes, 27 de agosto de 2012

EL PERONISMO (1ª Parte)


          EL MOVIMIENTO MILITAR DEL 4 DE JUNIO DE 1943


1. LOS PROLEGÓMONOS

El presidente Roberto M. Ortiz se presentaba, como un dirigente liberal, inclinado hacia los aliados, con una interpretación matizada de la neutralidad, y con una franca decisión de favorecer la "legalidad democrática". Eso condujo a los nacionalistas a la crítica, pues al antiimperialismo británico de figuras tales como los hermanos Rodolfo u Julio Irazusta, Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz se habían sumado ya el antiimperialismo norteamericano de los seguidores de Manuel Ugarte y Raúl Haya de la Torre[i] que formaban parte de F.O.R.J.A. –Fuerza de Orientación Radical de la Juventud Argentina-. Por un lado, el nacionalismo era antinorteamericano neutralista -aunque esta vez el neutralismo era en sentido opuesto al del presidente favorable al Eje- porque las potencias del Eje luchaban contra la democracia y el comunismo, porque la neutralidad consistía en una tradición  coincidente con modelos como el de Francisco Franco en España o armonizaba con los aspectos más destacados de la política exterior de Hipólito Yrigoyen.

En las Fuerzas Armadas -especialmente en el Ejército- predominaba una actitud favorable a Alemania que se debía a varios factores concurrentes: la admiración profesional hacia la disciplina y la eficacia de la Wermarch. Debe recordarse la presencia de los expertos militares alemanes en la modernización del ejército argentino, y tenerse presente el entrenamiento de buena parte de los oficiales superiores en Alemania. A ese factor profesional deben añadirse la influencia ideológica del nacionalismo de derecha y la creencia en que la derrota británica podía convenir a los intereses argentinos en el campo económico.

            Mientras los argentinos dividían ostensiblemente sus simpatías y la tensión de la guerra ganaba sentimientos y trincheras ideológicas, la posición del presidente era razonablemente firme, aunque la situación europea introducía factores que tendían a complicarla. Pero la enfermedad de Ortiz hizo crisis en julio de 1940 y el día 3 de ese mes se vio precisado a delegar el poder en el vicepresidente.

            A partir de ese momento, se puso de  manifiesto que la situación de relativo equilibrio que en medio de las presiones mantenía el gobierno nacional, había dependido del presidente.

En septiembre de 1940, cuando Castillo se hizo cargo de la presidencia por delegación de Ortiz y designó al nuevo gabinete, su posición era débil. Eso explica la transitoria formación de un gabinete ministerial satisfactorio, al mismo tiempo, para el radicalismo y para la "Concordancia" de Justo. La coalición pretendía recobrar el apoyo de derecha, sin enajenarse la del radicalismo antipersonalista que había acompañado a Ortiz.

            Pero, la verdadera intención de Castillo era ganar tiempo, reforzar su posición y mantener la neutralidad argentina impidiendo que cayese en la esfera de influencia norteamericana. En todo caso, seguiría una línea de restauración conservadora tanto o más rígida que la Justo, con apoyo del nacionalismo y contra toda posibilidad de retorno radical. Por otro lado, Castillo no estaba dispuesto a permitir el retorno a la presidencia de Justo, por lo tanto comenzó a debilitar los apoyos del general – ingeniero dentro del Ejército, desplazando a los mandos que le eran adictos por militares nacionalistas.

Las elecciones en Santa Fe y en Mendoza, en diciembre de 1940 y enero de 1941, demostraron un retorno al fraude de como sistema político y provocaron el alejamiento del sector más liberal de la "Concordancia" simbolizado por la renuncia de los ministros Pinedo y Roca en protesta por el fraude.

            Hacia fines de 1941 el gobierno de Castillo se estaba debilitando. El presidente debió implantar el estado de sitio y cerrar el Consejo Deliberante por presiones militares, que consideraban a esta institución un centro de corrupción donde imperaban los “negociados”.  Entre los radicales, que aún protestaban contra el fraude electoral, había partidarios de conseguir apoyo militar para un golpe democrático. Con la deserción del ala liberal de la "Concordancia" el Gobierno ya no era una reunión de notables, sino una herramienta de los conservadores del interior, como Castillo, y de figuras ultramontanas como Ruiz Guiñazú. Incapaz de superar la oposición del Congreso, Castillo recurrió a gobernar por decreto, usando el ataque japonés contra Pearl Harbor como pretexto para establecer el estado de sitio y para tomar medidas policiales contra los disidentes. Pero la autoridad de Castillo estaba decayendo. Al no tener capacidad de maniobra política para frenar la oposición y ampliar su base de apoyo, el presidente se vio obligado a depender de la buena voluntad de los militares, e intentar conseguir el apoyo de los generales mediante contactos personales y pródigos banquetes.

            Castillo recibió un inesperado alivio a su situación en 1942, debido a que ese año murieron, con diferencia de tres meses, Alvear y Ortiz, y antes de terminar el año Julio A. Roca, hijo. La U.C.R. se quedaba sin un líder nacional -pues el liderazgo de Amadeo Sabattini en Córdoba no abría de alcanzar nunca proyección nacional- y en las fuerzas armadas rivalizaban tres tendencias: la "justista", la "nacionalista" y la "profesionalista". Pero, muy pronto el propio general Justo habría de salir del escenario cuando el 11 de enero de 1943 un inesperado derrame cerebral terminase con su vida.

El 17 de febrero de 1943, mientras las potencias del Eje iban siendo derrotadas y el panorama internacional prometía traer complicaciones a la política exterior argentina, el doctor Castillo cumpliendo con sus compromisos políticos anunciaba la candidatura presidencial del senador salteño Robustiano Patrón Costas, un poderoso industrial azucarero, líder indiscutido de los conservadores el interior del país. La fórmula oficialista del Partido Demócrata Nacional se completaba con un representante del radicalismo antipersonalista de Santa Fe, el doctor Manuel Iriondo.

La candidatura de Patrón Costas provocó más malestar que sorpresas. Su plantación azucarera “San Martín del Tabacal”, presentada por sus seguidores como modelo del paternalismo capitalista, estaba asociada, en la opinión pública, con un estereotipo de terratenientes “a la latinoamericana”, explotadores y señores de orca y cuchillo. En este y otros obrajes las compañías pagaban a los trabajadores con vales solo canjeables ante el almacén de ramos generales propiedad de la misma empresa donde los precios eran elevados y los productos de calidad inferior. También se cuestionaban las condiciones de vida y de trabajo de los peones, tal como retratara Horacio Quiroga en su relato “El mensú”.

Patrón Costas era un hombre muy rico. Siendo muy joven heredó una gran fortuna y en vez de malgastarla como hicieron otros hombres de su generación, como el célebre Fabián Gómez y Anchorena[ii], se dedicó a incrementarla. Al mismo tiempo que construía un importante emporio agroindustrial trabajando y viviendo en plena selva salteña encontraba los medios para intervenir en la política de su tiempo.

En 1914 participó en la fundación del Partido Demócrata Progresista. Fue el primer gobernador de Salta electo con aplicación de la Ley Sáenz Peña. Senador en las décadas del veinte y del treinta, presidió el primer Comité nacional del Partido Demócrata Nacional y desempeño un papel protagónico en la formación de la Concordancia y en los comicios de 1931. Tenía importantes apoyos dentro de las filas conservadoras, en especial en Córdoba y en Mendoza, contando con el firme apoyo del presidente del Partido Demócrata nacional, el senador mendocino Gilberto Suárez Lago.[iii]

Las ideas políticas de Patrón Costas eran más bien escasas y estaban al lado de los Aliados, pero sin perder las buenas relaciones con la embajada alemana. También estaba claro que apoyaba sin restricciones las prácticas fraudulentas en las elecciones. Mientras en el periódico que él financiaba se reflejaba su opinión contraria al voto secreto de los jornaleros de “El Tabacal”, el candidato defendía métodos electorales fraudulentos atacando “un fraude mucho más perniciosos que el otro: las actividades demagógicas de los partidos que engañan al pueblo con falsas promesas”. La candidatura de Patrón Costas era absolutamente inaceptable para la mayoría de los argentinos.[iv] No obstante, la oposición carecía de líderes manifiestos y de fuerzas para neutralizar la maquinaria electoral oficialista. El presidente Castillo no parecía temer demasiado a la interferencia militar. Sin embargo, el candidato oficialista convocaba a la oposición de los nacionalistas y de los oficiales proaliados y, naturalmente, de los radicales y socialistas. En marzo de 1943, mientras tanto, se había constituido formalmente la logia militar cuyo papel sería decisivo, en los sucesos críticos del 3 y 4 de junio de ese año: el G.O.U -Grupo Obra de Unificación, tal como parece ser la traducción más acertada de esas siglas. Compuesta en su mayoría por oficiales jóvenes -mayores y tenientes coroneles- su ideología se reducía a cierto número de ideas fuerza: nacionalismo, catolicismo, profesionalismo, anticomunismo, soberanía económica, etc.

El detonante del movimiento militar del 4 de junio fue el intento por parte del presidente Ramón S. Castillo de desprenderse de su ministro de Guerra, general Pedro Pablo Ramírez -a quien atribuía la intención de aceptar la candidatura presidencial de la Unión Cívica Radical-. Pero las verdaderas motivaciones son más profundas y deben buscarse en el estado de ánimo imperante en las fuerzas armadas por esos años. El Ejército no temía tanto que el gobierno tomara partido en el conflicto mundial, sino que consideraba que la precaria situación interna y externa de la nación requería una conducción política más eficiente de la que parecía auspiciar el conservador Patrón Costas.

Al mismo tiempo otros factores de carácter profesional, vinculados a la defensa nacional, contribuyeron a movilizar políticamente a las fuerzas armadas hacia el año 1943: la rápida obsolescencia del material bélico disponible frente a los cambios tecnológicos incorporados por la guerra europea. El escaso realismo de la política exterior argentina que había cerrado las puertas al reequipamiento en los Estados Unidos y en especial a los beneficios del sistema de "Préstamo y Arriendo" del material bélico, en tanto que Brasil -el siempre temido rival- lo aprovechaba para convertirse en la primera potencia militar de América del Sur. La dependencia industrial del país como producto de su papel primario - exportador en la división internacional del trabajo, que se hacía sentir sobre la capacidad militar del mismo. La mala distribución del producto bruto que originaba la existencia de grandes sectores de la población carentes de una adecuada alimentación y asistencia médica, afectando considerablemente el potencial humano de la nación. Por último, el aparente avance de los movimientos políticos de izquierda -especialmente el Partido Comunista- que les hacía temer por el frente interno en una contienda. Todo llevaba, pues, a que el nudo gordiano del régimen fuera cortado por la espada. 

 

2. LOS MIGRANTES INTERNOS

En el aspecto demográfico se inició una profunda transformación de la sociedad argentina. La corriente inmigratoria proveniente de ultramar se fue reduciendo en forma notoria. También los índices de natalidad descendieron en gran medida, de modo que las cifras de población aumentaron muy poco. Hasta 1930 la inmigración neta desde Europa arrojaba un promedio anual de 88.000 personas, lo que contribuía al incremento de mano de obra en la Argentina. En la década siguiente bajó a 7.300 por año, y a 5.500 entre 1940 y 1946. Por esa época, los europeos constituían la mayor parte de la población que trabajaba en la industria y los servicios -En 1914, eran entre el cincuenta y setenta por ciento de los trabajadores que desempeñaban estas actividades-.  

La consolidación numérica de la población no fue acompañada por una transformación de las estructuras demográficas regionales. Pues a partir de ese momento se inicia un éxodo de la población rural que se establece en los cinturones que rodean a las principales ciudades -Gran Buenos Aires, Gran Rosario, etc.- Entre los años 1943 y 1946, las cifras de migración interna se aproximan a las de los años récord de la inmigración de ultramar.

            En cuanto al origen de estos migrantes, muchos de ellos provenían de las zonas cerealeras donde a la crisis económica se sumaban los tradicionales problemas derivados de las formas de tenencia de la tierra y, desde 1938, la declinación de la agricultura en favor de la ganadería. Las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y La Pampa aportaron el cincuenta por ciento de los migrantes. Sin embargo los emigrados de las primeras cuatro provincias no representaban en relación con los nacimientos en las mismas, un porcentaje superior al total del país, y por otra parte, ellas también recibían inmigrantes de otras provincias en proporciones importantes. En cambio, un territorio exclusivamente agrícola - ganadero como La Pampa vio emigrar un treinta y siete por ciento de sus nativos sin que los migrantes que recibió de otras provincias representaran más de un tercio de esa cantidad.

            Peor era la situación de las provincias pobres, crónicamente estancadas, con altos porcentajes de emigración: San Luis (35%), La Rioja (42%), Catamarca (31%), Corrientes (28%), Santiago del Estero (26%); no compensados por cifras importantes de migrantes.

Un tercer grupo lo constituían aquellas provincias cuyas economías regionales sufrían también los efectos de la crisis -Mendoza, San Juan, Tucumán y Chaco- porque si bien eran abandonadas por parte de sus nativos, atraían en cambio a emigrantes de las provincias vecinas más pobres.

            En cuanto al punto de llegada de este flujo de migrantes eran, como ya se dijo, sobre todo las ciudades -la población urbana aumentó del cincuenta y tres al sesenta y dos por ciento entre los censos de 1914 y 1947- y principalmente la Capital Federal y su periferia. La Capital y la provincia de Buenos Aires ya reunían en 1935, el cincuenta y nueve por ciento de los establecimientos industriales del país, con un setenta y uno por ciento de la fuerza motriz y un sesenta y cinco de las inversiones. Si tenemos en cuenta que los partidos que rodean a la capital representaban más de un setenta por ciento de la fuerza motriz, el personal ocupado y la producción industrial de la provincia, veremos hasta que punto había llegado ya la concentración de la industria en lo que se llamaría luego el Gran Buenos Aires.   Sumemos a esta creciente actividad en construcciones, las obras públicas, las mejoras en materia de transporte, etc., y entenderemos fácilmente que haya sido el principal centro de atracción para los inmigrantes del interior, reuniendo el sesenta y cinco por ciento de los mismos.

