jueves, 12 de julio de 2012

LA RESTARUACIÓN DE LOS NOTABLES EN ARGENTINA 1930 - 1943

LA RESTAURACIÓN DE LOS NOTABLES”

LA SITUACION POSTERIOR A 1930

El golpe de Estado protagonizado por el general José Félix Uriburu en el año 1930, demostró que si bien la política argentina había adquirido ciertos rasgos híbridos durante los cuarenta años anteriores, la supremacía de la elite tradicional no había disminuido en grado apreciable. El golpe suprimió la idea de que la introducción del gobierno representativo y el triunfo del estilo político radical habían hecho pasar el poder a nuevas manos y restauró una estrecha y neta relación entre el poder económico y el control formal del estado.

Como bien señala David Rock[1] durante toda la década de 1930 a 1940 los notables adulteraron repetidamente el resultado de las elecciones para mantenerse en el poder. Pero también iniciaron una reforma sustancial, que los ayudó a abrirse camino con éxito en medio de la depresión económica. El verdadero producto bruto interno, que había caído en un 14% entre 1919 y 1932, se recuperó rápidamente: y en 1939 fue casi un 15% mayor que en 1929, y el 33% superior al de 1932.

Pese a sus éxitos la restauración de los notables duró un lapso más breve que el estilo de los notables que le precedió y aún que la duración del estilo radical que ella desplazó. Después de 1939, nuevas fuerzas políticas tomaron forma, fuerzas que los notables fueron incapaces de controlar y que finalmente los barrieron del escenario político nacional por más de una década. En junio de 1943, también ellos resultaron derrocados por un golpe de Estado militar. Durante los regímenes de facto de los generales Ramírez y Farrell, en los dos años siguientes, se produjeron más cambios políticos y de mayor alcance que cualquiera de los ocurridos desde la etapa inicial del estilo de los notables. Su resultado fue la elección del coronel Juan D. Perón para la presidencia en febrero de 1946. Respaldado por un nuevo movimiento cuya base la constituían los sindicatos y la clase obrera urbana, los peronistas, lanzados al poder, impulsaron un programa de reformas sociales y de industrialización, tal como se relata en el capítulo siguiente.

La larga década de los años treinta –1930 / 1943-, que como hemos expuesto en el capítulo primero ha sido denominada erróneamente como “la década infame”, fue moldeada, en un principio, por la Gran Depresión y luego por la Segunda Guerra Mundial. La crisis económica de 1930, tuvo por consecuencia un rechazo mundial de los principios del librecambismo y florecimiento general de las tendencias proteccionistas. Esto produjo un cambio fundamental en las relaciones de la Argentina con las naciones industrializadas en Europa. Las crecientes dificultades de colocación de los productos primarios de exportación tradicional en el mercado europeo significaron el final del incesante crecimiento económico argentino. La Argentina estaba inserta en el cuadro de las relaciones económicas internacionales controlado por Inglaterra, mientras la economía nacional se basaba sobre todo en la exportación de productos agrarios y por tanto se hallaba gravemente expuesta ante el reajuste económico de los mercados europeos. El colapso en los precios internacionales y el proteccionismo de los mercados tradicionales afectó al vital sector agrícola -ganadero. El desempleo era cada vez mayor. El sistema bancario no estaba preparado para soportar la crisis y los ingresos del sector público eran tan escasos que no podía enfrentar ni el pago de sus empleados ni sus acreedores del exterior.[2]

El gobierno del general Agustín P. Justo se aprestó a controlar la crisis económica y financiera contando para ello con sus recursos políticos, con una actitud pragmática respecto de la realidad y con una consecuente disposición para abandonar los rígidos principios del liberalismo político. Para ello adoptó una serie de medidas controvertidas, que implicaban en algunos casos la decidida intervención del Estado en campos hasta entonces prohibidos por quienes, en el mejor de los casos, decían defender mecanismos económicos que sus referentes extranjeros habían descartado sin demasiados escrúpulos. Las divisas comenzaron a escasear y con ello se redujeron las posibilidades de importar productos industriales. Surgió entonces la tendencia a encarar la gradual organización de una industria nacional bajo el principio de industrialización por sustitución de importaciones.[3]

LOS NOTABLES DE INNOVADORES A CONSERVADORES

Otro rasgo importante que distingue claramente a la situación posterior a 1930 de la existente en los años precedentes, es la inestabilidad político institucional que se arraigó a partir de entonces. La irrupción del ejército en el escenario político –un hecho que ocurría por primera vez desde que el mismo se había convertido en una institución profesional- no sólo abre el período cronológicamente, sino que es también un signo de los nuevos tiempos: las tensiones generadas por la crisis eran demasiado violentas para que pudieran resolverse por la vía tradicional de equilibrios, acuerdos y compromisos. Esta presencia del ejército, ya sea en primer plano o entre las sombras, será desde entonces un dato inevitable de la realidad política.

El movimiento golpista suprimió al estilo político radical, a sus dirigentes, provenientes de los estratos medios, y a la relación particular que se había entablado entre la elite y los estratos medios a fines de la década del veinte; pero en ningún momento significó un retorno al siglo XIX. Más exacto es decir que logró que los sectores medios retrocedieran y ocuparan el papel subalterno que la generación de Sáenz Peña había previsto para ellos, eliminando el carácter de eje central del sistema electoral que ellos mismos se habían adjudicado. En muchos aspectos, la década del treinta implicó más que una ruptura completa con el pasado, un ajuste retrospectivo de la estructura política.

El derrocamiento del gobierno radical el 6 de septiembre de 1930 se llevó a cabo con muy escasa planificación y empleando sólo una pequeña fuerza militar. Tomaron parte el Colegio Militar, efectivos de la Escuela de Comunicaciones y algunos otros, que en total sumaron aproximadamente 2.000 hombres. La mayoría de los oficiales que marcharon desde el Colegio Militar hasta la Casa Rosada eran oficiales subalternos. Completaron la acción rápidamente, encontraron escasa resistencia y en consecuencia hubo muy poco derramamiento de sangre.[4] Existió el tácito consenso del Ejército y la Marinade no oponerse y el gobierno de Yrigoyen no tuvo defensores. “Había colmado la paciencia pública –dijo Lisandro de la Torre refiriéndose al caudillo radical- por lo cual sería un gran error considerar que fue solamente una parte del Ejército la que lo derribó.”[5]

Los líderes del movimiento, aunque unidos por una larga hostilidad hacia Yrigoyen, estaban divididos en dos grupos políticos con propuestas de gobierno muy diversos el uno del otro. El grupo nacionalista estaba encabezado por el teniente general José F. Uriburu, quien lideró las acciones militares y se constituyó en el primer presidente de facto de la Argentina.

José Félix Uriburu pertenecía a una familia patricia de Salta. Pese a ser militar de carrera a lo largo de su vida evidenció una clara vocación por la política. En 1890 participó junto a los líderes radicales de la Revolución del Parque. Tres años más tarde fue nombrado edecán militar de su tío, el presidente José Evaristo Uriburu. En 1902, siendo Oficial de Estado Mayor, fue enviado a Berlín donde se incorporó a la guardia del Ejército Imperial. En 1907 fue designado director de la Escuela Superior de Guerra. En 1913 fue elegido diputado nacional por Salta. Durante la Primera Guerra Mundial fue agregado militar en Alemania. En 1915 participó de la fundación del Partido Demócrata Progresista. Ese mismo año publicó su libro “La batalla del Marne, apuntes y enseñanzas de la guerra actual”, que en 1918 completaría con el libro “La batalla del Marne. Refutaciones al Mayor General Lord Gleichen”. En 1919 fue ascendido a general de división. En 1929 fue declarado en situación de retiro, con el grado de teniente general, por haber alcanzado la edad reglamentaria. Era un hombre de fortuna, amparado desde siempre por sus relaciones familiares y sociales. Socio del Círculo de Armas, el club más aristocrático de su tiempo. Sus reiteradas estadías en Europa lo pusieron en contacto con las crecientes ideas totalitarias de su tiempo.