El crecimiento de este conglomerado, que llegaría a nuclear el veintinueve por ciento de la población del país en el año 1947, tuvo un ritmo de 66.000 nuevos habitantes por año entre 1914 y 1936; 85.000 entre ese año y 1943; 142.000 entre 1943 y 1947, ritmo que estuvo sostenido después de 1930 fundamentalmente por la llegada de migrantes del interior -8.000, 72.000 y 117.000 por año en los períodos mencionados-. No es extraño, entonces, que el porcentaje de nativos del interior del país sobre un total de la población aumentara en la Capital Federal del 9% en 1914 al 15% en 1936 y al 32% en 1947, mientras que el de los extranjeros bajaba del 49% al 36% y 27% respectivamente.

En la provincia de Buenos Aires, el porcentaje de nativos del interior sobre la población real era en el año 1947 de 22, pero subía considerablemente en los partidos recientemente industrializados del conurbano: San Martín (45%), Avellaneda (34%) y Lanús (33%). Del mismo modo, mientras que el crecimiento anual medio para cada mil habitantes fue para toda la provincia de veintiuno entre 1914 y 1947, la tasa supera a cuarenta en San Martín y la Matanza, y a los treinta en Avellaneda, Esteban Echeverría, General Sarmiento, Morón, Quilmes y San Isidro. Es así como en el conjunto del Gran Buenos Aires, los migrantes internos constituían un veintiocho por ciento de la población entre 1943 y un treinta y siete por ciento en 1947.[v]

            Estos migrantes internos era gente cuya situación previa se caracterizaba por un estilo de vida y experiencia laboral no industriales y menos modernos, tanto en el sector agrícola como en el no agrícola. De esta manera se continuó y se intensificó la tendencia ya existente a la concentración urbana y el desequilibrio demográfico regional.

Parte de los nuevos componentes de la población urbana encontró ocupación en las flamantes ramas de la industria y un porcentaje nada despreciable fue absorbido por el sector servicios públicos, en rápida expansión. Con la incorporación de los recién llegados al proceso de producción en las ciudades se constituyó un amplio sector popular compuesto por obreros y empleados de baja categoría.

Se inició así un vasto proceso de hibridación en donde los obreros urbanos preexistentes se mezclaron con migrantes internos. En el año 1947, entre la mitad y el setenta por ciento del movimiento obrero estaba constituido por obreros nuevos. Este reemplazo de los antiguos sectores trabajadores significó otra transformación profunda de la sociedad argentina. Debido a la doble concentración geográfica y ocupacional -en los sectores obreros- de la inmigración argentina en las grandes ciudades y las actividades más modernas, los migrantes provinieron de aquellas áreas menos modificadas por la inmigración europea masiva y que, en consecuencia, había preservado en mayor medida la cultura original previa al aluvión migratorio. La Argentina Aluvial, en cambio, había surgido del gran crisol cultural y étnico creado por la inmigración internacional. El componente criollo de los nuevos sectores trabajadores fue tan prominente que produjo la aparición de un estereotipo: el “cabecita negra”[vi], mote despectivo que recibió de los miembros de la elite y aún de los trabajadores urbanos pertenecientes a los sectores medios de origen europeo.

La “caricaturística” porteña, recoge a los recién llegados con el tipo del “chino” o del “tape”: lengue y chambergo de compadrito, ojos aindiados, bigote corto, cayendo sobre la comisura de los labios.[vii]

El “cabecita”o“grasa” como también se lo denominaría,  más tarde sería sinónimo del peronista. Como todo estereotipo, poseía grandes distorsiones, pero también una fuerte base de realidad. Fue reconocido por todos: los sectores populares y los estratos medios, los peronistas y los antiperonistas, sí bien con realidades emocionales opuestas. Para los nacionalistas y parte del peronismo se transformaría en el símbolo del retorno a la auténtica Argentina y su triunfo sobre ese Buenos Aires y Litoral tan extranjeros y cosmopolitas. Para los integrantes de la elite tradicional y antiguos adherentes al estilo de los notables significó la vuelta a la “barbarie” del siglo XIX que supuestamente había desaparecido con el aluvión migratorio. Para ellos los progresos de inmigración europea eran ahora sepultados por un “aluvión zoológico” como desafortunadamente lo denominara un legislador radical.

José Luis Romero destaca este proceso en "Latinoamérica: las ciudades y las ideas" señalando que: "Prolíficos en sus lugares de origen, los inmigrantes lo siguieron siendo en las ciudades en las que se fijaron y donde constituyeron un conjunto agregado, perdido en la complejidad de la sociedad tradicional. Una vez instalados, siguieron aumentando en número. Familias numerosas se arracimaban en los antiguos barrios pobres o en las zonas marginales de las ciudades, acaso agrupadas por afinidades de origen los de un mismo pueblo o una misma región. Y a medida que el grupo crecía, su presencia se hacía más visible y alertaba acerca del fenómeno demográfico que se estaba produciendo. Si alguno de los inmigrantes salía de su gueto y aparecía en otro barrio, llamaba la atención de la sociedad tradicional y merecía un calificativo especial: era el peladito de la ciudad de México o el cabecita negra de Buenos Aires”.[viii]

Los migrantes internos comenzaron a llegar en forma masiva a la ciudad de Buenos Aires a partir de 1930. En la década de 1940 constituían una verdadera legión, y comenzaban a cambiarle el rostro a la gran metrópoli del Plata. Tal como los inmigrantes europeos habían hecho a partir de 1880. La élite y los estratos medios urbanos vivieron este proceso primero con sorpresa y más tarde con una combinación de temor y rechazo, tal como nos describe Julio Cortazar en su cuento “Casa Tomada”.

Los recién llegados pronto establecieron sus reales en la zona de Palermo. El espacio urbano que circundaba la Plaza Italia y el Jardín Zoológico comenzó a albergar pizzerías y sus más famosos “bailongos”[ix]como el “Parque Norte” o la “Enramada”. Empleadas domésticas y soldados conscriptos formaban el contingente principal de quienes intentaban a adaptarse a la nueva vida, y reproducían en la vieja plaza, bajo los cascos del caballo de Garibaldi, la “vuelta al perro” de sus pueblos.[x]

Pronto los migrantes internos comenzaron a hacerse visibles desempeñando tareas como las de guarda de tranvías o mozos de bares y cafés. Porque el migrante interno no podía obtener los codiciados empleos típicos de la clase media. Su avanzada fueron las mucamas, las empleadas domésticas que los hacendados solían importar de sus estancias. La industrialización los ubicó luego en las nacientes fábricas. Allí podían ganar más que un empleado administrativo, pero no gozaban de prestigio social.

En la sociedad argentina de esos años, las tareas de mayor status aparecían asociadas a la utilización de saco y corbata, a las labores que no implicaran el deterioro de las manos y que no fatigaran el cuerpo en el esfuerzo físico.

Aquellos migrantes que no pudieron o no desearon incorporarse al proletariado fabril, consiguieron ocupación en el sector servicios: como mozos, porteros, transportistas, etc. Las menos afortunadas fueron las muchachas santiagüeñas o correntinas que en la pieza de conventillo pasaron de “Margarita” a “Margot”. Ellas reemplazaron en la profesión más antigua del mundo a las “cocottes” francesas y polacas.

Los porteños comenzaron a encontrar nuevos rostros desempeñando este tipo de labores. Las “Ramonas” o “Cándidas” gallegas se fueron extinguiendo y sólo el humor genial de Nini Marshall mantuvo su vigencia en el imaginario popular por un breve tiempo más.   

En un país tan llamativamente libre de prejuicios étnicos, este estereotipo adquirió peso emocional debido a su contenido político e ideológico, desaparecido en el período post-peronista, en los años sesenta y setenta,  con la aparición de un peronismo de los sectores medios, las alianzas ideológicas y los cambios culturales de la sociedad. No obstante, en este período reforzó los efectos traumáticos del desplazamiento estructural con una crisis de inclusión dentro de la sociedad nacional de un sector hasta entonces marginado. En realidad fue una etapa de consolidación más en el proceso de construcción nacional: la fusión de la Argentina Criolla -o lo que de ella quedaba- con la Argentina Aluvial. La cultura argentina fue modificada por la incorporación de los restos de la sociedad criolla y los recién llegados fueron rápidamente absorbidos por un nuevo crisol y la cultura nacional renovada.

            Los mismos procesos de fusión y absorción se produjeron con los rasgos divergentes en la vida política del país. Resultaba previsible que, en algún momento, los mismos tomarían conciencia de su poder y exigirían una mayor participación en el producto social y en el proceso de toma de decisiones sociales y políticas. Cuando se arribe a esa situación, la expresión de esos sectores ser  el estilo peronista.[xi]

           

3. EL LIDERAZGO PERONISTA


            Las fuerzas armadas, después de la exitosa culminación del golpe de Estado, se vieron en posesión del supremo poder político del país, sin poder determinar exactamente los procedimientos a implementar para solucionar los problemas, que a su juicio, afectaban a la Nación. Las primeras proclamas del gobierno militar estaban concebidas en un enfático tono nacionalista, pero poco decían acerca de sus planes políticos concretos, salvo en materia de desarrollo industrial.

            Muchos militares sabían que la condición principal para alcanzar la grandeza nacional era la existencia de una base industrial. Sin industria, sin siderurgia, sin petróleo, no habría Argentina grande. Si bien puede decirse que el gobierno militar no condujo el proceso de industrialización, concretó algunas iniciativas interesantes para estimularlo: creó el banco de Crédito Industrial, dictó medidas para el fomento y defensa de la industria, promovió las fabricaciones militares, se preocupó por la formación de aprendices y técnicos, estableció una Secretaría de Estado específica e instauró el Día de la Industria. Lo demás corrió por cuenta de los empresarios argentinos, de su ingenio, su espíritu de aventura y su optimismo, y por supuesto, de la guerra.“Lo importante –dice Luna- no es tanto el saldo que quedó en términos estadísticos –que fue mucho- sino la conciencia que dejó afirmada en el país. Se había roto un viejo tabú cuidadosamente alimentado por las clases dirigentes vinculadas  a la producción agropecuaria. Ahora resultaba que los argentinos no solamente sabían producir carne y cereales sino que también podían fabricar, pasablemente bien,  telas, productos químicos, manufacturas de toda clase, partos para el hogar, accesorios para automóviles, camiones y tractores, elementos ferroviarios. Fue una conciencia  que contribuyó a hacer más sólida la nueva visión del hombre argentino sobre su país; el país que diez años antes miraba la cara de la desocupación, la ‘mishiadura’ y la crisis, y ahora desbordaba de actividad, trabajo e iniciativa, en una euforia pocas veces conocida”.[xii] Después del 4 de junio de 1943 las fuerzas armadas carecían de un plan político y de un líder que asumiera la responsabilidad de su ejecución, o sea, de un dirigente en quien delegar la representación política del movimiento. Y, lo más importante, les quedaba por elaborar una metodología capaz de concertar el apoyo de las restantes fuerzas políticas hacia el logro de sus objetivos de gobierno. La necesidad de resolver con rapidez y eficacia esos tres problemas desencadenó un proceso de selección dentro de las fuerzas armadas. En ese proceso el coronel Juan Domingo Perón se destacó como el oficial con mayor talento político, entre los que competían por el poder y no tardó en convertirse en figura dominante dentro del gobierno militar.

 

4. PERFIL BIOGRÁFICO DE JUAN D. PERÓN

 

a. Los primeros años

            Existen muchas biografías de Juan Domingo Perón. Desde la elaborada por su biógrafo oficial Enrique Pavón Pereyra, por autores más recientes como Horacio Vázquez-Rial y hasta la escrita por autores extranjeros como el norteamericano Joseph Page. Ninguna está completa. Difícilmente pueda elaborarse una biografía más o menos exacta de Perón. Entre las muchas actividades que Perón realizó a lo largo de su vida se cuenta la de historiador. En consecuencia poseía un sentido de la historia más desarrollado que otras personalidades y mostraba una mayor preocupación por como sería recordado.  Este sentido de la historia lo llevó a tratar de ocultar o distorsionar aquellos datos y hechos que no servían para forjar la imagen que él deseaba dejar  a las futuras generaciones.

            En consecuencia, los testimonios de Perón sobre su propia familia o los hechos que protagonizó no son confiables. Perón solía distorsionar los hechos para asignarse un mayor protagonismo o simplemente más méritos. Sus seguidores conociendo la verdad en muchos casos prefirieron ocultarla. Su intensión fue engrandecer la mítica figura del hombre que fundó el mayor movimiento político de la Argentina en el siglo XX. En tanto que los enemigos de Perón, también distorsionaron su imagen y muchos hechos de su vida. Claro que su intención era demonizarlo.

            De todas formas este libro no trata específicamente sobre Perón sino sobre el peronismo. De todas formas es necesario realizar una breve reseña biográfica de Perón para comprender mejor como sus rasgos personales impactaron en la estructura de la fuerza política que fundó.

            Comencemos por señalar que, Perón no se sentía orgulloso de su origen familiar. Incluso, después de la muerte de su padre, parece no haber mantenido mayores contactos con su madre y su hermano. Esto dificulta rastrear los primero años de su vida.

            La primera duda o polémica surge con respecto al lugar y la fecha del nacimiento de Juan Perón.[xiii] El dato oficial consignado en su legajo militar indica que Perón nació el 8 de octubre de 1895 en la localidad de Lobos. Según otros testimonios el nacimiento real se habría producido en la ciudad de Roque Perez, Partido de Saladillo el 7 de octubre de 1893.

            A que se deben las discrepancias en las fechas. Posiblemente a que sus padres Juana Sosa Toledo y Mario Tomás Perón Dutey no se encontraban casados al momento del nacimiento de sus dos hijos: Mario Avelino y Juan Domingo. Por lo tanto, los niños habrían sido anotados por la madre únicamente con el apellido Sosa. Posteriormente, quizás debido a la intervención de su abuela paterna Dominga Dutey los niños fueron inscriptos como “hijos naturales” –tal la denominación que se daba en ese entonces a los hijos extramatrimoniales-. El año 1895 corresponde a la fecha de su inscripción como Juan Domingo Perón, cuando contaba con dos años de edad. Los padres de Perón no se casaron hasta el 20 de septiembre de 1901 cuando sus hijos tengan más de diez años de edad. También debido a la intervención de Dominga Dutey.

            La segunda cuestión en debate es el origen “indígena” de Perón. Según una versión Juana Sosa Toledo era una mujer india. Pero, debemos preguntarnos qué era ser indio en la Argentina de 1890. Indudablemente el concepto de “indio o indígena” no era de carácter étnico sino cultural.

            La Argentina es una tierra de mestizos. Pocos son los argentinos que tienen la certeza de que por sus venas no corre ni una gota de sangre india o negra. Juana Sosa Toledo era una criolla. No importa cuanta sangre india corría por sus venas. La abuela de Juana, Victoria Gauna había nacido en 1820 en la localidad de Azul y su nacimiento fue inscripto en el registro parroquial de esa ciudad. Por lo tanto, había sido bautizada, era cristiana y vivía como cristiana y no como india. Lo mismo puede decirse de los padres de Juana, inscriptos en los registros parroquiales del lugar donde nacieron y por lo tanto considerados cristianos. En la Argentina de 1890 a poco más de una década de la Campaña al Desierto del general Julio A. Roca. Criollo, cristiano o blanco era aquel que vivía como cristiano e indio quien vivía como indio. Por lo tanto, Juana Sosa cuyos abuelos y padres vivieron como cristianos era una cristiana. Es decir, una criolla de origen humilde.

            Aclarados estos dos aspectos podemos seguir analizando los primeros años de vida de Perón. En 1904, los niños Mario Avelino y Juan Domingo se trasladaron desde Chubut, en la Patagonia donde vivían sus padres desde 1901 a la ciudad de Buenos Aires. Al parecer la abuela Dominga Dutey estaba preocupada por el futuro de sus nietos y pidió a su hijo Mario Tomás que los enviara a su casa donde recibirían una adecuada educación que no estaba a su alcance en la Patagonia.

            Al conocer ese hecho no podemos menos que imaginarnos cual habrá sido el impacto en la personalidad de esos niños el abandonar a sus padres y la vida en la inmensidad de la Patagonia para trasladarse a una gran ciudad y vivir con una abuela, tías y primos a quienes no conocían. Seguramente, también habrá sido muy duro para Juana y Mario Tomás dejar partir a sus hijos sabiendo que no los verían por años. En esa época el viaje entre Chubut y Buenos Aires se realizaba por mar, era largo y difícil.

            Por ese entonces, las tías de Juan D. Perón, Vicente y Baldomero, que eran maestras. Dirigían en su propia vivienda una escuela denominada “Parroquia Catedral del Norte”, situada en la calle San Martín 458 de la Capital Federal. Los niños Perón comenzaron sus estudios en ese establecimiento, pero después pasaron a la escuela “Parroquial de la Merced” en la calle Cuyo 1251. En marzo de 1906, Juan Domingo ingresó como medio pupilo al “Colegio Internacional de Olivos”, situado en esa localidad bonaerense.

            Sin embargo, cuando Juan D. Perón ingresó al Colegio Militar de la Nación, en 1910, presentó constancias de haber cursado estudios primarios en el “Colegio Internacional de Olivos” y secundarios –hasta el tercer año- en el “Colegio Internacional Politécnico” de Buenos Aires, sito en la calle Cangallo 2311.

            Perón, no presentó su partida de nacimiento sino una constancia de extravíos de la misma. Para ser admitido como cadete debió ocultar su condición de “hijo natural”.

            Como cadete, el joven Perón completó sus estudios sin mayores inconvenientes en diciembre de 1913. Egreso del Colegio Militar de la Nación con el grado de subteniente del arma de Infantería. Ocupaba el orden de mérito número 27 de su arma y el número 43 entre los 110 subtenientes que componían su promoción.[xiv]

            El orden de mérito situaba a Perón en la mitad de su promoción. Normalmente, su carrera en el Ejército no debería haber sido muy exitosa. Especialmente por que no pertenecía a una familia de militares, carecía de fortuna personal y de contactos políticos. Otro, en sus mismas condiciones difícilmente alcanzaría la jerarquía de “general de la Nación”. Pero, tal como veremos nada en la vida de Perón era común.

            Mientras el subteniente Juan D. Perón iniciaba su vida como oficial del Ejército, su familia se arraigaba en la Patagonia. En1913, a su solicitud, el gobierno del Territorio Nacional de Patagonia, concedió a Mario Tomás Perón la propiedad de un predio de diez mil hectáreas donde fundó la estancia La Porteña. Este establecimiento continúa siendo propiedad de los descendientes de Mario Tomás Perón.

            En 1925, debido a los problemas de salud de Mario Tomás Perón, él y su esposa se trasladaron a la ciudad de Buenos Aires. El matrimonio Perón residió en el barrio de Florés hasta el 1928. Ese año falleció Mario Tomás, Juana Sosa y su hijo Mario Avelino Perón retornaron a la estancia La Porteña.

            Mientras sus padres fundaban en Chubut, la estancia la Porteña, el joven Juan D. Perón desarrollaba su carrera militar ascendiendo con normalidad. En 1915 se convirtió en “teniente”, en 1919, en “teniente 1°”; y en 1924 ascendió a “capitán”.

            Después de un destacada desempeño como cursante en la Escuela Superior de Guerra obtuvo, el 26 de enero de 1929 –Boletín Oficial, Expediente 10910-, el preciado diploma de “Oficial de Estado Mayor”. Al parecer fue precisamente su desempeño como oficial cursante en la Escuela Superior de Guerra el hecho que marca un antes y un después  en la carrera militar de Perón. Allí se gana el respeto intelectual de sus superiores y camaradas de armas. A su egreso obtiene destinos militares de mayor importancia.

            También cambió su vida. Estos son los años de mayor crecimiento personal de Perón, en los que demuestra que no es un oficial más del Ejército. A los 31 años, permaneciendo soltero Perón no podía esperar mucho de su futuro militar. En el Ejército de esa época los oficiales solteros no eran bien considerados e incluso nunca ascendían más allá de la jerarquía de teniente coronel. Por lo tanto, si Perón aspiraba a progresar en su carrera debía casarse. Así se lo recomendó su amigo y superior de ese entonces el Teniente Coronel Bartolomé Descalzó, quien se desempeñaba en ese momento como profesor de “Estudio del Terreno” en la Escuela Superior de Guerra.

            Poco después, conoce, al parecer en un baile, a quien sería su primera esposa. Aurelia Tizón, una joven maestra de poco más de veinte años. Aurelia, a quien familiarmente denominaban “Potota”[xv], era la sexta hija de un matrimonio de clase media del barrio de Flores. Su padre, Cipriano Tizón, tenía un estudio fotográfico y era militante de la Unión Cívica Radical y amigo del mítico puntero Julián Sacerni Jiménez.[xvi]

            El noviazgo entre Juan Domingo y Aurelia trascurrió normalmente. Después de un año de duelo por la muerte de Mario Tomás Perón (1927) la pareja contrajo matrimonio, el 5 de enero de 1929, en la Iglesia Castrense Nuestra Señora de Luján. En el matrimonio civil el testigo de Perón fue su amigo Bartolomé Descalzo. Los recién casados se instalaron en el barrio porteño de Flores. Alquilaron una vivienda en la calle Eleodoro Lobos 1453.

            El primer matrimonio de Perón duró casi diez años. El 10 de septiembre de 1938, Aurelia Tizón de Perón falleció en la Capital Federal víctima de un fulminante cáncer de útero. La pareja no tuvo hijos.

 

b. Perón como escritor

            Es una época muy fructífera para Perón, estabilizado en su matrimonio,  ocupando un importante cargo, sirve en el Estado Mayor General de Ejército, como ayudante del Subjefe “B” coronel Francisco Fasola Castaño. Es la oportunidad propicia para que retome su pasión por la escritura, la historia militar y la estrategia.

            Al parecer los primeros escritos de Perón fueron comedias teatrales: “Silvino Abrojo” (1920) y “El detective de la máscara negra” (1920). En 1923 tradujo un “Reglamento de Gimnasia” del alemán. En 1925 publicó un opúsculo sobre “Moral militar” destinado a los aspirante de la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral. En 1928 publicó en la Revista Militar un artículo titulado “Campañas del Alto Perú”. Para sus alumnos de la cátedra de Historia Militar de la Escuela Superior de Guerra publicó en la Biblioteca del Oficial del Círculo Militar tres libros: “El frente oriental de la Guerra Mundial de 1914 - 1918”, publicado en 1932 con una introducción del coronel Juan Luicio Cernadas. “Apuntes de historia militar”, un año más tarde y un estudio en dos tomos sobre “La guerra ruso – japonesa” en 1934.

            Entre el 5 y 14 de julio de 1936 se realizó, en Buenos Aires, el Segundo Congreso Internacional de Historia de América. Perón envió una comunicación histórica titulada “La idea estratégica y la idea operativa de San Martín en la Campaña de los Andes”. En el año 1938, la Academia Nacional de la Historia incluyó este trabajo en el boletín correspondiente al Tomo IV de su publicación.[xvii]

            Pero su interés como escritor no se reducía a la historia militar.  Después de participar en el golpe de Estado de 1930, escribió a pedido del teniente coronel Sarobe, “Lo que yo ví de la preparación de la revolución y de la revolución misma”. En 1934 publicó una “Memoria geográfica sintética del territorio nacional del Neuquén”. En 1935, el mayor Perón publicó “Toponimia patagónica de etimología araucana”, en un boletín del Ministerio de Agricultura.

            Perón siguió escribiendo a lo largo de toda su vida. El 23 de agosto de 1937, siendo Agregado Militar en Chile envió un “Memorando al Estado Mayor General sobre Política Internacional”.

            En 1939, junto al Coronel Enrique L Rottjer, publicó en la Biblioteca del Oficial, el libro “Las operaciones militares en 1870”. En esta obra analiza la Guerra Franco Prusiana. En abril de 1942 publica en la Revista Militar un artículo titulado “Comandos de Montaña”.

            Entre enero y marzo de 1943 publicó un trabajo sobre “La situación internacional argentina. El 4 de junio de 1943, escribió junto al teniente coronel Miguel A. Montes escribió la proclama del golpe de Estado.

            Después de iniciar su carrera política en octubre de 1943 escribió innumerables discursos, artículos, conferencias y libros. Tan sólo podemos citar algunos de sus libros. En 1944, por ejemplo, publicó una recopilación de sus discursos como secretario de Trabajo y Previsión con el título de “El pueblo quiere saber de que se trata”. Más tarde, siendo presidente de la Nación publicó: “Conducción Política” y “La comunidad organizada”. Bajo el título de “Política y Estrategia”, publicó un conjunto de artículos aparecidos  durante su presidencia en el diario “Democracia”, que escribió empleando el seudónimo de “Descartes”. Después de su derrocamiento en 1955, mantuvo una frondosa correspondencia -que el mismo escribía en una máquina de escribir portátil marca Olivetti Letrera-, con diversas personalidades, como sus delegados personales: John W. Cooke y el mayor Alberte, y otros interlocutores. Además publicó “La realidad de un año de tiranía”,  “La fuerza es el derecho de las bestias”, “Tres revoluciones”, “Latinoamérica: ahora o nunca”, “La hora de los pueblos”, etc.

 

c. El golpe de Estado de 1930

            Mientras Perón desarrollaba su pasión como escritor y cada día era más respetado dentro del Ejército corrían tiempos difíciles. El mundo comenzaba a entrar en la “Gran Depresión”. Un periodo de crisis económica que derribó gobiernos y permitió el acceso al poder a los movimientos fascistas. En Argentina, el gobierno radical del anciano caudillo Hipólito Irigoyen no se mostraba a la altura de las circunstancias.

 

            Fue entonces cuando los militares comenzaron a conspirar. Dos grupos complotaban contra el gobierno radical. Los nacionalistas, encabezados por el Teniente General ® José Félix Uriburu (1868 – 1932). Un miembro de la élite tradicional, más político que militar. Participó de la Revolución del Parque. Edecán militar de su tío, el presidente José Evaristo Uriburu (1894 -1898); interrumpió su carrera militar para cumplir un mandato como diputado por la provincia de Salta por el Partido Unión Provincial de Salta. Pasó algunos años en Alemania antes y durante la Primera Guerra Mundial. Allí cultivó la amistad del Alto Mando Alemán y adquirió gran admiración por la organización y el sistema militar germano. Sus amigos y colegas alemanes le dieron el apodo afectuoso de “Von Pepe”.[xviii]

            Para comprender las ideas que llevaron a Uriburu a encabezar el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930 nada mejor que un fragmento de su disertación del 15 de diciembre de 1930, a los alumnos de la Escuela Superior de Guerra. En ella dice el presidente de facto: […] “En nuestro país nos embriagamos hablando a cada momento de la democracia, y la democracia aquí y la democracia allá. La democracia la definió Aristóteles diciendo que era el gobierno de los más ejercido por los mejores. La diferencia está justamente en hacer que lo ejerciten los mejores, es decir, aquellos elementos más capacitados para dirigir la nave y manejar el timón. Eso es difícil que suceda en todo país en que, como en el nuestro, hay un sesenta por ciento de analfabetos, de lo que resulta claro y evidente, sin tergiversación posible, que ese sesenta por ciento de analfabetos es el que gobierna al país, porque en elecciones legales son mayoría.”

            […] “Antes, por ejemplo, nos asustábamos porque ciertos caudillos políticos compraban votos, pero esos caudillos se rascaban el bolsillo y compraban los votos con su dinero. Después vino esa santa ley que hoy tenemos y el medio de comprar los votos es hacer que los paguemos todos con una sola ley: la del salario mínimo, en la que se han consultado las necesidades de los obreros de Buenos Aires, y no la de los obreros de la Rioja o Catamarca y se ha aumentado en cien millones el presupuesto de gastos de la Nación. ¿Por qué? Porque los partidos políticos así lo resolvieron y no hubo una sola fracción política en las cámaras del Congreso que no estuviera dispuesta a decir: ‘yo doy más’. Y naturalmente el que tenía la sartén por el mando, que era el Gobierno, fue el que dio más. Se hace así la compra de votos con una ley totalmente electoralista que cuesta cien millones de pesos a todos los contribuyentes del país.”[xix]

            Además del grupo de conspiradores encabezado por Uriburu, otros militares se disponían a derribar al presidente constitucional. Este sector agrupaba a militares de ideas liberales e incluso radicales del sector antipersonalista o antiirigoyenista. El líder de este grupo era el general e ingeniero Agustín P. Justo. Un militar de vocación intelectual amante de la botánica y coleccionista de libros. A este sector se incorporó inicialmente el capitán Perón. Pero, como a último momento el general Justo desistió de encabezar el levantamiento, Perón se sumó a las fuerzas que comandadas por Uriburu protagonizaron el primer golpe de Estado exitoso de la Argentina.