Uno de los líderes del socialismo independiente, Federico Pinedo, nos proporciona en sus memorias el siguiente perfil de Uriburu: “un hombre educado, de instrucción suficiente para comprender en sus grandes líneas los problemas de gobierno [...] no era en manera alguna un producto de cuartel, contaba con numerosos amigos o relaciones civiles a quienes estimulaba y respetaba [...] patricio de las provincias mediterráneas, le gustaba el trato con la gente de su clase o de su ambiente, cuyos méritos sabía apreciar, pero que tal vez sobreestimaba”.[6]En tanto que el historiador Tulio Halperín Donhi nos señala cierta paradoja en torno a su personalidad: “ese pundoroso militar e irreprochable caballero, ese ciudadano inspirado por los más altos ideales patrióticos, unía a una ingénita bondad de corazón una señorial campechanería que contrastaba con la severidad de su imagen pública”.[7]

Entre sus partidarios se contaban dentro del Ejército, el general Arroyo , los coroneles Emilio Kinkelin, Rocco, los tenientes coroneles Juan B. Molina, Alvaro Alsogaray, Pedro P. Ramírez y Rafael Eugenio Videla[8] y el capitán Juan D. Perón. En la Armada el almirante Renard y los capitanes de navío Jorge Campos Urquiza –Jefes de la Basey Arsenal Dársena Norte y Francismo Amaud -jefe de Base Zárate- y los almirantes (R) José Moneta y Carlos G. Daireaux. Las unidades comprometidas por Uriburu comprendían el Colegio Militar, la Base Aérea de El Palomar, Escuela de Comunicaciones, 1º de Artillería, Batallón de Arsenales, 3ºy 2º de Infantería, 1º de Caballería, escuelas de Artillería y de Suboficiales, 2º de Artillería, 6º de Infantería y 7º de Infantería; 11º y 12º de Infantería y Base Aérea de Paraná, pertenecientes a la 3º División. La mayor parte de estas unidades el día del levantamiento permaneció fiel al gobierno hasta que las acciones estaban definidas. El coronel Avelino Álvarez, director de la Escuela de Infantería, leal al gobierno, controló los accesos al acantonamiento de Campo de Mayo impidiendo todo movimiento de tropas y sólo pudo eludir el bloqueo algunos escuadrones del Regimiento 1º de Caballería.

Pese a todo el general Uriburu siguió adelante con el alzamiento. “Estaba perdido –confesaría más tarde a Lisandro dela Torre- y debía elegir entre ser fusilado allí o en la Plaza de Mayo y opté por lo segundo”.[9]

Entre los grupos civiles se destacaban, elementos militaristas, agrupaciones nacionalistas como la “Liga Patriótica” de 1919 dirigida por Manuel Carlés y la simpatía de caracterizados dirigentes conservadores.

Durante los años de la década del veinte, los nacionalistas se habían tornado cada vez más antidemocráticos, anticomunistas y antiliberales. Se encontraban bajo la influencia de ideas totalitarias que llegaban desde Europa. Especialmente las que provenían de la Italia de Mussolini, también la doctrina clerical de la hispanidad, que se había desarrollado en la España de Primo de Rivera, y el pensamiento de “L’Action Francaise”. Estos grupos, liderados por intelectuales del fuste de Leopoldo Lugones y los hermanos Irazusta, se proponían superar la crisis política apelando a las tradiciones nacionales. Sus ideas circulaban en publicaciones que, como el diario “Nueva República”, se distribuían dentro del Ejército. Sostenían que el caos institucional era producto de la transformación de la democracia en una “partidocracia”,donde solo contaban los intereses partidarios y donde la auténtica representación popular era desvirtuada por la continua apelación a prácticas clientelísticas. En consecuencia postulaban la derogación de la Ley Sáenz Peña y el reemplazo del sistema legislativo previsto en la Constitución de 1853, por otro de naturaleza corporativa. Postulaban el nacimiento de “una nueva república” basada en tres principios “orden, jerarquía y autoridad”.[10]

El general Uriburu, en un discurso pronunciado en la Escuela Superior de Guerra el 15 de diciembre de 1930, se encargo de expresar con claridad ese ideario: “En nuestro país nos embriagamos hablando a cada momento de la democracia, y la democracia aquí y la democracia allá. La democracia la definió Aristóteles diciendo que era el gobierno de los más ejercitado por los mejores, es decir, aquellos elementos más capacitados para dirigir la nave y manejar el timón. Eso es difícil que suceda en todo país en que, como en el nuestro, hay un sesenta por ciento de analfabetos, de lo que resulta claro y evidente, sin tergiversación posible, que ese sesenta por ciento de analfabetos es el que gobierna al país, porque en elecciones legales ellos son mayoría”.[11]

Durante las décadas de los años veinte y treinta, dentro del Ejército muchos oficiales adhirieron y hasta fueron animadores de las diversas agrupaciones nacionalistas que florecieron por entonces, algunas de ellas filofascistas, xenófobas y de ultraderecha: la “Legión de Mayo”, la “Guardia Argentina”, la “Legión Colegio Militar”, la “Milicia Cívica Nacionalista”, etc.

Pero, aunque contaban con el apoyo del Presidente, general Uriburu, los nacionalistas eran una minoría tanto dentro de la coalición revolucionaria que derrocó a Yrigoyen como dentro de la sociedad argentina. El mayor peso político, como pronto quedó en evidencia, residía en los radicales antipersonalistas dirigidos por el general Agustín P. Justo, quien había sido ministro de guerra durante el gobierno radical de Marcelo T. de Alvear. Los notables se oponían a todas las medidas extremas; consideraban que su tarea era restaurar la Constitución no destruirla, limpiando a la sociedad de la "corrupción" y la "demagogia"de los yrigoyenistas. A diferencia del grupo de Uriburu, los notables no pretendían poner al gobierno por encima del conjunto de la sociedad al estilo corporativista o fascista sino simplemente controlarlo.[12] Dentro de las fuerzas armadas Justo contaba con el apoyo del general Maglione, el coronel Luis J. García, el almirante Domecq García, los generales Elías Alvarez, Bruce, Jáuregui y Ponce, los coroneles Pilotto, Pistarini, los tenientes coroneles Tonazzi, Ruzzo, Descalzo, Sarobe, el capitán Juan D. Perón, etc. Muchos de estos oficiales ante la pasividad de Justo se incorporarían a los trabajos conspirativos de Uriburu.

Poco después del triunfo del golpe de Estado, el Secretario General de la Presidencia, coronel Juan Bautista Molina, un nacionalista de inclinaciones fascistas. Un militar que “se ubicaba a la derecha de cualquier derecha, con una disposición fuertemente antiliberal y anticomunista, teñida por la admiración al esquema político del Duce. Junto con otro nacionalista ultramontano, el doctor Juan Carulla, le dio vida e incluso legalidad a la Legión CívicaArgentina. El 20 de mayo de 1931 consiguió que el presidente de facto Uriburu le reconociera oficialmente por medio de un decreto en el que se resaltan las cualidades de una ‘asociación de hombres patriotas que moral y materialmente están dispuestos a cooperar con la reconstrucción institucional del país’. Así, el régimen uriburista tuvo sus propias fuerzas de choque, que fueron un remedo de las ‘camisas negras’ mussolinianas. Sus cuadros civiles se entremezclaban con el Ejército, del cual recibían instrucción militar. Detrás de la integración de esta fuerza paramilitar estaba el sueño típicamente fascista de partido único en estrecha vinculación con el Ejército.”[13]

Este remedo de organización fascista provocó un hondo malestar entre los miembros de la elite tradicional y ahondaron las diferencias entre los nacionalistas y los notables, que tradicionalmente respondían a la influencia de las ideas liberales. La respuesta del general Justo fue movilizar sus influencias, tanto dentro del Ejército como en los círculos del poder económico, para debilitar al gobierno. Los doce meses que siguieron al golpe de Estado presenciaron una sorda lucha por el poder y por las relaciones con los radicales depuestos. El golpe de Estado del 6 de septiembre había sido recibido con entusiastas demostraciones populares en Buenos Aires y otras ciudades; una muchedumbre de exaltados había incendiado y saqueado la humilde casa de Hipólito Yrigoyen. Pero la euforia tuvo corta vida: la crisis se agudizó, y las medidas de emergencia del gobierno provisional tuvieron altos costos sociales. Grupos radicales intentaron organizar movimientos contrarrevolucionarios en las provincias de Córdoba y Buenos Aires, contando con el apoyo de los cuadros de suboficiales. Incluso se distribuyeron panfletos de orientación marxista en los cuarteles, convocando a la constitución de “soviets” de soldados y suboficiales.

El Gobierno aplicó una dura represión, al estado de sitio se sumo la implementación de la ley marcial. En aplicación de esta legislación fueron fusilados los anarquistas expropiadores Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó. También se detuvo a gran número de dirigentes políticos, gremiales y estudiantiles. La Policía de la Capital bajo el control de Leopoldo Lugones (h) y David Uriburu –sobrino del general- comenzó a aplicar la tortura como procedimiento habitual en la investigación de actividades políticas opositoras.[14] Por último, las tensiones sociales se incrementaron también como resultado de la crisis económica del sistema capitalista internacional, con sus secuelas de recesión, desocupación y miseria. La opinión pública sufrió otra violenta transformación, esta vez en favor de la desplazada Unión Cívica Radical.