            De su participación efectiva en las acciones del 6 de septiembre de 1930, el propio Juan D. Perón escribió el relato que hemos mencionado a pedido del entonces teniente coronel Sarobe. Veamos los párrafos más destacados del mismo.

            “En los últimos días del mes de junio de 1930, se presentó en mi despacho del Estado Mayor General del Ejército, donde servía yo, el mayor Ángel Solari, viejo y querido amigo mío. Los comentarios generales en esos días eran alrededor de los ascensos acordados por el P.E. y las innumerables enormidades que como función de gobierno, imponía en todas partes de la República. Ya se comentaba sin mesura alguna y se criticaba abiertamente los actos del gobierno depuesto el 6 de septiembre.”

            “El mayor Solari conocía mis opiniones al respecto e indudablemente no entró con rodeos sino que se limitó a decirme: ‘Yo no aguanto más. Ha llegado el momento de hacer algo. El general Uriburu está con intenciones de organizar un movimiento armado’. Y me preguntó: ‘¿Vos no estás comprometido con nadie?’. “Absolutamente”, le contesté. ‘Entonces, contamos con vos”, me recalcó. ‘Sí’, le contesté, ‘pero es necesario saber antes qué se proponen’. Ante esta contestación mía, me dijo que esa misma noche nos reuniríamos con el general Uriburu”.

            Después de la reunión con Uriburu la impresión de Perón sobre la preparación del golpe de Estado fue la siguiente:  […] “La reunión se había prolongado por espacio de cinco horas y siendo las tres de la mañana, salimos a la calle con el espíritu tranquilo, pero con profundos pensamientos sobre la cuestión. Yo pensaba que el general Uriburu era el hombre que siempre conocí, un perfecto caballero y hombre de bien, hasta conspirando. Veía en él a un hombre puro, bien inspirado y decidido a jugarse en la última etapa, la cara más brava de su vida. Pensé que era un hombre de los que necesitábamos, pero él solo no representaba toda la acción que colectivamente iríamos a realizar. Era necesario en mi concepto ver que los hombres más allegados a él fueran tan puros y decentes como él. Y confieso que en mis tribulaciones, llegué a convencerme de la necesidad de buscar a otros, pues los que estaban más junto a él, no llenaban las condiciones que yo atribuía necesarias a esos colaboradores.”

            Sobre su participación directa en los acontecimientos golpistas del 6 de septiembre, Perón hace el siguiente relato: Primero menciona que concurrió junto con Teniente Coronel Descalzo a la Escuela Superior de Guerra y desde allí se trasladó al Regimiento de Granaderos a Caballo donde si bien fracasó en su intento de sublevar la totalidad del regimiento, logró sumar al levantamiento a dos escuadrones de Granaderos en camiones. También obtuvieron dos auto - ametralladora. Sarobe se hizo cargo de la conducción de uno y Perón del otro. Veamos el relato de las acciones que siguieron en las palabras del propio Perón:

            “Yo me tomé uno de los autos blindados y me encontré con un suboficial que había sido aspirante de mi Compañía en la Escuela de Suboficiales. Le di orden de partir y salimos. Los dos escuadrones de Granaderos que estaban dentro del cuartel salieron en camiones. En el otro automóvil blindado iba el Tcnl. Descalzo. Escoltamos con los dos a los camiones en que conducíamos a los Oficiales y la tropa. El del Tcnl. adelante, el mío detrás de la columna. Puestos en marcha revisé la dotación de ametralladoras y munición, tenía cuatro ametralladoras y doce bandas completas.”

            “El camión que iba a la cola de la columna empezó a ratear y marchaba despacio. Debido al intenso tráfico que había en la Avenida Alvear, y a la distancia que había tomado, se perdió de la columna; nuestro auto blindado, como consecuencia siguió su camino. Ordené entonces dirigirse a la Casa de Gobierno por el Paseo Colón.”

“Cuando llegamos a la Casa Rosada, flameaba en ésta un mantel, como bandera de parlamento. El pueblo que en esos momentos empezaba a reunirse, en enorme cantidad, estaba agolpado en las puertas del palacio. Como era de suponer hizo irrupción e invadió toda la casa en un instante a los gritos de ‘viva la Patria’, ‘muera el peludo’ …, ‘se acabó’, etc. Cuando llegaba mi automóvil blindado a la explanada de Rivadavia y 25 de Mayo en el balcón del primer piso había numerosos ciudadanos que tenían un busto de mármol blanco y que lo lanzaron a la calle donde se rompió en pedazos, uno de los cuales me entregó un ciudadano que me dijo ‘Tome mi Capitán, guárdelo de recuerdo, que mientras la patria tenga soldados como Ustedes no entra ningún peludo más a esta casa’. Yo lo guardé y lo tengo como recuerdo en mi poder”.

“Adivinaba los desmanes que ese populacho ensorberbecido estaría haciendo en el interior del palacio. Entré con tres soldados del automóvil blindado que estaban desarmados y entre los cuatro desalojamos lo más que pudimos a la gente. Puse guardia en todas las puertas con la misión de dejar salir pero no entrar.”

“Recuerdo un episodio gracioso que me ocurrió en una de las puertas. Un ciudadano salía gritando: “Viva la revolución” y llevaba una bandera argentina arrollada debajo de un brazo. Lo detuve en la puerta y le dije qué hacía. Me contestó: “llevó una bandera para los muchachos, mi Oficial”. Pero aquello no era solo una bandera según se podía apreciar. Se la quité y el hombre desapareció entre aquel maremagno de personas. Dentro de la bandera había una máquina de escribir.”

“En una de las escaleras me encontré con el Capitán Sauglas, que bajaba, me comunicó que en el despacho presidencial se encontraba el Doctor Martínez; que quería renunciar y no tenía a quien entregar la renuncia.”

“Salí de la casa y sentí ruido de los disparos de cañón en dirección al Congreso. Subí al auto blindado y ordené ‘Al Congreso’. En el viaje cargamos las ametralladoras y ocupamos cada uno su puesto. Por la Avenida de Mayo no se podía andar sino muy despacio, si no se quería atropellar a la gente que la cubría totalmente. Sin embargo llegamos a la plaza del Congreso lo más rápido que pudimos. Ya había cesado el fuego. Hice una pasada por frente al Congreso y en ese momento los cadetes entraban al palacio por las puertas del frente.”

“Busqué al general Uriburu por varias partes y me dijeron algunos que se había retirado herido, otros que se había marchado a la casa de Gobierno, en fin, las más variadas versiones. Sólo encontré al coronel Juan Pistarini, que estaba en la Plaza del Congreso. Lo subí al auto y lo llevé a la Casa de Gobierno. Una vez en ella, supe que ya había llegado el general Uriburu. Comprendí entonces que el peligro ya no estaba alli adentro, sino en la defensa de la casa. Hable con el Tcnl Descalzo que en ese momento llegaba con el otro automóvil y nos propusimos hacer guardia y dar la seguridad necesaria contra cualquier evento.”[xx]

Aunque Perón nunca lo mencionó en su relato sobre los sucesos del 6 de septiembre, existe una fotografía que lo muestra subido al estribo del automóvil que conducía al general Uriburu.[xxi]

            La participación de Perón en el golpe de Estado no le proporcionó ninguna ventaja personal. No obtuvo ni cargos políticos ni mejoras en su destino militar. Por el contrario, entre abril y mayo de 1931 fue trasladado a la frontera con Bolivia para participar de una comisión “reservada” demarcadora de límites entre Argentina, Bolivia y Paraguay. Aunque ascendió normalmente a mayor en diciembre de 1930.

            El desplazamiento de Perón a una “comisión reservada” poco relevante en plena selva del chaco salteño,  una zona inhóspita en el norte del país, fue parte de una puja entre militares nacionalistas y liberales. Es decir, entre partidarios de Uriburu y partidarios de Justo. Según consigna Robert Potash, unas seis semanas después de la instalación del gobierno de Uriburu, se relevo al Tcnl Descalzo de su cargo de profesor en la Escuela Superior de Guerra y se lo destinó al remoto distrito militar de Formosa; y poco después Sarobe estaba a bordo de un barco, enviado como agregado militar a la Embajada de Japón. Además, media docena de coroneles y tenientes coroneles a quienes los uriburistas consideraban peligrosos para sus planes fueron destinados a cargos similares, que equivalían a una forma de exilio diplomático.

            Los pases militares se publicaron en el boletín Militar, N° 8.607, del 14 de octubre de 1930, y el N° 8617, del 25 de octubre de 1930. Este último decreto también destinaba a los coroneles Ricardo Miró, Carlos Casanova, Guillermo Valotta, Florencio Campos, Avelino Álvarez, a los tenientes coroneles Pedro Pablo Ramírez, Juan Tonazzi, Armando Verdaguer y al mayor Ángel Solari a los cargos de agregados militares en los Estados Unidos, Brasil, Francia, Bélgica, Gran Bretaña, Italia, Uruguay, Paraguay y Chile, respectivamente. Casanova, Valotta y Campos se habían mantenido leales a Irigoyen en 1930; Tonazzi y Sarobe eran conocidos partidarios de Justo. Otro ejemplo de que las revoluciones devoran a sus hijos.[xxii]

            Mientras Perón deambula por la frontera norte del país, Uriburu se ve forzado a llamar a elecciones presidenciales. El nuevo presidente constitucional era nada más ni nada menos que su rival militar: el general Agustín P. Justo.

            Proscripto el radicalismo una coalición de radicales antipersonalistas, conservadores y socialistas independientes encumbró al general – ingeniero en el sillón de Rivadavia. Los militares adictos a Justo recobraron su influencia de la mano del Ministro de Guerra, el prestigioso general Manuel A. Rodríguez.

A comienzos de 1932, Perón estaba de regreso en Buenos Aires, esta vez para desempeñarse como Ayudante de Campo del Ministro de Guerra. Al mismo tiempo cumple funciones como profesor de Historia Militar en la Escuela Superior de Guerra.

La carrera militar de Perón continuaba en ascenso. En 1935 se lo designa como Agregado Militar en la Embajada Argentina en Chile y el 31 de diciembre de 1936 fue ascendido a teniente coronel. Sin embargo, en su pasó por Chile se produjo el único incidente cuestionable de su legajo militar.

 

d. Perón y Lonardi espías en Chile

            A Perón no le agradaba viajar en avión y lo evitaba cuando le era posible. Por otra parte, cruzar la cordillera de los Andes, con aviones de 1936 no era una cosa sencilla. Es posiblemente por ello que eligió trasladarse a su nuevo destino por vía terrestre.

            A diferencia de los vuelos en avión que siempre lo ponían nervioso, a Perón le gustaba conducir su automóvil. En esa época era propietario de una voiturette Packard de color rojo, un vehículo deportivo muy de moda.[xxiii]

            El matrimonio Perón – Tizón arribó a Santiago de Chile sin tropiezos. En esos días gobernaba el país trasandino Arturo Alessandri Palma del Partido Liberal. Era su tercera presidencia.

            Entre las tareas que normalmente cumple un agregado militar esta la de reunir información sobre el país donde esta acreditado. En especial información de carácter o con valor militar.

            Perón se abocó con entusiasmo a cumplir con esta parte de sus nuevas funciones. Contando con el prestigio de su status diplomático, Perón comenzó a establecer una red de contactos personales directa o indirectamente relacionados con el ambiente castrense local.

            En ese entonces, Perón era un historiador militar de prestigio en los ambientes militares no sólo de Argentina sino también de Chile. Es por ello que fue invitado a disertar ante los oficiales de la guarnición de Santiago en la Escuela de Guerra. El título de su exposición fue: “Tannenberg – Operaciones en el frente oriental”. El expositor fue presentado por el director de la Escuela de Guerra de Chile, general Ramón Díaz Díaz.

Perón desarrollaba las tareas su papel protocolar y diplomático sin descuidar sus misiones militares. En ese entonces la Agregaduría Militar contaba con dos agentes. Uno de ellos era Carlos Leopoldo Haniez, un ex oficial del Ejército con buenos contactos en el ambiente castrense trasandino. El otro era un argentino, Diego Alejandro Arzeno, representante en Chile de Artistas Unidos, el cual contaba con un pequeño laboratorio fotográfico.

            Perón le encargó a sus agentes reunir información sobre el plan de movilización de Chile en caso de guerra con la Argentina y sobre las últimas maniobras militares del Ejército chileno.

            Siguiendo instrucciones de Perón, Haniez comenzó a buscar oficiales chilenos que tuvieran acceso a esa información. Así entró en contacto con dos de sus antiguos compañeros de la Escuela Militar que ahora revistaban en el Estado Mayor del Ejército y por lo tanto podían tener acceso a los planes de movilización chileno. Se trataba de los capitanes Gerardo Llabaca Figueroa y Oscar Soriano Besoaín.

            El capitán Gerardo Llabaca Figueroa era un jugador empedernido. Haniez, tras observar sus continuas pérdidas en el Casino de Viña del Mar, decidió abordarlo y proponerle un negocio. Traicionar a su país a cambio de dinero.

            Pero, el oficial chileno era una persona de honor. Sorprendido con la propuesta, fingió aceptar y rápidamente informó de la propuesta al Jefe del Estado Mayor del Ejército, general Carlos Fuentes Rabbé. Los militares chilenos decidieron tender una trampa al imprudente agregado militar argentino.

            Haniez, coordinó una reunión entre Llabaca y Soriano –a quien el primero había sumado al complot- con Perón. La reunión tuvo lugar en la Agregaduría Militar argentina. Según las autoridades militares chilenas, en esa ocasión Perón habría mostrado interés por conocer el Plan de Movilización en la Zona Norte. A cambio habría ofrecido 75.000 pesos chilenos por el Plan de Movilización y 25.000 pesos por otras informaciones.

            Para que Perón se confiara y cometiera algún error los chilenos habrían entregado alguna información que el Agregado Militar remitió a Buenos Aires.

            En ese momento intervino la providencia que salva a algunos y pierde a otros. Perón cumplió su período como agregado militar y recibió a su reemplazante: el mayor Eduardo Lonardi.

            Según los procedimientos habituales en el relevo de un agregado militar, el oficial saliente y entrante se superpusieron durante aproximadamente dos meses. Es el período de adaptación que se otorga al nuevo agregado para recibir las novedades y para que el oficial saliente presente a las autoridades locales y a sus contactos a su reemplazante.

            Durante ese periodo, Perón impuso a Lonardi de la operación de espionaje en marcha. Ambos oficiales se reunieron con Haniez y Arzeno.

            Luego Perón partió y Lonardi se dispuso a completar la operación. El 2 de abril, a las 13.30 hs., tras arduas conversaciones con Haniez y Lonardi, el capitán Soriano entregó la información requerida. Claro está que se trataba de información falsa producida expresamente por la contrainteligencia chilena.

            La entrega se produjo en el departamento 311 de Pasaje Matte, en pleno centro a un costado de la Plaza de Armas de Santiago. En el lugar Arzeno procedió a fotografiar los documentos. Luego envió a su mujer, Ana María Cormack, abuscar el dinero para pagar a Soriano. Pero al salir del departamento la mujer fue detenida por la policía chilena. Un instante después, más miembros de la Policía de Investigaciones irrumpieron en la vivienda deteniendo a lo[xxiv]s espías argentinos.

Los argentinos fueron inicialmente conducidos a la Penitenciaría de Santiago. Lonardi fue rápidamente liberado debido a que, como todo agregado militar, gozaba de inmunidad diplomática. Pero, el presidente Arturo Alessandri Palma lo declaró “persona no grata” y dispuso su inmediata expulsión del territorio chileno.[xxv]

La causa judicial abierta en los tribunales militares, llevó el número 952, y se la caratuló “Venta frustrada de documentos reservados”. Los cómplices de Lonardi fueron condenados por el juez militar Jorge Bari, con intervención del Auditor del Ejército, Dr. Hernán Santa Cruz, y por el Secretario Dr. L. Ramírez. Los chilenos Carlos Alejandro Haniez y Diego Alejandro Arzeno fueron condenados a diez y cinco años de prisión respectivamente.

            Sobre lo que ocurrió después hay dos versiones pero ninguna pertenece directamente a los protagonistas del hecho. Según Robert Potash, a quien también reproduce Féliz Luna en “Perón y su tiempo”: “El episodio estuvo a punto de interrumpir la carrera militar de Lonardi, pero se le permitió continuar en parte merced a la intercesión de su amigo y condiscípulo Benjamín Rattembach, que estaba relacionado con el ministro de Guerra, general Marquez.[xxvi]

            Veamos cual es la versión de Lonardi, en palabras de su hija Marta, quien curiosamente también proporciona una interesante descripción del matrimonio Perón – Tizón, a los ojos de una niña: “Lo había demostrado (Perón) en un sonado asunto que urdió y dirigió cuando desempeñaba el cargo de agregado militar de la embajada argentina en Santiago de Chile. En 1936 Lonardi fue nombrado para sustituir a Perón en esas funciones y con el cargo heredó la misión de terminar una operación secreta. El plan ya urdido, en pleno desarrollo, presentaba a juicio de Lonardi puntos muy frágiles. Perón rechazó los fundados reparos y ordenó, invocando disposiciones de la superioridad, que se cumpliera estrictamente el plan trazado. Sucedió lo previsible, la operación fracasó.”

            “En el sumario militar que se instruyó en la Argentina, por disposición del entonces ministro de Guerra, Perón declaró  exactamente lo contrario, o sea que Lonardi se había apartado de sus precisas instrucciones en el sentido de que en ningún caso debía recibir los documentos en juego en otro lugar que no fuera la sede de la embajada.

            “El disgusto enfermó seriamente a mi padre, que perdió veinte kilos de peso por una grave úlcera estomacal. Sufrió arresto y salvó su carrera militar por su brillante foja de servicios, siendo destinado a un cargo sin relevancia en la guarnición de Paraná. Perón, en cambio, tuvo como destino la agregaduría militar de la embajada argentina en Italia. Desde entonces, como se ve, se mostró habilidoso en el manejo de la mentira en su propio beneficio. Nunca reparó en los medios, lo importante era el fin buscado, cayera quien cayera. Sobre esto dio acabadas pruebas a lo largo de su vida política y no vale la pena traer los numerosos ejemplos que se podrían dar, pero recuerden los pocos memoriosos cuando afirmó, en 1943, que se cortaría la mano antes de firmar la ruptura de relaciones diplomáticas con las naciones del Eje, lo que no impidió que afirmara, después, la ruptura en un acto en que aparece con su estereotipada sonrisa, según fotografías publicadas en la época.”

            […] “Durante los pocos días que Lonardi y Perón estuvieron juntos en Chile, la vinculación fue muy cordial, de recíproco respeto y simpatía. El departamento en que vivíamos estaba en el mismo edificio y piso que el ocupado por Perón y su primera esposa, María Tizón (sic.), de modo que la relación familiar también fue muy estrecha y amistosa. Muchas veces Perón y Lonardi caminaron juntos por las calles de Santiago acompañados de María y mi madre; muchas veces los ví unidos en amable tertulia. Veinte años después iban a estar frente a frente, en lados opuestos, en circunstancias decisivas para la suerte de la Patria”.

 

e. Perón en Europa

            Después de una exitosa gestión como agregado militar en Chile, aguardaba a Perón una dura prueba en Argentina. Por un lado, la enfermedad y muerte de su esposa, Aurelia Tizón. Por el otro, el escándalo y sumario militar que ocasionó la detención de Lonardi cuando llevaba a cabo una operación de inteligencia pergeñada por Perón. Sin duda debió ser un año de prueba para Perón. Es posible que estos hechos hallan sido considerados por el ministro de Guerra Carlos T. Márquez cuando designó a Perón para una nueva misión en el extranjero. Esta vez el destino fue Italia.

            Se ha especulado mucho sobre cual fue la verdadera función que cumplió Perón en Europa. Oficialmente fue a capacitarse como instructor de tropas de montaña. En los últimos años de la década de 1930 era evidente para muchos que se avecinaba una nueva guerra en Europa. También era evidente que el nuevo conflicto no se circunscribiría al Viejo Continente. Era natural que los altos mandos del Ejército Argentino mostrara interés por conocer con exactitud como se preparaban para la nueva contienda los militares europeos. Esto explica por qué, al estallar la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de 1939, se encontraban en Europa tantos y tan talentosos oficiales del Ejército. Cumpliendo diversas misiones militares se encontraban en Europa los vicecomodoros Pérez Aquino y Roberto Bonelli, los coroneles Sosa Molina, Berotollo, Solis, Cazalas, los tenientes coroneles Virginio Zucal, Enrique P. González, Campero, etc.

            Recordemos que, siendo agregado militar en Chile, Perón había remitido a sus superiores en el ministerio de Guerra un extenso informe titulado: “Memorando al Estado Mayor General sobre política internacional”. Posiblemente, este informe haya influido en la decisión de enviarlo a recibir datos e informes de primera mano sobre la situación internacional que tan certeramente había descripto desde Chile.

            Al mismo tiempo, en los ambientes estratégicos se consideraba que en la próxima contienda, las tropas especializadas, tales como los paracaidistas y las tropas de montaña estaban llamadas a desempeñar operaciones cada vez más importantes. Tal como efectivamente ocurrió.

            Debido a que la Argentina poseía extensas fronteras en zona de montaña, los militares argentinos mostraron un especial interés por la creación de tropas especialmente instruidas para combatir en esos difíciles escenarios. En ese entonces, las tropas de montaña italianas –los célebres “Alpinos”- eran consideradas de las mejores del mundo. La decisión adoptada por el general Marquéz era muy racional y lógica. Quién mejor para aprender de los Alpinos que un joven teniente coronel experto en esquí y alpinismo, quien además era profesor de estrategia e historia militar.

            Cualquiera haya sido la auténtica razón por la cual se designó a Perón para cumplir una misión en Italia a comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Lo cierto es que fue el hombre indicado en el lugar y en el momento indicado. Perón no desaprovechó esa oportunidad dorada para aprender como funcionaba el mundo.

            En Europa, Perón no sólo pudo conocer como preparar soldados para luchar en las montañas. Fundamentalmente, conoció y apreció como se construía una alianza de gobierno entre una burguesía industrialista y sectores obreros con el Estado como árbitro. Como la lucha de clases podía morigerarse con una alianza de clases. Aprendió también sobre el empleo de la propaganda política: los actos de masas, el uso de la radio, la iconografía, los afiches y hasta el culto a la personalidad. Es indudable que el peronismo, entre 1946 y 1955, empleó una metodología para conquistar y mantener el poder directamente emparentada con la empleada por Benito Mussolini y el fascismo en Italia.

            El mayor mérito de Perón no fue reconocer la importancia de esta metodología sino saberla traducir y adaptar a la mentalidad de los argentinos y a las propias características de su personalidad. Allí radica precisamente la genialidad de Perón.

            El 17 de febrero de 1939, a tan sólo cuatro meses de la muerte de su esposa, Perón se embarcó en el buque Conte Grande rumbo a Italia. Al arribar a la península, el gobierno fascista lo designó como agregado al Comando de la División Alpina “Tridentina”, acantonada en Merano, provincia de Balzano, situada en pleno Tirol, cuyo comando ejercía el general Santolito. Perón intervino en los cursos de adiestramiento y en las maniobras que la División Tridentina efectuó en la zona del río Po. Cuando la División Tridentina fue desmovilizada pasó con igual cargo a la División de Infantería de Montaña “Pinerolo”. Durante seis meses se incorporó al Regimiento 14, al Batallón “Ducca degli Abruzzi”, con residencia en Chietti, en los Abruzaos. Luego pasó a la “Scuola Centrale Militare d’Alpinismo d’Aosta, en los alrededores de Ivrea, en la región del Piamonte.

            Perón aprovecho su estadía para visitar la Europa en guerra. Viajó por Alemania, Francia, Hungría, Albania, España y Portugal. También visitó el Vaticano donde, junto a otros militares argentinos, fue recibido en audiencia privada por el papa Pío XII.

            Para retornar a la Argentina, debido a que Italia se encontraba en guerra y los ingleses dominaban el mar, debió trasladarse primero a España y desde allí al neutral Portugal. Desde Lisboa embarcó en el buque de bandera portuguesa “Serpa Pinto” hasta Río de Janeiro y desde allí en un buque de bandera brasileña el “Brazil”. Concluido su periplo arribó a Buenos Aires, junto a otros oficiales argentinos destinados en Europa, el 8 de enero de 1941.

            Inmediatamente, fue destinado al Centro de Instrucción de Montaña de Mendoza en calidad de oficial de Estado Mayor y “profesor técnico”.

            El 16 de junio de 1941 es convocado a Buenos Aires para dictar una conferencia en la Academia del Estado Mayor General de Ejército, en presencia del Inspector General de Ejército. El tema de la conferencia fue “Observaciones recogidas en la Organización, Instrucción y Conducción de Tropas Alpinas”.

            En los últimos meses de 1941 asume como jefe del Destacamento de Montaña de Mendoza. El 31 de diciembre de 1941 es ascendido a coronel. Ejercera este comando muy poco tiempo debido a que el 18 de mayo de 1942 es trasladado a la Inspección de Tropas de Montaña, cuyo jefe era el general de brigada Edelmiro J. Farell. El asiento de la Inspección era el ministerio de Guerra en Buenos Aires.

            El 30 de junio de 1942 es nombrado Director de Cursos Especiales de Alta Montaña e Invierno cuya fase práctica se desarrolla en la zona de Puente de Inca. Sin embargo, Perón permanece en Buenos Aires donde lo sorprenderán los hechos de junio de 1943.

            Un año más tarde, al producirse el golpe de Estado del 4 de junio de 1943, concluye la vida militar de Perón y comienza su vida política. Pero esa es otra historia.     

 

2.- PERÓN VISTO POR SUS CONTEMPORÁNEOS

a. El primer Perón

            Un testimonio curioso de la personalidad de Perón antes de que comenzara su vida como político nos lo brinda precisamente Marta Lonardi, quien –como hemos visto- lo conoció y trató en Chile en 1937. El testimonio de Marta Lonardi es particularmente interesante debido a no sólo es la hija del general Eduardo Lonardi, sino también es profesora de Historia e historiadora.

Sobre Perón dice la profesora Lonardi: “Allá por el año 1949, mi padre asistió a una reunión de altos mandos del Ejército convocada para escuchar una exposición del presidente Perón sobre su política social. A su regreso a casa, durante el almuerzo familiar, comentó con algún fastidio que Perón era el mismo de siempre, pues de la exposición pronunciada se podía inferir claramente que ‘su justicia social’ era un simple recurso para mantener y consolidar el poder y no un imperativo fundado en una elevada concepción de la vida y de la dignidad del hombre. Tan era de este modo –nos decía mi padre- que llegó a expresar que la política era el arte de combinar intereses, por eso le quitaba algo a los patrones y se lo daba a los ‘negros’ para tenerlos contentos. Mientras exponía estos conceptos en el momento oportuno, Perón hacía, entre muecas y sonrisas, guiñadas de ojo al mejor estilo de la viveza criolla.”

[…] “Uno de esos días de fugaz amistad, mi madre, le preguntó a Perón por qué no tomaba una muchacha que ayudara a María en los quehaceres domésticos y éste le contestó que prefería algunas incomodidades a tener ‘negras metidas en su casa’. La respuesta tan singular revelaba una especie de repulsa hacia los humildes y una escala de preferencias que no condice con las banderas que levantó al llegar al poder.”