El general Uriburu no supo reconocer este cambio en el estado de ánimo popular. El 5 abril de 1931, buscando proporcionar alguna legitimidad a su gobierno, permitió una elección de prueba en la estratégica provincia de Buenos Aires para elegir un nuevo gobernador. Para su sorpresa, se impusieron los candidatos de la Unión Cívica Radical con su fórmula integrada por Honorio Pueyrredón – Mario Guido, que obtuvo 218.783 votos sobre los 187.083 de los conservadores. El Gobierno Provisional reaccionó suspendiendo las elecciones previstas en otras provincias y el ministro del Interior, autor de la convocatoria, comicial debió renunciar. Se trataba del doctor Matías Sánchez Sorondo, un polémico conservador de inclinaciones nacionalistas, que al jurar su cargo el 8 de septiembre de 1930, no había dudado en afirmar que el yrigoyenismo había sido vomitado por el pueblo, “al ghetto de la historia”.[15]

En Julio de 1931, se produjo un movimiento revolucionario en la provincia de Corrientes protagonizado por el teniente coronel Gregorio Pomar, ex edecán de Yrigoyen. El levantamiento sirvió de justificación a Uriburu para reprimir los intentos de rebeldía en el Ejército y perseguir a los radicales. Marcelo T. De Alvear había arribado al país en el mes de abril procedente de Francia y asumido la jefatura del radicalismo, el Gobierno Provisional lo obligó a abandonar el territorio nacional, acusándolo de haber propiciado el movimiento de Pomar.

Sin embargo, el gobierno de facto había entrado en una pendiente de la cual no podría salir sino restaurando el funcionamiento de las instituciones democráticas. El malestar en el Ejército era cada día mayor. Cuando se conocieron los resultados electorales de la provincia de Buenos Aires un gran número de oficiales manifestó a Uriburu su oposición a la prolongación del Gobierno Provisional, y en la tradicional cena de camaradería de las fuerzas armadas en la víspera del 9 de julio, el coronel Manuel A. Rodríguez, jefe de la Guarnición de Campo de Mayo –que luego sería ministro de Guerra de Justo- expresó en su discurso el rechazo del Ejército a ser utilizado con propósitos políticos.

Las elecciones se realizaron el 8 de noviembre de 1931. El 6 de octubre de 1931, un decreto del Gobierno Provisional veto las candidaturas del binomio radical Marcelo T. De Alvear y Luis Güemes a la presidencia de la nación, y el 8 de ese mismo mes, otro decreto dispuso la anulación de las elecciones del 5 de abril en la provincia de Buenos Aires. El general Agustín P. Justo, que había mantenido sus apoyos militares mientras cosechaba la adhesión de los sectores independientes, la banca, el comercio y la industria, que veían en él una garantía de estabilidad y orden institucional se convirtió en el candidato oficial. La oposición en los comicios presidenciales quedó limitada a la “Alianza Demócrata Socialista”,cuya fórmula presidencial integraron los doctores Lisandro de la Torre y Nicolás Repetto. Esta oposición por su carácter antimilitar y anticlerical despertaron la oposición militante de la jerarquía de la Iglesia Católica, del Ejército y de los grupos católicos y nacionalistas. El 20 de febrero de 1932 Justo asumió la presidencia; algunas semanas después de abandonar el cargo, Uriburu murió de cáncer de estómago en París. Como acto final, las milicias de la Legión Cívica Argentina desfilaron en el entierro sin pueblo del teniente general José F. Uriburu, en 1932.

Agustín P. Justo era un personaje singular. Aunque militar de carrera había encontrado tiempo para graduarse como ingeniero civil en la Universidad Nacionalde Buenos Aires, en 1903. Era un miembro destacado de la elite tradicional, socio tanto de la Sociedad Rural como del aristocrático Círculo de Armas. Bibliófilo empedernido, interesado por la historia y la política, experto aficionado a la botánica, poseía una de las bibliotecas privadas más importantes del país. “La biblioteca de Justo –nos dice Fraga- llegaría a tener 20.000 volúmenes, clasificados y encuadernados, que se ordenaban sistemáticamente en grandes estanterías de la casa donde vive, en el barrio de Belgrano. A la muerte de Justo, sus descendientes, que no podían mantener la biblioteca, la ofrecieron en venta al Estado nacional, que no mostró interés. Fue comprada en subasta pública por la Biblioteca Nacionalde Lima”[16]. Siempre sonriente y cortés. En una ocasión le recomendaría al sorprendido escritor Manuel “Manucho”Mujica Lainez: “Si usted quiere ser un buen escritor estudie botánica”. El escritor no alcanzó a comprender el sentido de la recomendación. Militante radical toda su vida, participó de las revoluciones del Parque y de 1905, luego sería ministro de un gobierno radical durante seis años. Justo dominó el escenario político desde la Revoluciónde 1930 hasta su muerte diez años más tarde.

Un interesante retrato de Justo, lo proporciona un distinguido escritor nacionalista, Carlos Ibarguren, primo del general Uriburu, en su libro de memorias “La historia que he vivido” diciendo: “El general Justo era espiritual e ideológicamente el polo opuesto del general Uriburu. Político por vocación, ambicioso por naturaleza, liberal, inquieto, cauteloso y maniobrero, cuando le era necesario obrar así para la consecución de sus fines. Los rodeos en sus procedimientos conducían a transigir y aun a unirse a las más opuestas tendencias. Su espíritu militar se manifestaba en su inclinación a imponer y mantener la disciplina, el orden y la rígida administración, pero se desprendía con facilidad de su investidura de soldado para disimular con la apariencia de civil; no vaciló, en un momento dado, de abjurar el título de general para adoptar el de ‘ciudadano ingeniero’ en procura de mayores adhesiones cívicas. Gozaba de gran prestigio en el Ejército y de simpatía en los políticos. Su inteligencia, su astucia e ilustración lo habían dotado de superioridad condiciones para la política y el gobierno”[17].

Las elecciones de 1931 devolvieron el poder a los notables mediante la proscripción de los radicales y la manipulación electoral. El fraude patriótico del período de Justo, entre los años 1931 y 1938, fue en esencia la característica más sobresaliente del sistema de participación política controlada y limitada que había inaugurado Sáenz Peña. En ciertos aspectos puede considerarse al general Justo como la persona que llevó a cabo la idea del partido orgánico con que habían soñado Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña; los respectivos esquemas implicaban la integración política de grupos ajenos a la elite pero en forma subordinada y restringida, de modo de impedir la excesiva injerencia de grupos pertenecientes a los estratos medios en las grandes decisiones oficiales. Tanto que Roque Sáenz Peña como Agustín P. Justo compartían el objetivo de mantener, de una manera u otra, el liderazgo político de la elite, y al mismo tiempo ganar para ella cierto grado de apoyo popular.

Sin embargo la apelación al fraude electoral hacía ya mucho tiempo que había pasado a ser sólo un fenómeno marginal: su retorno al papel de instrumento central del régimen no podía ser aceptado fácilmente por una opinión pública más evolucionada.

La diferencia entre 1912 y 1932 era que en los tiempos del Centenario la elite podía contemplar la posibilidad de delegar el control del Estado en sus rivales políticos, mientras que en la década del treinta se vio obligada a excluirlos mediante cualquier procedimiento a su alcance. Dos condiciones principales justificaban esto. La primera era que en 1912 la oposición del radicalismo a la elite era superficial; más allá de la competencia por los cargos políticos, la elite y los dirigentes radicales tenían antecedentes muy semejantes y una común adhesión al desarrollo de la estructura económica establecida. La segunda es que en épocas de expansión económica los intereses de la elite y de los grupos medios urbanos eran suficientemente compatibles como para posibilitar una alianza política y admitir que estas últimas participaran en cierta medida del poder. Ninguna de estas dos condiciones prevalecía en la década del treinta.

En última instancia, durante el período de restauración política de la elite, ésta apelaba al arbitraje potencial de las fuerzas armadas que no era ignorado por nadie. La elite no perdía oportunidad para hacer sentir a los sectores medios que a los militares no les agradaría retornar a los años críticos de 1928 a 1930. Valiéndose de este procedimiento amenazaba indirectamente a la oposición, presionaba al radicalismo para que se convirtiera en una oposición meramente formal o decorativa, que complementaba la ficción de un régimen democrático, con participación política controlada, y al mismo tiempo contenía las aspiraciones revolucionarias de los partidos de izquierda que debían temer a las consecuencias de un golpe fascista, tan de moda en aquellos tiempos.