            “Recuerdo al Perón que conocí en Chile como un hombre refinado y culto, con verdadero encanto personal, imagen que fue tan fugaz como la amistad que apareció unirlo a mi padre. Habiéndolo conocido puedo explicarme bien la personalidad seductora y carismática que solía exhibir. Sin duda, era un personaje singular”.[xxvii]

            Al respecto de la personalidad del coronel Juan Domingo Perón, uno de sus más acérrimos opositores políticos[xxviii], Bonifacio del Carril, -que por ese entonces mantenía con él un trato diario- nos brinda el siguiente perfil: “Tenía una memoria notable, especialmente para recordar hechos y circunstancias, y para reconocer a las personas, condición que le permitió en poco tiempo tratar y atraer a una gran cantidad de individuos en su carrera política, partiendo literalmente de cero. Poseía una gran facilidad de palabra, con una oratoria directa y efectiva, y cierto ingenio para inventar o utilizar chascarrillos, dichos y apodos populares. Decía que la mentira tenía patas cortas, pero no era demasiado respetuoso de la verdad e improvisaba sobre cualquier cosa, con o sin conocimiento de la causa. Se contradecía sin rubor. Era muy hábil a su manera para manejar el tono de sus conversaciones privadas y de sus discursos públicos, según el resultado que quería obtener. Envolvía al interlocutor, dándole la razón por anticipado para evitar discusiones, y luego recogía el argumento y lo daba vuelta según su intención. El fin que justifica los medios era para él una norma habitual. Explicaba sus actitudes sosteniendo que le eran impuestas por razones ajenas a su voluntad. En esto era cínicamente inteligente. Decidió conquistar a las masas, comprendiendo claramente que la pretensión de hacerlo desde afuera era vana y que, en cambio, debía identificarse con ellas, si quería conducirlas. Lo hizo con gran habilidad, deliberada y conscientemente. En su prédica empleaba un recurso dialéctico primario: inventaba la existencia de un adversario o una idea contraria para tener a quien atacar y refutar como base de la argumentación que desarrollaba. Utilizó con este fin la figura del oligarca y después, la del contrera, palabra que inventó y define claramente esta peculiaridad. De esta manera dividió al país.”

            “La política era para Perón la lucha por el poder, que sentía físicamente, pero no el poder formal de las instituciones constitucionales sino el poder real de los estamentos básicos de la estructura social: el ejército, las entidades profesionales, patronales y obreras, la jerarquía eclesiástica. Adueñado de la fuente del poder, el dominio de las instituciones formales resultaría una simple consecuencia. En materia electoral repetía que los que tienen más votos vencen siempre a los que tienen menos votos. Esta verdad de perogrullo, la necesidad de tener más votos, lo llevó a plantear la opción electoral en términos que trascendían el simple voto de clase de los gremios obreros. Planteó el caso en forma más amplia: el voto de los de abajo contra el de los de arriba, porque los que están abajo –obreros, empleados, pequeños comerciantes e industriales, profesionales- son siempre más numerosos que los que están arriba –capitalistas, empresarios, grandes comerciantes e industriales, banqueros-. En la democracia masiva el voto siempre es posicional. Perón nunca olvidó este punto de partida. Quería todo el poder, y no toleraba ninguna oposición, porque la oposición comportaba quitarle parte del poder. Hizo imposible para disuadirla y neutralizarla, y atraerla para anularla. El juego democrático de una mayoría gobernante y una minoría opositora era incompatible con su modo de pensar, sentir y actuar.”

            “La primera tarea que tuvo que afrontar fue la aquiescencia y el consentimiento de sus colegas militares. Para ello inventó o utilizó el tan mencionado G.O.U. Perón sabía cómo conducir y manejar a sus compañeros de armas. Les hizo creer que todos eran iguales, pares en el G.O.U...” Se transformó en jefe del G.O.U. del ejército y del gobierno...”

 

b. El último Perón

            En 1972 Perón regresaba al país tras diecisiete años de un largo exilio. Pero como el río de Parménides ni Perón ni la Argentina eran los mismos. La Argentina era un país más complejo afectado por una epidemia de inestabilidad y violencia política. En tanto que Perón no era el hombre vital de sesenta años que había subido a un hidroavión rumbo a Paraguay, sino un anciano enfermo y descarnado que sólo viviría dieciocho meses más.

            ¿Acaso Perón repetiría el final de decadencia física y política de Yrigoyen? ¿Era Perón el genial estratega político que creían sus partidarios –en especial los más jóvenes y radicalizados de ellos- o un anciano achacoso que solo estaba en pleno uso de su lucidez mental unas pocas horas al día, incapaz de resistir las influencias y presiones de su entorno íntimo, formado por su esposa y su ambiciosos secretario privado, el astrólogo José López Rega.

            Entonces la salud de Perón no sólo era un asunto de Estado, sino que cobraba especial significación por el hecho de que no existía dentro del peronismo ningún otro dirigente que fuera unánimemente aceptado por los sectores  de la izquierda revolucionaria y por los grupos sindicales y de la derecha peronista. ¿Desaparecido Perón quien sería su heredero? ¿El peronismo se mantendría unido, se fragmentaria por la polarización entre izquierda y derecha o ambos sectores librarían una franca y violenta lucha por la herencia política del viejo caudillo? Resulta evidente, entonces que la salud de Perón era el interrogante central de la ecuación política de la Argentina de ese entonces.

            Para poder determinar ese interrogante, debemos apelar a dos testimonios, provenientes de personas que lo trataron asiduamente por ese entonces. Uno de ellos fue un opositor acérrimo, en tanto que el otro fue ministro de su último gobierno y su médico personal.

            El primer testimonio corresponde al Brigadier (R) Jorge Rojas Silveyra, embajador argentino en Madrid designado por el gobierno militar del Teniente General Alejandro Agustín Lanusse. Rojas Silveyra fue encomendado por su gobierno para llevar a cabo conversaciones y negociaciones con Perón en Puerta de Hierro. El embajador visitó a Perón entre el 7 de julio de 1971 y el 20 de abril de 1972. Su relato fue consignado por Lanusse en su libro “Protagonista y Testigo. Reflexiones sobre 70 años de nuestra historia”[xxix]. Afirma Rojas Silveyra: “Debería decir, con un poco de mala intención, y a raíz de datos que yo tenía en el sentido de que el Señor Juan Domingo Perón no estaba bien, busqué entrevistarme con él a distintas horas del día. Es así que a veces iba a las 11.15, y en dos o tres ocasiones almorcé con él. Otras veces iba a verlo por la tarde, solicitándole imprevistamente que quería tener una entrevista, sabiendo yo que antes había tenido reuniones un poco complicadas con cuatro o cinco personas por lo menos.”

            Apunta y advierte a continuación el ex embajador, acerca de esa situación personal de Perón:“En estas últimas ocasiones, vi que el señor Juan Domingo Perón, después de un día un poco ajetreado o de una reunión un poco prolongada, perdía su habilidad mental o su rapidez mental mejor dicho, y se notaba que se le aflojaban un poco los músculos del rostro y de la boca, y dejaba la sensación de fatiga y cansancio: creo que realmente no tenía más de dos o tres horas bien lúcidas por día, y esto que digo yo está afirmado por Jorge Antonio, no sé en qué revista ni en qué momento lo publicó, pero lo dijo”.

            [...] Ahora–reflexiona Rojas Silveyra-quiero señalar que era difícil llevarlo a cabo porque era un poco cambiante en sus opiniones, sobre todo cuando estaba influenciado por López Rega y, a lo mejor también, por su mujer la señora Isabel de Perón...” [...] “López Rega tenía evidentemente una gran influencia sobre Perón. Cuando el Señor López Rega se encontraba ausente de Madrid y uno iba a conversar con Juan Domingo Perón, la conversación era más fluida, más rápida, más sincera. Al día siguiente o a los dos o tres días se reafirmaba lo que se había conversado. En cambio, estando presente López Rega, era evidente que Perón había cambiado, se veía netamente la influencia de López Rega en esa segunda conversación”.

            Advierte seguidamente Rojas Silveyra que el“papel asignado a Isabel Perón es un poco difícil de definirlo, porque ella prácticamente no aparecía nunca en el lugar donde conversábamos y era difícil que estuviera presente, Muy pocas veces la vi, y no demostraba aparentemente tener ninguna capacidad política ni discernimiento...”

            Más adelante, agrega Rojas Silveyra: “Aparte, quiero dejar constancia de una cosa que en su oportunidad se lo comuniqué al señor Presidente, General Lanusse. Perón me dijo un día ‘Yo no tengo interés de ir a la Argentina a gobernar el país; he gobernado al país en dos oportunidades, y sé cómo se debe hacer, y no como quieren algunos de estos mocosos que me rodean, que me limite a firmar cuatro o cinco papeles nada más. Conozco mi capacidad física mejor que mis médicos. Si voy a ejercer el gobierno como se debe ejercer, no creo que dure más de seis meses’ Evidentemente –digo yo- se equivocó porque duró ocho meses. Yo creo que López Rega y los que lo rodeaban lo trajeron al señor Juan Domingo Perón para eliminarlo, por no decir, asesinarlo políticamente y quedarse con el poder”.

            El testimonio de Rojas Silveyra es muy contundente, aunque sus opiniones son cuestionables. El embajador atribuye a quienes lo rodeaban la intensión de traerlo y parece olvidar que el gobierno del cual él formaba parte era responsable –en una importante parte- del exilio de Perón en un primer momento y el principal interesado de que líder peronista regresara al país y desautorizara a las “formaciones especiales” del peronismo –Montoneros, FAR, FAP y otros grupos terroristas-. Lanusse y las cúpulas militares que lo respaldaban en el poder temían que Perón muriera en el exilio y que sus herederos políticos fueran los grupos más radicalizados del movimiento peronista. Sabiendo que Perón toleraba la violencia política, que se ejercía en su nombre, tan sólo como una estrategia más para presionar a los militares “gorilas” y retornar al poder, pero que una vez en el país, no realizaría ninguna “revolución” y trataría de terminar con la “lucha armada” para poder conducir no sólo a su movimiento sino también al país.

            El segundo testimonio pertenece al doctor Jorge A. Taiana, testigo de las muertes de Evita y Juan Domingo Perón, fue quien firmó las actas de defunción de ambos. Amigo, médico, ministro y miembro prominente del movimiento justicialista, tuvo acceso al pensamiento, la emotividad y la voluntad del caudillo. Taiana en su libro “El último Perón”[xxx], nos brinda en siguiente relato, sobre el entorno de Perón y sus hábitos en la última etapa de su vida:

            “En muchas ocasiones se comparó el aislamiento de Perón con el sufrido por Yrigoyen. El rumor comenzó en Madrid. Algunas veces, tanto en Madrid como en la Argentina, por ausencia de Isabel y López Rega, Perón comía solo durante uno, dos o tres días, como si estuviese castigado. En este cerco de aislamiento y soledad, López Rega desempeñó un papel preponderante. Personalidad ruda y avasalladora, dotada de un ingenio superlativo para la intriga  y para el choque con los hombres, además de carecer por completo de solidaridad”.

            “Al principio, se introdujo subrepticiamente en el hogar, escondido entre los allegados. Mostró su capacidad de trabajo, la diversidad de recursos de que disponía para la vida doméstica. Desplazó lenta, matemáticamente, a secretarios, amigos y confidentes. Muchos hombres importantes para los años de exilio de Perón, e incluso para España, fueron dejando de visitar la quinta de Puerta de Hierro. El dueño luchó hasta los últimos tiempos contra el cerco cada vez más alto y más ceñido. Perón hablaba por teléfono o pedía que lo llamaran en las horas en que su secretario estaba ausente. Se suscitaban diferencias, discusiones y hasta verdaderas disputas. El mismo general confesó alguna vez a periodistas españoles cómo utilizaba el aislamiento y el silencio, dejándolo sólo uno o dos días. Hay testigos que todavía recuerdan las palabras del Brujo como estas: ‘Le duele el estómago, General, porque usted se portó mal, es un castigo de Dios’.”

            “Una mañana en Olivos, en presencia de Isabel, le oímos quejarse del montón de visitas, tareas, firmas y discordias. De pie, apoyado en el vano de una puerta del primer piso, recuerdo que dijo con amargura: ‘Vuelvo a mi casa, a Puerta de Hierro’. Después de tantos años, la quinta española 17 de Octubre era su casa y en ella le gustaba vivir. Permanecer en la Argentina había adquirido los síntomas de la transitoriedad.”

            “Ciertas mañanas, nos anunciaban que el Presidente estaba terminando su arreglo matutino y en pocos minutos aparecería en el living de planta baja. Como siempre hospitalario y solícito, ofrecía el consabido café y él solía tomar un jugo de pomelo. A veces, incluso en nuestra presencia, encendía un cigarrillo que desaprobábamos, para apagarlo a las pocas pitadas. Usaba la mecedora española y le encantaba conversar acompañado de la casi imperceptible oscilación.”

            “De cara a la luz, sus ojos pequeños y acerados nos escrutaban siempre. A veces un guiño izquierdo acentuaba la frase o pedía complicidad en la idea. Un gesto muy personal era tomarse la cabeza con ambas manos y deslizarlas hacia atrás, arreglando el pelo. Otras, decía acusar una leve molestia hemicraneana derecha y levantaba su índice y lo deslizaba por la sien. En las comidas se ubicaba en la cabecera. Comía, al menos delante nuestro, poco y dentro del régimen prescripto. Su apetito había disminuido ostensiblemente durante 1974. El lo atribuía a los medicamentos, a la digoxina; nosotros fundadamente le otorgábamos una distinta y más profunda causalidad. Luego Perón nos acompañaba hasta la puerta. Salía al porche y esperaba que partiéramos en nuestros autos. ‘Adios, doctor’, ‘Adios m’hijo’, nos despedía, y su sonrisa mítica y la mano derecha en alto quedaba una y otra vez como la estampa de la vieja cortesía criolla. Cuando la despedida era por la noche, le impedíamos que transpusiera la puerta a pesar de su habitual ‘si no hace frío’”.

            Este era pues el estado físico y mental del hombre que a los setenta y siete años se disponía a gobernar los destinos de la Argentina por tercera vez, en medio del más convulsionado período de su historia.

 

3. PARALELO ENTRE YRIGOYEN Y PERON


            Parece importante trazar un paralelo entre Yrigoyen y Perón, en forma similar al que oportunamente realizara el historiador Manuel Gálvez entre el líder radical y el general Julio A. Roca. En este sentido debemos comenzar por recordar que estos caudillos dieron origen a los dos grandes partidos políticos que en Argentina reúnen la mayoría de las preferencias electorales: la Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista. Desde la aparición del peronismo como partido político en 1945 todos los gobiernos constitucionales del país fueron implementados por alguno de estos dos grandes partidos, ya sea en forma independiente o conformando alianzas con otras agrupaciones políticas  minoritarias[xxxi]. Así como Perón decía que en la Argentina de su tiempo se nacía conservador o radical, desde su aparición en la escena política nacional en nuestro país las grandes mayorías nacionales son radicales o peronistas.