Dentro del régimen ilegítimo, desde el punto de vista sociopolítico, una amplia gama de poderes se articulaba o relacionaba respecto del gobierno del general Agustín P. Justo: subordinación del poder militar; apoyo del poder moral -la Iglesia Católicay sus principales exponentes-; adhesión del poder económico; antagonismo del poder ideológico; débil oposición de fuerzas políticas neutralizadas por la fuerte articulación del oficialismo y por el empleo del fraude electoral.[18]

El apoyo civil a Justo abarcaba una confusa coalición de partidos conocida desde el principio como la "Concordancia". Tres eran sus principales componentes. Primero estaban los viejos notables anteriores a 1916, que el 1º de agosto de 1931 constituyeron el Partido Demócrata Nacional, encabezados por figuras como el futuro vicepresidente Julio A. Roca, hijo, Robustiano Patrón Costas, Antonio Santamarina, Miguel A. Cárcano, Pedro J. Frías y Nicanor Costa Méndez. Pero pocos de sus miembros eran auténticos demócratas, y considerando su escasa actuación en muchas partes del país, nunca tuvieron verdadera presencia nacional. En segundo lugar, estaba el Partido Socialista Independiente, un brote conservador del Partido Socialista original de Juan B. Justo, formado en 1927. De este grupo, que representaba a la Concordancia en la ciudad de Buenos Aires, provenían dos de las más talentosas figuras del régimen de Justo, Federico Pinedo y Antonio de Tomaso. Finalmente, estaban los radicales antipersonalistas, el más importante de los tres grupos durante todos los años treinta. De sus filas provenían los dos presidentes electos de la Concordancia, Justo y su sucesor, Roberto M. Ortiz[19] y otras importantes figuras como Tomás Le Bretón.

Si el general Justo procuró hacer de la restauración de los notables un proceso de modernización de la elite como fuerza política, su propósito se vio parcialmente frustrado. El Estado asumió un papel más activo que hasta entonces y la política económica fue conducida con habilidad y pragmatismo, aunque excesivamente subordinadas a intereses vinculados con una metrópoli que declinaba en el contexto internacional. Pero la filosofía liberal estaba doctrinariamente en baja y, en nuestro país, políticamente a la defensiva. Al desvanecerse la influencia de las ideas liberales, constitucionalistas y promotoras del estado de derecho, produjo un cierto vacío político e ideológico. Al mismo tiempo, la carencia de dirigentes políticos lúcidos en la elite, hizo que prácticamente después del año 1934, en especial, el Estado fuese adoptando cada vez más las características de una monstruosa máquina de opresión, con cuya ayuda la elite gobernante mantenía controlada y desmovilizada a la mayoría de la población.

Sin embargo, se producían complejos procesos paralelos que habrían de cambiar no sólo la conformación de la sociedad argentina, sino la actitud de los argentinos hacia la política, los partidos y el poder. La práctica constante del fraude condujo al escepticismo, y la indiferencia de la mayoría de la población. Así, amplios sectores de los estratos medios rechazaban cualquier forma de entendimiento con la elite; que apenas atendió a los riesgos del vacío político que se estaba gestando a su alrededor.

El viejo Partido Socialista, debilitado por la separación de los socialistas independientes y la muerte de Juan B. Justo en 1928, vio disminuir considerablemente tanto el número de sus miembros, como su influencia política durante los años treinta. Miembros del partido fueron elegidos al Congreso por la ciudad de Buenos Aires, derrotando así las tácticas fraudulentas del gobierno, pero la mayoría de sus principales figuras eran personalidades de otra época que hacían alarde de las mismas ideas que habían expuesto antes de 1916 y que resultaban incapaces de comprender los cambios que se estaban produciendo en el país. En estas condiciones los socialistas se convirtieron en un partido meramente testimonial que sólo contribuía a dar legitimidad al predominio de la elite y a marginar a las grandes mayorías nacionales de la actividad política.

Cuando el nuevo orden se consolidó bajo el gobierno de Agustín P. Justo, la resistencia inicialmente enérgica de los radicales pronto se debilitó. El radicalismo funcionaba mejor en los periodos de prosperidad, cuando podían ofrecer políticas distributivas al electorado, pero durante la depresión nunca fue capaz de elaborar una propuesta concreta para superar la crisis. Los dirigentes radicales se atrincheraron en un discurso basado en la apelación a los imperativos morales, haciendo de la condena al fraude electoral el centro de su crítica al Gobierno, mientras que eran incapaces de definir una estrategia para alcanzar el gobierno. Entre la muerte de Yrigoyen en 1933 y 1942 fueron liderados, en general sin relieve y sin inspiración, por un miembro de la elite, un radical histórico que había recalado en las filas de un partido de clase media desde los tiempos de Leandro N. Alem, el ex presidente Marcelo T. de Alvear. Habiendo hecho la paz con los yrigoyenistas, o los "intransigentes", como ahora se llamaban a sí mismos, Alvear dedicó la mayor parte de los nueve años que estuvo dirigiendo el partido a mejorar su imagen pública, para reorganizarlo en su forma más pura y tradicional como una coalición entre las elites y las clases medias. Aún así, los radicales continuaron teniendo una base popular mucho más fuerte que sus adversarios. Conservaron el apoyo de las clases medias urbanas y rurales, de modo que pudieron ganar las elecciones cuando el gobierno cedía en su uso del fraude.[20]

La presidencia del general Agustín P. Justo llegó a su fin a principios de 1938. Por entonces la Concordanciahabía crecido, ahora estaba integrado por cinco nucleamientos políticos. A los tres originarios: Unión Cívica Radical Antipersonalista, Partido Demócrata Nacional y Partido Socialista Independiente se habían agregado el Partido Demócrata de Córdoba y la UCRde Santa Fe. Pero sólo el liderazgo de Justo mantenía unida a la Concordancia, dentro de las Alianza había profundas discrepancias con respecto al tema de sí se debía continuar regulando el proceso político controlando las elecciones o si debía tratar de reforzar su legitimidad mediante la liberalización. La división se reflejó en el nuevo gobierno, cuyo presidente era el doctor Roberto M. Ortiz, líder de las facciones favorables a la conciliación.

El futuro presidente, hombre que había triunfado por su propio esfuerzo, era hijo de un inmigrante vasco. De contextura obesa, aunque por entonces se ignoraba, estaba aquejado de una avanzada diabetes que afectaba su vista y demandaba de una constante atención médica. Su dolencia se agravaría considerablemente a partir de 1940, tras la muerte de su esposa María Luisa Iribarne. Antiguo antipersonalista que había sido ministro de obras públicas del presidente Marcelo T. de Alvear y Administrador General de Impuestos Internos del general Justo. Aunque de extracción radical sus ideas lo aproximaban a la línea de los conservadores liberales al estilo de Sáenz Peña. Los nacionalistas lo veían con reservas por haber sido un prestigioso abogado de varías compañías ferroviarias británicas.

Las disputas entre los grupos gobernantes impidieron a Ortiz elegir a su compañero de fórmula, y la vicepresidencia terminó en manos del doctor Ramón S. Castillo, antiguo decano de la facultad de derecho de la Universidad de Buenos Aires, de 64 años de edad. Muy conocido como archiconservador en la tradición previa a la reforma electoral de 1912. Oriundo de Ancasti, en la provincia de Catamarca, de pequeña estatura, sobrio, austero y muy empecinado, dueño de un patriotismo genuino de antiguo cuño, se jactaba de no atender en su estudio clientes extranjeros.[21] Castillo también había formado parte de los elencos ministeriales del general Justo como su ministro del Interior y luego de Justicia y de Instrucción Pública. Llegó a la vicepresidencia impulsado por el líder conservador salteño Robustiano Patrón Costas.

El presidente Ortiz asumió el poder en esas condiciones, sin aparato político propio y merced al apoyo del general Justo, acompañado de un vicepresidente de ideas y compromisos políticos muy distintos de los suyos.

Los votantes asistieron al cuarto oscuro el 5 de septiembre de 1937 convencidos de que el comicio era una farsa más. El día de la votación las primeras informaciones indicaban que los comicios se realizaban normalmente en la Capital federal, en las provincias de Córdoba y Entre Ríos y en distintas jurisdicciones del país. Mientras que en la provincia de Buenos Aires el fraude alcanzó ribetes escandalosos. El gobierno encabezado por el uriburista Manuel A. Fresco impulso o toleró los más diversos actos de violencia para impedir la libre expresión de los votantes. La crónica periodística señalaba la existencia de compra de votos, votos cantados, “caza de peludos”[22]y otros abusos. Así, Ortiz y Castillo se convirtieron en vencedores de unos comicios fraudulentos orquestados por la maquinaría oficial. Pero una vez instalado como presidente, Ortiz mostró una clara intención de jugar un papel análogo al de Sáenz Peña, dispuesto a arribar a un acuerdo con el radicalismo para asegurar la gobernabilidad del sistema.

En tal sentido, se vería necesitado del apoyo de las fuerzas armadas y del propio general Justo, y asediado por los nacionalistas. Estos sufrirían el primer golpe cuando el Presidente Ortiz firmó un decreto poniendo en "disponibilidad" al militar nacionalista Juan Bautista Molina a propósito de un discurso referido a la revolución del 30, mientras se operaban cambios que significaban la paulatina remoción de militares nacionalistas y la promoción a comandos estratégicos de hombres como el entonces coronel José María Sarobe, identificados con una tradición “profesionalista”y liberal.

A estas medidas siguieron otras más directas contra el fraude electoral institucionalizado. En febrero de 1940, el presidente Ortiz intervino la provincia de Catamarca -base electoral del vicepresidente- donde los conservadores habían impuesto a un gobernador mediante elecciones escandalosamente fraudulentas. Más tarde le llegó el turno a la provincia de Buenos Aires. El gobernador Manuel Fresco, era un conservador de inclinaciones nacionalistas que bordeaban el fascismo. Blanco de las críticas de los radicales y de los demás partidos opositores por su anticomunismo y la apelación al fraude, recibió el mote de “el Mussolini criollo” por su política autoritaria que incluía tanto la persecución a los activistas de izquierda como la imposición de la enseñanza religiosa obligatoria en las escuelas públicas de la provincia. Con el apoyo de sus ministros Roberto J. Noble en Gobierno, Florentino Ameghino en Hacienda y José María Bustillo en Obras Públicas, Fresco llevó a cabo un progresista plan de obras públicas. Aunque gozaba de apoyo popular su insistencia en recurrir al fraude era inaceptable para Ortiz. El 8 de marzo de 1940, tras unas fraudulentas elecciones para gobernador, Ortiz intervino la provincia. Dos ministros conservadores se negaron a suscribir el decreto presidencial de intervención y renunciaron, pero esta igualmente se llevó a cabo.

El presidente Ortiz había mejorado su imagen frente a la ciudadanía, pero perdía rápidamente el apoyo de sus aliados conservadores y la condescendencia de los nacionalistas. En ese momento el inicio de la Segunda Guerra Mundial comenzó ha hacer sentir sus efectos en el país.[23]

EL MOVIMIENTO MILITAR DEL 4 DE JUNIO DE 1943

El presidente Roberto M. Ortiz se presentaba, como un dirigente liberal, inclinado hacia los aliados, con una interpretación matizada de la neutralidad, y con una franca decisión de favorecer la "legalidad democrática". Eso condujo a los nacionalistas a la crítica, pues al antiimperialismo británico de figuras tales como los hermanos Rodolfo u Julio Irazusta, Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz se habían sumado ya el antiimperialismo norteamericano de los seguidores de Manuel Ugarte y Raúl Haya de la Torre[24]que formaban parte de F.O.R.J.A. –Fuerza de Orientación Radical de la Juventud Argentina-.Por un lado, el nacionalismo era antinorteamericano neutralista -aunque esta vez el neutralismo era en sentido opuesto al del presidente favorable al Eje-porque las potencias del Eje luchaban contra la democracia y el comunismo, porque la neutralidad consistía en una tradición coincidente con modelos como el de Francisco Franco en España o armonizaba con los aspectos más destacados de la política exterior de Hipólito Yrigoyen.

En las Fuerzas Armadas -especialmente en el Ejército- predominaba una actitud favorable a Alemania que se debía a varios factores concurrentes: la admiración profesional hacia la disciplina y la eficacia de la Wermarch. Debe recordarse la presencia de los expertos militares alemanes en la modernización del ejército argentino, y tenerse presente el entrenamiento de buena parte de los oficiales superiores en Alemania. A ese factor profesional deben añadirse la influencia ideológica del nacionalismo de derecha y la creencia en que la derrota británica podía convenir a los intereses argentinos en el campo económico.

Mientras los argentinos dividían ostensiblemente sus simpatías y la tensión de la guerra ganaba sentimientos y trincheras ideológicas, la posición del presidente era razonablemente firme, aunque la situación europea introducía factores que tendían a complicarla. Pero la enfermedad de Ortiz hizo crisis en julio de 1940 y el día 3 de ese mes se vio precisado a delegar el poder en el vicepresidente.

A partir de ese momento, se puso de manifiesto que la situación de relativo equilibrio que en medio de las presiones mantenía el gobierno nacional, había dependido del presidente.

En septiembre de 1940, cuando Castillo se hizo cargo de la presidencia por delegación de Ortiz y designó al nuevo gabinete, su posición era débil. Eso explica la transitoria formación de un gabinete ministerial satisfactorio, al mismo tiempo, para el radicalismo y para la "Concordancia"de Justo. La coalición pretendía recobrar el apoyo de derecha, sin enajenarse la del radicalismo antipersonalista que había acompañado a Ortiz.

Pero, la verdadera intención de Castillo era ganar tiempo, reforzar su posición y mantener la neutralidad argentina impidiendo que cayese en la esfera de influencia norteamericana. En todo caso, seguiría una línea de restauración conservadora tanto o más rígida que la Justo, con apoyo del nacionalismo y contra toda posibilidad de retorno radical. Por otro lado, Castillo no estaba dispuesto a permitir el retorno a la presidencia de Justo, por lo tanto comenzó a debilitar los apoyos del general – ingeniero dentro del Ejército, desplazando a los mandos que le eran adictos por militares nacionalistas.

Las elecciones en Santa Fe y en Mendoza, en diciembre de 1940 y enero de 1941, demostraron un retorno al fraude de como sistema político y provocaron el alejamiento del sector más liberal de la "Concordancia"simbolizado por la renuncia de los ministros Pinedo y Roca en protesta por el fraude.

Hacia fines de 1941 el gobierno de Castillo se estaba debilitando. El presidente debió implantar el estado de sitio y cerrar el Consejo Deliberante por presiones militares, que consideraban a esta institución un centro de corrupción donde imperaban los “negociados”. Entre los radicales, que aún protestaban contra el fraude electoral, había partidarios de conseguir apoyo militar para un golpe democrático. Con la deserción del ala liberal de la "Concordancia"el Gobierno ya no era una reunión de notables, sino una herramienta de los conservadores del interior, como Castillo, y de figuras ultramontanas como Ruiz Guiñazú. Incapaz de superar la oposición del Congreso, Castillo recurrió a gobernar por decreto, usando el ataque japonés contra Pearl Harbor como pretexto para establecer el estado de sitio y para tomar medidas policiales contra los disidentes. Pero la autoridad de Castillo estaba decayendo. Al no tener capacidad de maniobra política para frenar la oposición y ampliar su base de apoyo, el presidente se vio obligado a depender de la buena voluntad de los militares, e intentar conseguir el apoyo de los generales mediante contactos personales y pródigos banquetes.

Castillo recibió un inesperado alivio a su situación en 1942, debido a que ese año murieron, con diferencia de tres meses, Alvear y Ortiz, y antes de terminar el año Julio A. Roca, hijo. La U.C.R. se quedaba sin un líder nacional -pues el liderazgo de Amadeo Sabattini en Córdoba no abría de alcanzar nunca proyección nacional- y en las fuerzas armadas rivalizaban tres tendencias: la "justista", la "nacionalista"y la "profesionalista". Pero, muy pronto el propio general Justo habría de salir del escenario cuando el 11 de enero de 1943 un inesperado derrame cerebral terminase con su vida.

El 17 de febrero de 1943, mientras las potencias del Eje iban siendo derrotadas y el panorama internacional prometía traer complicaciones a la política exterior argentina, el doctor Castillo cumpliendo con sus compromisos políticos anunciaba la candidatura presidencial del senador salteño Robustiano Patrón Costas, un poderoso industrial azucarero, líder indiscutido de los conservadores el interior del país. La fórmula oficialista del Partido Demócrata Nacional se completaba con un representante del radicalismo antipersonalista de Santa Fe, el doctor Manuel Iriondo.

La candidatura de Patrón Costas provocó más malestar que sorpresas. Su plantación azucarera “San Martín del Tabacal”, presentada por sus seguidores como modelo del paternalismo capitalista, estaba asociada, en la opinión pública, con un estereotipo de terratenientes “a la latinoamericana”, explotadores y señores de orca y cuchillo. En este y otros obrajes las compañías pagaban a los trabajadores con vales solo canjeables ante el almacén de ramos generales propiedad de la misma empresa donde los precios eran elevados y los productos de calidad inferior. También se cuestionaban las condiciones de vida y de trabajo de los peones, tal como retratara Horacio Quiroga en su relato “El mensú”.