Pero las similitudes no se agotan en este punto ambos llegaron en más de una oportunidad a la presidencia de la nación – Perón es el único argentino electo tres veces a la presidencia- por el voto libre de los ciudadanos. Ambos hicieron una primera presidencia considerada como muy buena y no pudieron completar su segundo período porque un golpe de Estado militar se lo impidió. Tras su derrocamiento ambos debieron soportar calumnias y proscripciones. Ambos estuvieron detenidos en la isla de Martín García. Y a su muerte fueron despedidos con dolor por el mismo pueblo que los había amado en vida y apoyado en las urnas. 

Aunque de indudable vocación democrática los dos participaron de golpes de Estado: Yrigoyen tomó parte de la Revolución del Parque en 1890 y organizó la Revolución Radical de 1905, en ninguno de estos casos tuvo éxito. Perón fue más afortunado en 1930 participó del derrocamiento de Yrigoyen –aunque después se arrepentiría de esta intervención- y en 1943 fue un actor principal en el derrocamiento del gobierno de Ramón S. Castillo. 

Ambos contribuyeron a consolidar el sistema democrático ampliando la participación política. Yrigoyen impulso el voto secreto y a abrió la participación política a los estratos medios. Perón estableció el voto femenino y abrió la participación a los sectores populares. Tanto Yrigoyen como Perón fueron capaces de imponer como sucesores a políticos menores sin ningún apoyo electoral: Marcelo T. De Alvear y Héctor J. Campora. Ambos fueron líderes reformistas que consideraron a los sectores del poder oligárquico como sus principales antagonistas. Hablaron mucho de una “revolución”, pero se limitaron a introducir reformas y correcciones a las instituciones democráticas. No obstante una cosa es evidente y conviene reiterarla; la Argentina no fue la misma después de su paso por el poder.

Pero, más allá de estos aspectos que los identifican muchos otros los diferencian.

Yrigoyen era un idealista que se guiaba por una férrea moral derivada de la filosofía krausista. Aunque se enriqueció con su esfuerzo y trabajo en la actividad privada murió pobre en medio de la mayor austeridad y pobreza. Era un hombre recto que por sobre todo honraba su palabra y que consideraba que un apretón de manos era suficiente para sellar un compromiso.  El líder radical era circunspecto e introvertido, le gustaba rodearse de un aura de misterio, jamás habló en público y su oratoria era pobre y compleja. Compensaba sus deficiencias como orador con un particular magnetismo personal que imponía en los contactos directos cara a cara con sus interlocutores. Sabemos que curso estudios universitarios y que fue profesor de filosofía. Pero sus alumnos lo recordaban como un mal profesor, no dejó ningún libro escrito, odiaba mantener correspondencia y los textos de sus discursos y escritos son de escaso valor literario, ideológico o político. Como se ha dicho anteriormente, nunca salió del país, ni mostró interés por los adelantos científicos, más bien tenía cierto rechazo hacia las innovaciones de su tiempo tales como el teléfono o el avión.

Perón era un pragmático que no se guiaba por principios filosóficos o políticos rígidos sino que tomaba las ideas que mejor le servían según las circunstancias. Aunque no los citaba su accionar parecía guiado por una muy particular combinación de los principios de conducción militar de Clausewitz y los consejos políticos de Maquiavelo. Aunque Perón no era pobre tampoco poseía una gran fortuna pero es evidente que dejó el gobierno con mas dinero que con el que ingresó y a su muerte su herencia fue considerable. Perón era extrovertido, un orador consumado que podía crear un vínculo especial tanto con sus auditorios como en las entrevistas particulares. Para ello acomodaba sus argumentos recurriendo a simplificaciones, exageraciones o pequeñas inexactitudes. Acompañaba sus discursos con gesticulaciones, sonrisas cautivadoras y guiños cómplices.

Sus únicos estudios fueron de carácter militar, pero los completó con intensas lecturas. Esta formación no sólo le permitió convertirse en profesor de la Escuela de Guerra sino dejar gran cantidad de libros no sólo doctrinarios, sino también estudios históricos y de estrategia militar, también produjo otros escritos y una frondosa correspondencia con distintas personas. Durante su exilio forzado recurrió a la grabación de discos y videos para difundir sus ideas. Perón era un hombre de mundo abierto a todas las innovaciones y cambios. Antes de llegar a la presidencia Perón había vivido en Chile como diplomático y recorrido la Europa del período previo a la Segunda Guerra Mundial. Después de su derrocamiento, vivió diecisiete años fuera de la Argentina. Durante este exilio vivió en Paraguay, Panamá, Venezuela, Santo Domingo y España. Mostró siempre un especial interés en el futuro. Uno de sus sentencias predilectas era augurar que el año 2000 encontraría a la América Latina unida o dominada.

También se diferenciaron en su vida privada. Yrigoyen no se casó nunca, sin embargo tuvo numerosas parejas y varios hijos a los cuales no reconoció. Pero como cubrió su intimidad con un manto de reserva y hasta secreto no fue cuestionado por ello. Sin embargo, su entorno siempre fue familiar. De joven contó con el apoyo de su tío Leandro Alem y luego del afecto de su hermano y de su hija Elena quien lo acompañó hasta sus últimos momentos.

Perón, por el contrario se casó en tres oportunidades y enviudó dos veces pero no tuvo hijos. Al ser más abierto y haber convertido a sus esposas en personalidades políticas sufrió múltiples ataques por su vida privada, en especial por su predilección por las mujeres mucho menores que él. Puede decirse que era un hombre solitario, distanciado por razones profesionales de su entorno familiar. Su círculo íntimo se fue modificando con el tiempo y con sus sucesivos matrimonios. Sus últimos días lo encontraron rodeado de un muy particular entorno conformado por su tercera esposa María Estela Martínez Cartas y un personaje siniestro: su secretario y Ministro de Bienestar Social, José López Rega. Un ex cabo de la Policía Federal, de inclinaciones exotéricas, a quien sus íntimos llamaban “hermano Daniel”.

Tal es el paralelo que podemos establecer entre dos de los hombres más destacados de la política argentina en la primera mitad del siglo XX.

 

4. LA FORTUNA DE PERÓN

            Otro de los temas más debatidos en torno a la vida de Perón es la cuantificación de sus bienes y el origen de los mismos. Del perfil biográfico que hemos elaborado surge que Perón hasta llegar al gobierno no tuvo otros ingresos y más fortuna que los provenientes de sus salarios como militar. Si bien en esa época los salarios militares eran acordes a las responsabilidades y riesgos propios del empleo militar, en modo alguno permitían acumular una gran fortuna. Así lo testimonia su declaración jurada de bienes de 1949. Seis años más tarde sus bienes se habían incrementado considerablemente sin que exista una justificación adecuada sobre el origen de esas nuevas propiedades. Veamos los datos.

            Su primera declaración de bienes fue confeccionada cuando Perón llevaba tres años desempeñando el cargo de presidente de la Nación y seis desde que ocupó su primer cargo político. Las denuncias de la oposición sobre el enriquecimiento de Perón y de la familia Duarte llevaron al presidente a dar a conocer el monto de sus bienes.

            En esa oportunidad los bienes que Perón declaró poseer en forma conjunta con su esposa, eran los siguientes: Una quinta con casa habitación en la localidad de San Vicente, provincia de Buenos Aires, con dieciocho hectáreas; un automóvil marca Packard, efectos personales. Bienes testamentarios indivisos; un establecimiento de campo en Sierra Cuadrada, Comodoro Rivadavia, con instalaciones y hacienda; una bóveda en el cementerio de la Chacarita y un terreno en el pueblo de Roque Pérez, provincia de Buenos Aires. Se declaró deudo, así mismo del Banco Hipotecario Nacional por la suma de 50.000 pesos de un gravamen sobre la casa quinta.

            El 19 de septiembre de 1955, después del estallido de la Revolución Libertadora, Perón otorgó ante el escribano Raúl F. Gaucherón un poder amplio de administración a favor de Ignacio Jesús Cilceta y Atilio Renzi. La investigación llevada a cabo por la Comisión Nacional de Investigaciones –Creada por Decreto Ley 479, del 7 de octubre de 1955- determinó que además de los bienes denunciados seis años antes, continuaba como propietario de la finca de San Vicente, pero con mejoras por valor de 3.410.000 pesos. Poseía, además, los siguientes inmuebles: Gelly y Obes 2287/89, de ocho pisos altos y terraza –actualmente sede del ministerio de Justicia y Seguridad-; Callao 1944 –este es el edificio donde se suicidó Juan Duarte- con igual cantidad de plantas y 17 departamentos[xxxii]; Teodoro García 2102, con tasación judicial de 545.000 pesos; una finca en Casa Grande, provincia de Córdoba, con valuación fiscal de 160.000 pesos. Poseía, también, acciones del establecimiento Santa María del Monte, provincia de Buenos Aires; por tres millones de pesos, que Juan Duarte entregó a Héctor J. Díaz, presidente entonces del Banco de la Provincia de Buenos Aires, para ser depositadas con la manifestación verbal de que “sólo podía disponer de ellas Juan D. Perón”, acciones de la Territorial La Victoria S. A. del Uruguay, por 200.000 pesos oro uruguayos, tenía a su sola disposición y sin cargo de rendir cuentas, la suma de 5.623.707 pesos pertenecientes a la Fundación Eva Perón. Por otra parte en sus diversas residencias se encontraron mil doscientas plaquetas de oro y plata, 756 objetos de platería y orfebrería, 650 alhajas, 144 piezas de marfil, 211 motocicletas y motonetas, dicinueve automóviles, un avión, dos lanchas, 394 objetos de arte, 430 armas antiguas y modernas, además de otros objetos valiosos.[xxxiii]

            Cabe destacar que Perón nunca negó la propiedad de esos bienes. Su apoderado, al presentarse ante la Junta de Recuperación Patrimonial, presidida por el general Celso, no sólo reconoció la propiedad de todos esos bienes sino que manifestó que los mismos habían ingresado al patrimonio de Perón como producto de “obsequios”. Resulta evidente entonces que las acusaciones sobre enriquecimiento ilícito por parte de Perón en sus dos primeros gobierno estaban sobradamente fundadas.

            A estos bienes se les aplicó el decreto 5.148/55 que establecía que “está dentro de la tradición jurídica el disponer que los enriquecimientos ilegítimos obtenidos por los funcionarios del régimen depuesto y sus cómplices pasen al patrimonio de la Nación”.[xxxiv]

            Perón recuperó el valor de esos bienes dieciocho años más tarde sin que nadie cuestionara la legitimidad de los mismos. Veamos como se compensó a Perón por la pérdida de esos bienes y que se hizo con el dinero pagado según lo consigna Julio González. “Semanas después de regresar al país en forma definitiva (20 de junio de 1973), el Congreso Nacional resolvió por ley restituirle a Perón todos sus bienes que, en los dieciocho años transcurridos desde 1955, habían pasado al Estado, a terceros que los habían comprado de buena fe, y también a funcionarios de primer y segundo orden que los guardaron para sí, de mala fe. Y no precisamente porque fueran peronistas o coleccionistas de objetos históricos”.[xxxv]

            “Como era imposible recomponer físicamente el patrimonio, el 13 de septiembre de 1973, por decreto 1174 del Poder Ejecutivo, se formó una comisión encargada de evaluar los bienes. Realizando este acto, en cumplimiento de los términos de la ley de restitución, la Tesorería General de la Nación pagaría al ciudadano Juan Domingo Perón la suma de pesos equivalente a los bienes de los que había sido ilícitamente desposeído, a los valores actuales del momento de pago. La comisión fue integrada por el doctor Carro, en representación del ministerio de Justicia, por el doctor Romero, en representación del ministerio de Bienestar Social, y por el contador Lumi, en representación de la cartera de Economía. Carro era el Jefe del Gabinete de Asesores del ministro Benítez, Romero, director de Políticas del ministerio de Bienestar Social; y Lumi, secretario de Hacienda de la Nación

            “No hemos podido conocer el modus operandi de la comisión, ni la forma en que ejecutó su mandato. La única referencia documental ha de hallarse en la Escribanía Mayor de Gobierno, porque, cuando Benítez era ministro del Interior, hizo un día comparecer ante Isabel al escribano mayor de Gobierno, protocolizó un paquete de documentos que, según refirió a la Presidente, eran las actuaciones de la comisión. La escritura correspondiente la suscribió sólo Isabel como requirente. A pesar de estar presente, Benítez no compareció en el documento notarial. Fue entonces cuando la Presidenta me comentó que el trámite de restitución de bienes a Perón lo habían manejado Gelbard, López Rega y Benítez.”[xxxvi]

            González, debido posiblemente a su adhesión a Perón y a María Estela Martínez Carta de Perón, olvida mencionar cual fue la suma restituida al líder justicialista. Tampoco emite juicio sobre como pudo Perón reunir ese dinero legítimamente si sólo contaba con su retiro de general y su sueldo de presidente de la Nación.

            Afortunadamente, Hugo Gambini no tiene esos prejuicios. En su libro “Historia del peronismo. La obsecuencia (1952 – 1955)” consigna el monto del dinero “restituído” a Perón en 1973.

            “Al año siguiente, Perón regresó definitivamente al país y se dictó la ley 20.530 por la cual se le devolvían la totalidad de los bienes interdictos en diciembre de 1955. Mediante el decreto 1.174/73 del presidente provisional Raúl Lastiri, yerno de José López Rega (secretario privado de Perón), se valuaron los bienes y se aprobó una indemnización total de $85.534.206 (ocho millones y medio de dólares), la que se saldó en nueve pagos.[xxxvii]

            “Los nueve pagos fueron éstos: 1.- $24.481.000, el 10/10/73; 2.- $35.888.780, el 11/10/73; 3.- $1.451.000, el 21/11/73; 4.- $7.200.480, el 3/1/74; 5.- $6.290.000, el 8/1/74; 6.- $4.528.000, el 18/1/74; 7.- $1.103.932, el 19/3/74; 8.- $769.014, el 22/4/74 y 9.- $3.801.200, el 21/5/74.”