Patrón Costas era un hombre muy rico. Siendo muy joven heredó una gran fortuna y en vez de malgastarla como hicieron otros hombres de su generación, como el célebre Fabián Gómez y Anchorena[25], se dedicó a incrementarla. Al mismo tiempo que construía un importante emporio agroindustrial trabajando y viviendo en plena selva salteña encontraba los medios para intervenir en la política de su tiempo.

En 1914 participó en la fundación del Partido Demócrata Progresista. Fue el primer gobernador de Salta electo con aplicación de la Ley SáenzPeña. Senador en las décadas del veinte y del treinta, presidió el primer Comité nacional del Partido Demócrata Nacional y desempeño un papel protagónico en la formación de la Concordancia y en los comicios de 1931. Tenía importantes apoyos dentro de las filas conservadoras, en especial en Córdoba y en Mendoza, contando con el firme apoyo del presidente del Partido Demócrata nacional, el senador mendocino Gilberto Suárez Lago.[26]

Las ideas políticas de Patrón Costas eran más bien escasas y estaban al lado de los Aliados, pero sin perder las buenas relaciones con la embajada alemana. También estaba claro que apoyaba sin restricciones las prácticas fraudulentas en las elecciones. Mientras en el periódico que él financiaba se reflejaba su opinión contraria al voto secreto de los jornaleros de “El Tabacal”, el candidato defendía métodos electorales fraudulentos atacando “un fraude mucho más perniciosos que el otro: las actividades demagógicas de los partidos que engañan al pueblo con falsas promesas”.La candidatura de Patrón Costas era absolutamente inaceptable para la mayoría de los argentinos.[27] No obstante, la oposición carecía de líderes manifiestos y de fuerzas para neutralizar la maquinaria electoral oficialista. El presidente Castillo no parecía temer demasiado a la interferencia militar. Sin embargo, el candidato oficialista convocaba a la oposición de los nacionalistas y de los oficiales proaliados y, naturalmente, de los radicales y socialistas. En marzo de 1943, mientras tanto, se había constituido formalmente la logia militar cuyo papel sería decisivo, en los sucesos críticos del 3 y 4 de junio de ese año: el G.O.U -Grupo Obra de Unificación, tal como parece ser la traducción más acertada de esas siglas. Compuesta en su mayoría por oficiales jóvenes -mayores y tenientes coroneles-su ideología se reducía a cierto número de ideas fuerza: nacionalismo, catolicismo, profesionalismo, anticomunismo, soberanía económica, etc.

El detonante del movimiento militar del 4 de junio fue el intento por parte del presidente Ramón S. Castillo de desprenderse de su ministro de Guerra, general Pedro Pablo Ramírez -a quien atribuía la intención de aceptar la candidatura presidencial de la Unión CívicaRadical-. Pero las verdaderas motivaciones son más profundas y deben buscarse en el estado de ánimo imperante en las fuerzas armadas por esos años. El Ejército no temía tanto que el gobierno tomara partido en el conflicto mundial, sino que consideraba que la precaria situación interna y externa de la nación requería una conducción política más eficiente de la que parecía auspiciar el conservador Patrón Costas.

Al mismo tiempo otros factores de carácter profesional y vinculados a la defensa nacional contribuyeron a movilizar políticamente a las fuerzas armadas hacia el año 1943: la rápida obsolescencia del material bélico disponible frente a los cambios tecnológicos incorporados por la guerra europea. El escaso realismo de la política exterior argentina que había cerrado las puertas al reequipamiento en los Estados Unidos y en especial a los beneficios del sistema de "Préstamo y Arriendo" del material bélico, en tanto que Brasil -el siempre temido rival- lo aprovechaba para convertirse en la primera potencia militar de América del Sur. La dependencia industrial del país como producto de su papel primario - exportador en la división internacional del trabajo, que se hacía sentir sobre la capacidad militar del mismo. La mala distribución del producto bruto que originaba la existencia de grandes sectores de la población carentes de una adecuada alimentación y asistencia médica, afectando considerablemente el potencial humano de la nación. Por último, el aparente avance de los movimientos políticos de izquierda -especialmente el Partido Comunista- que les hacía temer por el frente interno en una contienda. Todo llevaba, pues, a que el nudo gordiano del régimen fuera cortado por la espada.

LOS MIGRANTES INTERNOS

En el aspecto demográfico se inició una profunda transformación de la sociedad argentina. La corriente inmigratoria proveniente de ultramar se fue reduciendo en forma notoria. También los índices de natalidad descendieron en gran medida, de modo que las cifras de población aumentaron muy poco. Hasta 1930 la inmigración neta desde Europa arrojaba un promedio anual de 88.000 personas, lo que contribuía al incremento de mano de obra en la Argentina. Enla década siguiente bajó a 7.300 por año, y a 5.500 entre 1940 y 1946. Por esa época, los europeos constituían la mayor parte de la población que trabajaba en la industria y los servicios -En 1914, eran entre el cincuenta y setenta por ciento de los trabajadores que desempeñaban estas actividades-.

La consolidación numérica de la población no fue acompañada por una transformación de las estructuras demográficas regionales. Pues a partir de ese momento se inicia un éxodo de la población rural que se establece en los cinturones que rodean a las principales ciudades -Gran Buenos Aires, Gran Rosario, etc.- Entre los años 1943 y 1946, las cifras de migración interna se aproximan a las de los años récord de la inmigración de ultramar.

En cuanto al origen de estos migrantes, muchos de ellos provenían de las zonas cerealeras donde a la crisis económica se sumaban los tradicionales problemas derivados de las formas de tenencia de la tierra y, desde 1938, la declinación de la agricultura en favor de la ganadería. Las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y La Pampa aportaron el cincuenta por ciento de los migrantes. Sin embargo los emigrados de las primeras cuatro provincias no representaban en relación con los nacimientos en las mismas, un porcentaje superior al total del país, y por otra parte, ellas también recibían inmigrantes de otras provincias en proporciones importantes. En cambio, un territorio exclusivamente agrícola -ganadero como La Pampavio emigrar un treinta y siete por ciento de sus nativos sin que los migrantes que recibió de otras provincias representaran más de un tercio de esa cantidad.

Peor era la situación de las provincias pobres, crónicamente estancadas, con altos porcentajes de emigración: San Luis (35%), La Rioja (42%), Catamarca (31%), Corrientes (28%), Santiago del Estero (26%); no compensados por cifras importantes de migrantes.

Un tercer grupo lo constituían aquellas provincias cuyas economías regionales sufrían también los efectos de la crisis-Mendoza, San Juan, Tucumán y Chaco- porque si bien eran abandonadas por parte de sus nativos, atraían en cambio a emigrantes de las provincias vecinas más pobres.

En cuanto al punto de llegada de este flujo de migrantes eran, como ya se dijo, sobre todo las ciudades -la población urbana aumentó del cincuenta y tres al sesenta y dos por ciento entre los censos de 1914 y 1947- y principalmente la Capital Federal y su periferia. La Capitaly la provincia de Buenos Aires ya reunían en 1935, el cincuenta y nueve por ciento de los establecimientos industriales del país, con un setenta y uno por ciento de la fuerza motriz y un sesenta y cinco de las inversiones. Si tenemos en cuenta que los partidos que rodean a la capital representaban más de un setenta por ciento de la fuerza motriz, el personal ocupado y la producción industrial de la provincia, veremos hasta que punto había llegado ya la concentración de la industria en lo que se llamaría luego el Gran Buenos Aires. Sumemos a esta creciente actividad en construcciones, las obras públicas, las mejoras en materia de transporte, etc., y entenderemos fácilmente que haya sido el principal centro de atracción para los inmigrantes del interior, reuniendo el sesenta y cinco por ciento de los mismos.

El crecimiento de este conglomerado, que llegaría a nuclear el veintinueve por ciento de la población del país en el año 1947, tuvo un ritmo de 66.000 nuevos habitantes por año entre 1914 y 1936; 85.000 entre ese año y 1943; 142.000 entre 1943 y 1947, ritmo que estuvo sostenido después de 1930 fundamentalmente por la llegada de migrantes del interior -8.000, 72.000 y 117.000 por año en los períodos mencionados-. No es extraño, entonces, que el porcentaje de nativos del interior del país sobre un total de la población aumentara en la Capital Federaldel 9% en 1914 al 15% en 1936 y al 32% en 1947, mientras que el de los extranjeros bajaba del 49% al 36% y 27% respectivamente.

En la provincia de Buenos Aires, el porcentaje de nativos del interior sobre la población real era en el año 1947 de 22, pero subía considerablemente en los partidos recientemente industrializados del conurbano: San Martín (45%), Avellaneda (34%) y Lanús (33%). Del mismo modo, mientras que el crecimiento anual medio para cada mil habitantes fue para toda la provincia de veintiuno entre 1914 y 1947, la tasa supera a cuarenta en San Martín y la Matanza, y a los treinta en Avellaneda, Esteban Echeverría, General Sarmiento, Morón, Quilmes y San Isidro. Es así como en el conjunto del Gran Buenos Aires, los migrantes internos constituían un veintiocho por ciento de la población entre 1943 y un treinta y siete por ciento en 1947.[28]

Estos migrantes internos era gente cuya situación previa se caracterizaba por un estilo de vida y experiencia laboral no industriales y menos modernos, tanto en el sector agrícola como en el no agrícola. De esta manera se continuó y se intensificó la tendencia ya existente a la concentración urbana y el desequilibrio demográfico regional.

Parte de los nuevos componentes de la población urbana encontró ocupación en las flamantes ramas de la industria y un porcentaje nada despreciable fue absorbido por el sector servicios públicos, en rápida expansión. Con la incorporación de los recién llegados al proceso de producción en las ciudades se constituyó un amplio sector popular compuesto por obreros y empleados de baja categoría.

Se inició así un vasto proceso de hibridación en donde los obreros urbanos preexistentes se mezclaron con migrantes internos. En el año 1947, entre la mitad y el setenta por ciento del movimiento obrero estaba constituido por obreros nuevos. Este reemplazo de los antiguos sectores trabajadores significó otra transformación profunda de la sociedad argentina. Debido a la doble concentración geográfica y ocupacional-en los sectores obreros- de la inmigración argentina en las grandes ciudades y las actividades más modernas, los migrantes provinieron de aquellas áreas menos modificadas por la inmigración europea masiva y que, en consecuencia, había preservado en mayor medida la cultura original previa al aluvión migratorio. La Argentina Aluvial, en cambio, había surgido del gran crisol cultural y étnico creado por la inmigración internacional. El componente criollo de los nuevos sectores trabajadores fue tan prominente que produjo la aparición de un estereotipo: el “cabecita negra”[29], mote despectivo que recibió de los miembros de la elite y aún de los trabajadores urbanos pertenecientes a los sectores medios de origen europeo.

La “caricaturística” porteña, recoge a los recién llegados con el tipo del “chino” o del “tape”: lengue y chambergo de compadrito, ojos aindiados, bigote corto, cayendo sobre la comisura de los labios.[30]

El “cabecita” o “grasa” como también se lo denominaría, más tarde sería sinónimo del peronista. Como todo estereotipo, poseía grandes distorsiones, pero también una fuerte base de realidad. Fue reconocido por todos: los sectores populares y los estratos medios, los peronistas y los antiperonistas, sí bien con realidades emocionales opuestas. Para los nacionalistas y parte del peronismo se transformaría en el símbolo del retorno a la auténtica Argentina y su triunfo sobre ese Buenos Aires y Litoral tan extranjeros y cosmopolitas. Para los integrantes de la elite tradicional y antiguos adherentes al estilo de los notables significó la vuelta a la “barbarie”del siglo XIX que supuestamente había desaparecido con el aluvión migratorio. Para ellos los progresos de inmigración europea eran ahora sepultados por un “aluvión zoológico”como desafortunadamente lo denominara un legislador radical.

José Luis Romero destaca este proceso en "Latinoamérica: las ciudades y las ideas" señalando que: "Prolíficos en sus lugares de origen, los inmigrantes lo siguieron siendo en las ciudades en las que se fijaron y donde constituyeron un conjunto agregado, perdido en la complejidad de la sociedad tradicional. Una vez instalados, siguieron aumentando en número. Familias numerosas se arracimaban en los antiguos barrios pobres o en las zonas marginales de las ciudades, acaso agrupadas por afinidades de origen los de un mismo pueblo o una misma región. Y a medida que el grupo crecía, su presencia se hacía más visible y alertaba acerca del fenómeno demográfico que se estaba produciendo. Si alguno de los inmigrantes salía de su gueto y aparecía en otro barrio, llamaba la atención de la sociedad tradicional y merecía un calificativo especial: era el peladito de la ciudad de México o el cabecita negra de Buenos Aires”.[31]

Los migrantes internos comenzaron a llegar en forma masiva a la ciudad de Buenos Aires a partir de 1930. En la década de 1940 constituían una verdadera legión, y comenzaban a cambiarle el rostro a la gran metrópoli del Plata. Tal como los inmigrantes europeos habían hecho a partir de 1880. La élite y los estratos medios urbanos vivieron este proceso primero con sorpresa y más tarde con una combinación de temor y rechazo, tal como nos describe Julio Cortazar en su cuento “Casa Tomada”.

Los recien llegados pronto establecieron sus reales en la zona de Palermo. El espacio urbano que circundaba la Plaza Italia y el Jardín Zoológico comenzó a albergar pizzerías y sus más famosos “bailongos”[32]como el “Parque Norte” o la “Enramada”. Empleadas domésticas y soldados conscriptos formaban el contingente principal de quienes intentaban a adaptarse a la nueva vida, y reproducían en la vieja plaza, bajo los cascos del caballo de Garibaldi, la “vuelta al perro” de sus pueblos.[33]

Pronto los migrantes internos comenzaron a hacerse visibles desempeñando tareas como las de guarda de tranvías o mozos de bares y cafes. Porque el migrante interno no podía obtener los codiciados empleos típicos de la clase media. Su avanzada fueron las mucamas, las empleadas domésticas que los hacendados solían importar de sus estancias. La industrialización los ubicó luego en las nacientes fábricas. Allí podían ganar más que un empleado administrativo, pero no gozaban de prestigio social.

En la sociedad argentina de esos años, las tareas de mayor status aparecían asociadas a la utilización de saco y corbata, a las labores que no implicaran el deterioro de las manos y que no fatigaran el cuerpo en el esfuerzo físico.

Aquellos migrantes que no pudieron o no desearon incorporarse al proletariado fabril, consiguieron ocupación en el sector servicios: como mozos, porteros, transportistas, etc. Las menos afortunadas fueron las muchachas santiagüeñas o correntinas que en la pieza de conventillo pasaron de“Margarita” a “Margot”. Ellas reemplazaron en la profesión más antigua del mundo a las “cocottes” francesas y polacas.

Los porteños comenzaron a encontrar nuevos rostros desempeñando este tipo de labores. Las “Ramonas” o “Cándidas” gallegas se fueron extinguiendo y sólo el humor genial de Nini Marshall mantuvo su vigencia en el imaginario popular por un breve tiempo más.

En un país tan llamativamente libre de prejuicios étnicos, este estereotipo adquirió peso emocional debido a su contenido político e ideológico, desaparecido en el período post-peronista, en los años sesenta y setenta, con la aparición de un peronismo de los sectores medios, las alianzas ideológicas y los cambios culturales de la sociedad. No obstante, en este período reforzó los efectos traumáticos del desplazamiento estructural con una crisis de inclusión dentro de la sociedad nacional de un sector hasta entonces marginado. En realidad fue una etapa de consolidación más en el proceso de construcción nacional: la fusión de la Argentina Criolla -o lo que de ella quedaba- con la Argentina Aluvial.La cultura argentina fue modificada por la incorporación de los restos de la sociedad criolla y los recién llegados fueron rápidamente absorbidos por un nuevo crisol y la cultura nacional renovada.