            “Los recibos firmados por María Estela de Perón quedarían en poder de Santiago Carro, presidente de la Comisión de Restitución de bienes a Juan D. Perón.”[xxxviii]

            Además de esa suma de dinero, durante el gobierno militar del general Alejandro A. Lanusse, Juan D. Perón recibió la restitución de sus sueldos de presidente hasta la finalización constitucional de su mandato y la total de sus haberes de pensión que le habían sido retenidos durante diecisiete años.

            Para conocer que ocurrió con esa inmensa suma de dinero debemos retomar el autorizado relato de Julio González, quien sucedió a José López Rega como secretario privado de la Presidenta Isabel Perón.

            “‘El dinero, escarmentados por lo que ocurrió en 1955 –me refirió Isabel-, se lo dimos a Gelbard[xxxix] para que nos lo ubicase en el exterior. Nosotros no vimos un solo peso, con excepción de unos quinientos millones de pesos viejos[xl]  viejos que me dieron a mí, y que puse a plazo fijo en el banco Santander’”

            “Tiempo después, hacia fines de 1975, Isabel me solicitó que le renovase su depósito en ese banco. Por entonces, el capital con los intereses (que eran aproximadamente del 60% anual) le sumaban mil quinientos millones de pesos viejos, más o menos”.

            “En otra oportunidad, Isabel me hizo saber su preocupación por el dinero que le había dado a Gelbard para que se los administrara. Su único comprobante era un sobre cerrado que el ex ministro de Economía le había dejado, y que, según él contenía instrucciones para el caso de necesidad”.

            ‘Vamos a abrirlo a ver que dice –me dijo Isabel. Y trajo el sobre y lo abrió en mi presencia. El sobre tenía un mensaje dactilografiado y sin firma que decía: “En caso de dificultades, véalo a mi hijo”.[xli]

            No podemos menos que pensar si así cuidaban su patrimonio, como cuidarían los dineros de la República. En manos de quién había caído el país entre 1973 y 1976. Argentina fue siempre un país muy generoso. En esa época mucho más.



[i] RAÚL HAYA DE LA TORRE: (1895 / 1975) Fundó, en 1924, la Alianza Popular Revolucionaria Americana –APRA- durante su exilio mejicano. Retornado al país, la dictadura del general Manuel Odria lo obligó a refugiarse en la embajada de Colombia en Lima entre 1950 y 1954. Regresó a Perú en 1957, gracias al apoyo que sus partidarios prestaron al presidente Manuel Prado en las elecciones de 1956. En las elecciones presidenciales del 10 de junio de 1962 resultó elegido por una ligera mayoría, pero el Ejército impidió que se hiciera cargo del poder. Candidato nuevamente en las elecciones de 9 de junio de 1963 fue derrotado por Fernando Belaúnde Therry. En 1978 triunfó en las elecciones generales, al frente del APRA. Presidiría la Asamblea Constituyente que tuvo la misión de elaborar la nueva Carta Magna de Perú. Fue un brillante intelectual que contó con el respeto de todos los grandes líderes mundiales e influyó notablemente en otros líderes iberoamericanos con su adaptaciones de la teoría marxista a la realidad del propio contexto.
[ii] LUSARRETA, Pilar de: “Cinco dandys porteños” Ed. Peña Lillo. Bs. As. 1999. Pág. 39 a 100.
[iii] GUINAGA, Carlos E. Y Roberto A. AZARETTO: “Ni década ni infame, del 30 al 43” Ediciones Jorge Baudino. Bs. As. 1991. Pág. 261.
[iv] FRASER, Nicholas y Marisa NAVARRO: “Eva Perón” Ed. Bruguera. Bs. Aqs. 1982. Pág. 57.
[v] WALDMANN, Peter: “El peronismo 1946 – 1955” Traducción de Nélida Mendilaharzu de Machain. Bs. As. 1981. Pág. 37.
[vi]CABECITA NEGRA: Esta denominación, que vulgarmente se empleaba en las décadas de 1940 y 1950 para designar a los migrantes internos en Argentina, proviene de la asociación con un ave silvestre similar a un canario y cuyo plumaje es negro en la parte de la cabeza y de un amarillo muy intenso en el resto del cuerpo. Este plumaje bicolor hace muy vistosa al ave que además posee un bello trinar por lo cual solía ser domesticada debido a que se adaptaba al cautiverio.
El origen de la denominación de “grasa” es más imprecisa. Para algunos hace referencia a que los migrantes solían llevar sus trajes con muchas manchas. En parte debido a que generalmente poseían una sola de estas prendas y debían darle un uso continuo. También a que muchas veces debían comer de pie de pizzerías u bares económicos donde no era poco frecuente que se mancharan la ropa. Para otros autores el mote se origina en las actividades laborales que desarrollaban los migrantes. Aquellos que se desempeñaban como obreros y trabajadores industriales, solían viajar en el transporte público con su ropa de trabajo –overoles- manchados por aceite o grasa industrial proveniente de las máquinas con que desarrollaban sus tareas. Este hecho disgustaba a los pasajeros de clase media, que en su mayoría desempeñaba tareas de oficina y por o tanto viajaban mejor vestidos y aseados. Existiría aquí la tan estudiada antinomia entre trabajadores de “cuello blanco” y trabajadores de “cuello azul”.
Otras denominaciones más agraviantes dadas a los migrantes eran las de “veinte y veinte”. Porque sus magros salarios los forzaban en ocasiones a una dieta económica compuesta por veinte centavos de pizza y veinte centavos de vino, es decir una porción de pizza y un vaso de vino moscazo.
También se los llamó “raviol de fonda” porque eran “cuadrados” y sin “seso”. Durante los años del peronismo -1945 / 1955- los sectores opositores de clase media llamaban a los partidarios de Perón “jeeps”, porque eran “cuadrados” –poco inteligentes- y los “manejaba” el gobierno. En esa época el gobierno justicialista importaba y vendía económicamente esos vehículos, rezagos de la guerra que había concluido.
Pero, en general, la denominación más usual era la de “cabecita” o “negro” que más frecuentemente hacia referencia a una discriminación de carácter social y cultural que racial. Se podía ser “negro” o “cabecita” por desarrollar conductas consideradas impropias de la clase media aún cuando se detentara una fisonomía de tipo europeo. En esos casos el lenguaje popular hablaba de “negros de alma” en contraposición a los “negros de piel”.
[vii]RATIER, Hugo: “El cabecita negra”, Colección La Historia Popular Nº 72, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires 1971, p. 9
[viii] ROMERO, José Luis: “Latinoamérica: las ciudades y las ideas” Bs. As. 1976. Pág. 323.
[ix]BAILONGOS: Denominación popular de los lugares donde se interpretaba música popular para bailar.
[x] RATIER, Hugo: Op. Cit. p. 13.
[xi] MORA Y ARAYJO, Manuel y Carlos LLORENTE: “El voto peronista”. Recopilación. Bs. As. 1982. Pág. 45.
[xii] LUNA, Félix: “El 45”. Ed. Sudamericana. 7º Edición. Bs. As. 1975. Pág. 29 y 30.
[xiii] NOTA DEL AUTOR: La polémica sobre el lugar y fecha de nacimiento de Perón es tan grande que algunos autores italianos como P. Canneddu en su libro “Juan Perón – Giovanni Piras, dos nombres una persona” o Raffaele Ballore y Gabriele Casula con su libro: “¿Dónde nació Perón? Un enigma sardo nella storia dell’Argentina”. Afirman que Juan D. Perón era en realidad un humilde campesino de Mamoiada emigrado a principio de siglo a la Argentina. Evidentemente la ciencia ficción ha invadido a la historia.
[xiv]VAZQUEZ-RIAL, Horacio: Perón tal vez la historia. Ed. El Ateneo, Bs. As. 2005, p. 60.
[xv]NOTA DEL AUTOR: En la primera mitad del siglo XX, las familias de clase media de la ciudad de Buenos Aires solían emplear apodos para nombrar a sus miembros. Así eran frecuentes apodos tales como “Mecha” –empleado para denominar a la mujeres de nombre Mercedes- ; “Pochita” o “Pochi” –para denominar a las Marías-, “Porota” o “Potota”. Para los hombres se empleaban “Cholo” o “Cacho” –para denominar a los Carlos-; “Pancho” –para denominar a los Francisco-; “Pepe” –para los José- o “Beto” –para los Alberto o Roberto-, etc. El mismo Perón sería denominado “Pocho” por las jóvenes de la UES, algunos años más tarde.
[xvi]PAGE, Joseph: “Perón, primera parte (1895 – 1952)”, Javier Vergara Editor. Bs. As. 1984, p. 38.
[xvii] PAVÓN PEREYRA, Enrique: Perón (1895 -1952), Bs. As. 1955.
[xviii]FERNÁNDEZ LALANNE, Pedro: Los Uriburu. Ed. Emece. Bs. As. 1989. p. 339 a 347.
[xx]PERÓN, Juan D.: Tres revoluciones. Ed. Síntesis. Bs. As. 1974, P. 33 a 36.
[xxi]NOTA DEL AUTOR: Pese a todos los testimonios que prueban la participación del capitán Juan D. Perón en el primer golpe de Estado exitoso de la historia argentina, algunos historiadores poco rigurosos se atreven a negalo. Así lo hizo, por ejemplo, Felipe Pigna en una entrevista realizada por “Le monde dipolomatique”. Ante la pregunta del periódico sobre cierta militancia juvenil de Perón en alguna fuerza política, Pigna responde: - El siempre se definió como radical.
-          Periodista: Sin perjuicio de que luego participó en el golpe contra Yrigoyen.
-          Pigna: la verdad exacta es que se retira dos días antes del golpe. Participa activamente, pero se baja del golpe un par de días antes.
-          Periodista: ¿Y por qué se baja?
-          Pigna: Por disidencias internas y más bien por una cuestión formal que ideológica. Perón decía que todo estaba muy mal organizado y que eran claros los objetivos del golpe. Veía al gobierno de Irigoyen como decadente, estaba en contra, y creía que había que derrocarlo de alguna manera. Pero no estaba de acuerdo con lo que se iba a hacer.
Ver al respecto la opinión de Claudio Chávez en : http://www.pensamientonacional.com.ar/docs.php?idpg=chavezc/0001_pigna_y_su_equi.... 
[xxii]POTASH, Robert: “El Ejército y la política en la Argentina. 1928 – 1945. De Yrigoyen a Perón”. Ed. Sudamericana. Bs. As. 1981, p. 81.
[xxiii] BARDINI, Roberto: “Cuando Perón fue espía en Chile”. Artículo publicado en http://www.rodelu.net/bardini/bardini35.htm
[xxiv] DAMONTE TABORDA, Raúl: Ayer fue San Perón. Ed. Gure. 2da Edición. 1955. p. 172. Este autor, un opositor a Perón que debió exilarse en la ciudad de Montevideo, omite toda mención a la participación de Eduardo Lonardi en los hechos, falseando en testimonio histórico.
[xxv] SOBERANÍA CHILE: “Un escándalo de espionaje argentino en 1938”. Artículo publicado en http://www.soberaniachile.cl/peron.html. Santiago de Chile 23/6/07. También VAZQUEZ - RIAL, Horacio, p. 137.
[xxvi] POTASH, Robert: “El Ejército y la política en la Argentina 1945 – 1962, de Perón a Frondizi”. Ed. Sudamericana, Bs. As. 1980, ps 162 y 163.
[xxvii]LONARDI, Marta: “Mi padre y la Revolución del 55”. Ediciones Cuenca del Plata. Bs. As. 1980. ps. 19 a 21.
[xxviii] DEL CARRIL, Bonifacio: Memorias dispersas: El coronel Perón.Ed. Emece. Bs. As. 1984. Pág. 23.
[xxix] LANUSSE, Alejandro A.: “Protagonista y Testigo. Reflexiones sobre 70 años de nuestra historia”. Marcelo Lugones S.A. Editores. Santiago de Chile 1990. Pág.220 ,  221 y 222.
[xxx] TAIANA, Jorge A.: “El último Perón”. Ed. Planeta. Bs. As. 2000. Pág. 175 y 176.
[xxxi] El peronismo formó gobierno en unión con otros partidos menores en todas las elecciones nacionales de  1973, formando el Frente Justicialista de Liberación  –FREJULI-, concurrió con aliados en 1983. La UCR formó un gobierno de coalición en 1999 con el FREPASO.
[xxxii] NOTA DEL AUTOR: Según afirma Julio González: ese edificio era un lega que el armador de buques Alberto Dodero hizo a Perón en su testamento. González no aclara por qué motivo un millonario naviero efectuaba un regalo millonario al Presidente de la Nación. No cabe menos que pensar que Dodero oficiaba de testaferro de Perón en la adquisición de ese inmueble o estaba retribuyendo algún favor político recibido de Perón. GONZÁLEZ, Julio: Isabel Perón. Intimidades de un gobierno. Ed. El Ateneo, Bs. As. Julio 2007, p. 249.
[xxxiii]COMISIÓN DE INVESTIGACIONES: Libro negro de la segunda tiranía. Bs. As. 1958, p. 49.
[xxxiv]COMISIÓN DE INVESTIGACIONES: Ob. Cit. p. 50
[xxxv] GONZÁLEZ, Julio: Ob. Cit. p. 250.
[xxxvi] GONZÁLEZ, Julio: Ob. Cit. p. 251.
[xxxvii] GAMBINI, Hugo: Historia del peronismo. La obsecuencia. Ed. Vergara. Bs. As. 2007. P. 77.
[xxxviii]GAMBINI, Hugo: Ob. Cit. p. 90
[xxxix] NOTA: José Ber Gelbard: Ministro de Economía de los presidentes Campora, Lastiri, Perón y María Estela Martínez Carta de Perón.
[xl] NOTA DEL AUTOR: 500.000.000 de pesos moneda nacional, pesos viejos como los denomina Isabel Perón, correspondían a 5.000.000 de pesos Ley 18.188, creados en 1971, que fue la moneda en que se le restituyeron sus bienes a Juan D. Perón.
[xli] GONZALEZ, Julio: Ob. Cit. p. 251.

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