Los mismos procesos de fusión y absorción se produjeron con los rasgos divergentes en la vida política del país. Resultaba previsible que, en algún momento, los mismos tomarían conciencia de su poder y exigirían una mayor participación en el producto social y en el proceso de toma de decisiones sociales y políticas. Cuando se arribe a esa situación, la expresión de esos sectores ser el estilo peronista.[34]


[1] ROCK, David: “Argentina 1516 –1987 Desde la colonización española hasta Raúl Alfonsin”. Bs. As. 1991. Pág. 276.
[2] FERRER, Aldo: “La economía argentina: las etapas de su desarrollo y problemas actuales”. Bs. As. 1977. Pág. 153.
[3] DEL CAMPO, Hugo: “Sindicalismo y peronismo”. Bs. As. 1983. Pág. 78.
[4] POTASH, Robert: “El ejército y la política en la Argentina1928 – 1945. De Yrigoyen a Perón”. Ed. Sudamericana. Bs. As. 1971. Pág. 25. Ver también: ROUQUIE, Alain: “Poder militar y sociedad política en la Argentina”. Bs. As. 1982. Tal sólo en un enfrentamiento armado en Plaza de los dos Congresos, disparos provenientes de los edificios dela Confinteríadel Molino y la Cajade Ahorro Postal provocaron la muerte de los cadestes Jorge Güemes de Torino y Carlos Larguía y una decena de heridos.
[5] CONGRESO NACIONAL. Cámara de Senadores 23 –VII- 1936. Pág. 682. Citado en FERNANDEZ LALANNE, Pedro: “Justo –Roca – Cárcano”. Ed. Sinopsis Bs. As. 1996. Pág. 49.
[6] PINEDO, Federico: citado en HALPERIN DONGHI, Tulio: “La república imposible (1930 – 1945)”. Biblioteca del Pensamiento Argentino. Ariel Historia. Bs. As. 2004. p. 31.
[7] HALPERIN DONGHI, Tulio: “La república imposible (1930 – 1945)”.Biblioteca del Pensamiento Argentino. Ariel Historia. Bs. As. 2004. p. 30.
[8] Rafael E. Videla: Se trata del padre del futuro presidente de facto general Jorge R. Videla, por ese entonces jefe del Regimiento de Infantería 6, con cuarteles en la ciudad de Mercedes. Ver. SEOANE, María y Vicente MULEIRO: “El Dictador. La historia secreta y pública de Jorge R. Videla”. Ed. Sudamericana. Bs. As. 1988. p. 88
[9] CONGRESO NACIONAL, Cámara de Senadores. Sesión del 17/09/1935. Citado en FERNÁNDEZ LALANNE, Pedro: “Los Uriburu”. Ed. Emece. Bs. As. 1989, p. 451.
[10] SABSAY, Fernando t Roberto ETCHEPAREBORDA: “Yrigoyen – Alvear – Yrigoyen”Ed. Ciudad Argentina. Bs. As. 1998. Pág. 451.
[11] HALPERIN DONGHI, Tulio: “La república imposible (1930 – 1945)”.Biblioteca del Pensamiento Argentino. Ariel Historia. Bs. As. 2004. p. 349.
[12] ROCK, David: Op. Cit. Pág. 279.
[13] SEOANE, María y Vicente MULEIRO: “El dictador. La historia secreta y pública de Jorge Rafael Videla”. Ed. Sudamericana. Bs. As. 2001. Pág. 88
[14] REPRESION: a Leopoldo Lugones (h), el hijo del poeta se atribuye popularmente la introducción de la “picana” –un instrumento de tortura que administraba descargas eléctricas a los detenidos- en los interrogatorios de los presos políticos.
[15] HALPERIN DONGHI, Tulio: “La república imposible (1930 – 1945)”.Biblioteca del Pensamiento Argentino. Ariel Historia. Bs. As. 2004. p. 44.
[16] FRAGA, Rosendo: Op. Cit. Pág. 321.
[17] IBARGUREN, Carlos: citado en FRAGA, Rosendo: Op. Cit. Pág. 321.
[18] DEL CAMPO, Hugo: Op. Cit. Pág. 135.
[19] CIRIA, Alberto: “Partidos y poder en la Argentina Moderna: 1930 – 1946” Bs. As. 1973.
[20] ROCK, David: Op. Cit. Pág. 282.
[21] SAENZ QUESADA, María: La Argentina. Historiadel país y de su gente” Ed. Sudamericana. Bs. As. 2000. Pág. 525
[22] Caza de Peludos: recordemos que a Hipólito Irigoyen la prensa opositora lo había bautizado como “el peludo”, por lo tanto la expresión “caza de peludos” alude a la persecución y violencia ejercida contra los radicales yrigoyenistas. Nota del Autor.
[23] FLORIA, Carlos A. y César A. GARCIA BELSUNCE: “Historia de los argentinos” Ed. Larousse. Tomo II. Pág. 367.
[24] RAÚL HAYA DE LA TORRE: (1895 / 1975) Fundó, en 1924, la Alianza Popular Revolucionaria Americana –APRA- durante su exilio mejicano. Retornado al país, la dictadura del general Manuel Odria lo obligó a refugiarse en la embajada de Colombia en Lima entre 1950 y 1954. Regresó a Perú en 1957, gracias al apoyo que sus partidarios prestaron al presidente Manuel Prado en las elecciones de 1956. En las elecciones presidenciales del 10 de junio de 1962 resultó elegido por una ligera mayoría, pero el Ejército impidió que se hiciera cargo del poder. Candidato nuevamente en las elecciones de 9 de junio de 1963 fue derrotado por Fernando Belaúnde Therry. En 1978 triunfó en las elecciones generales, al frente del APRA. Presidiría la Asamblea Constituyenteque tuvo la misión de elaborar la nueva Carta Magna de Perú. Fue un brillante intelectual que contó con el respeto de todos los grandes líderes mundiales e influyó notablemente en otros líderes iberoamericanos con su adaptaciones de la teoría marxista a la realidad del propio contexto.
[25] LUSARRETA, Pilar de: “Cinco dandys porteños” Ed. Peña Lillo. Bs. As. 1999. Pág. 39 a 100.
[26] GUINAGA, Carlos E. Y Roberto A. AZARETTO: “Ni década ni infame, del 30 al 43” Ediciones Jorge Baudino. Bs. As. 1991. Pág. 261.
[27] FRASER, Nicholas y Marisa NAVARRO: “Eva Perón” Ed. Bruguera. Bs. Aqs. 1982. Pág. 57.
[28] WALDMANN, Peter: “El peronismo 1946 – 1955”Traducción de Nélida Mendilaharzu de Machain. Bs. As. 1981. Pág. 37.
[29] CABECITA NEGRA: Esta denominación, que vulgarmente se empleaba en las décadas de 1940 y 1950 para designar a los migrantes internos en Argentina, proviene de la asociación con un ave silvestre similar a un canario y cuyo plumaje es negro en la parte de la cabeza y de un amarillo muy intenso en el resto del cuerpo. Este plumaje bicolor hace muy vistosa al ave que además posee un bello trinar por lo cual solía ser domesticada debido a que se adaptaba al cautiverio.
El origen de la denominación de “grasa” es más imprecisa. Para algunos hace referencia a que los migrantes solían llevar sus trajes con muchas manchas. En parte debido a que generalmente poseían una sola de estas prendas y debían darle un uso continuo. También a que muchas veces debían comer de pie de pizzerías u bares económicos donde no era poco frecuente que se mancharan la ropa. Para otros autores el mote se origina en las actividades laborales que desarrollaban los migrantes. Aquellos que se desempeñaban como obreros y trabajadores industriales, solían viajar en el transporte público con su ropa de trabajo –overoles- manchados por aceite o grasa industrial proveniente de las máquinas con que desarrollaban sus tareas. Este hecho disgustaba a los pasajeros de clase media, que en su mayoría desempeñaba tareas de oficina y por o tanto viajaban mejor vestidos y aseados. Existiría aquí la tan estudiada antinomia entre trabajadores de “cuello blanco” y trabajadores de“cuello azul”.
Otras denominaciones más agraviantes dadas a los migrantes eran las de “veinte y veinte”. Porque sus magros salarios los forzaban en ocasiones a una dieta económica compuesta por veinte centavos de pizza y veinte centavos de vino, es decir una porción de pizza y un vaso de vino moscazo.
También se los llamó “raviol de fonda” porque eran “cuadrados” y sin “seso”. Durante los años del peronismo -1945 / 1955- los sectores opositores de clase media llamaban a los partidarios de Perón “jeeps”,porque eran “cuadrados” –poco inteligentes- y los “manejaba” el gobierno. En esa época el gobierno justicialista importaba y vendía económicamente esos vehículos, rezagos de la guerra que había concluido.
Pero, en general, la denominación más usual era la de “cabecita” o “negro” que más frecuentemente hacia referencia a una discriminación de carácter social y cultural que racial. Se podía ser “negro” o“cabecita” por desarrollar conductas consideradas impropias de la clase media aún cuando se detentara una fisonomía de tipo europeo. En esos casos el lenguaje popular hablaba de “negros de alma” en contraposición a los “negros de piel”.
[30] RATIER, Hugo: “El cabecita negra”, Colección La Historia PopularNº 72, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires 1971, p. 9
[31] ROMERO, José Luis: “Latinoamérica: las ciudades y las ideas” Bs. As. 1976. Pág. 323.
[32] BAILONGOS: Denominación popular de los lugares donde se interpretaba música popular para bailar.
[33] RATIER, Hugo: Op. Cit. p. 13.
[34] MORA Y ARAYJO, Manuel y Carlos LLORENTE: “El voto peronista”.Recopilación. Bs. As. 1982. Pág. 45.